CAPÍTULO-3: Entrenar, estudiar y bailar

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No me podía creer lo que me acababa de preguntar, me había pillado totalmente infraganti. No podía estar más nervioso, en ese justo momento no había palabras para describir lo nervioso que estaba, y Matilda tres cuartos de lo mismo, también estaba nerviosa. Tenía que responder. ¿Qué le decía? Es verdad que íbamos a ir al baile de principio de curso juntos, pero... ¿qué significaba eso? Que le decía, que somos amigos, mejores amigos ¿novios? Después de pensarlo durante un rato, de casi un minuto, me decidí a contestar.

— Bueno, qué pregunta más inesperada —le dije simulando no estar nervioso, pero no funcionó del todo porque actuar no es mi punto fuerte— Pero... ¿qué te gustaría oírme responder?

— La verdad —dijo inmediatamente— lo que consideres que somos

— Pues muy amigos, ¿no? —le respondí— pero no te equivoques, eso no significa que me quiera quedar así, tal vez podemos dar... ¿un paso más?

Matilda se sorprendió. Había un ambiente agradable, todo estaba en silencio, no había nadie en el patio, estábamos Matilda y yo solos los dos ¿había algo mejor?

En ese momento me sentía espectacularmente bien. Pero toda esa tranquilidad cesó cuando llegaron unos chicos de nuestra clase, cuya fama era de matones. Eran tres chicos, uno rubio y medianamente alto con un cuerpo bastante fuerte y con aspecto de ser el cabeza del grupo, y otros dos de pelo moreno que simplemente seguían al rubio. Estos si no recuerdo mal se llamában: el rubio Marcos, el de pelo moreno y alto Pedro, y el otro de pelo moreno y un poco más bajo y gordo Pablo.

— ¿Pero qué tenemos aquí? —dijo Marcos mirándonos— Que preciosidad madre mía —estirando la mano para tocar a Matilda—

—¡Ni se te ocurra! —le dije mientras le paraba la mano—

— ¿Qué has dicho? —me dijo amenazante—

— Que te largues —dije levantado y muy serio—

En ese momento me intentó pegar un puñetazo por mi lado izquierdo, lo esquive dando un paso hacia la derecha, y le di un rodillazo en la barriga. Marcos se cayó al suelo, estaba muy enfadado.

— ¿Qué hacéis mirando? ¡Atacadle! —ordenó a sus dos seguidores—

—Matilda corre, detrás de mí —le dije—

Los tres se dirigían hacia mí. Saqué el palo de metal que siempre llevaba conmigo, lo extendí moviendo mi mano hacia la izquierda. Eche un poco atrás a Matilda, la cual estaba detrás de mí como le indique con mi mano derecha. Cada vez se acercaban más, empecé a girar el palo con una sola mano, pare de girarlo para echar a Matilda a un lado y yo agacharme, mientras que Pedro corría para abalanzarse sobre mi, paso por encima mio y recibió tres golpes mientras el estaba en el aire, acabó tirado en el suelo y salió corriendo. Al verlo, nadie más quiso venir.

— ¿Alguien más? —pregunté—

— Me las pagarás... ¡SIN PADRES! —me amenazó—

Me había herido de una forma muy sucia. Eso me había dolido. Apreté más fuerte que nunca el palo, lo alcé hacia atrás, me puse en posición para correr, respiré hondo y antes de poder empezar a correr, Matilda me había cogido el hombro.

— Basta, te podrían expulsar. Yo estoy bien —me tranquilizo—

Guarde el palo y nos fuimos directos al comedor. Por el camino hacia el comedor, Matilda y yo retomamos la conversación de antes.

— Entonces... ¿un paso más? —me preguntó Matilda—

— Por ti los que haga falta —le respondí—

Lo que el tiempo cambiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora