Capítulo 6. Una cena tormentosa

1K 139 55
                                    

A mis lectoras que han estado desde el principio, el cameo de Ronald West es para ustedes

Al llegar a la mansión divisé a lo lejos, en el extenso patio tres figuras que podría reconocer muy bien

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Al llegar a la mansión divisé a lo lejos, en el extenso patio tres figuras que podría reconocer muy bien. Perchas y Denver jugaban con Cortalenguas quien se colgaba de una de las gárgolas que seguía como piedra. Creo que se trataba de Pesadilla.

Constanz iba saliendo de la casa cuando me detuve y bajé del auto.

—Hola, querida prima, te tengo buenas noticias. Hoy experimentaremos con Max algo más complejo que un simple abrazo.

Arqueé una ceja mientras sujetaba mi mochila y bata con una mano.

—¿Gastón lo sabe?

Puso los ojos en blanco.

—Claro que sí y...

—Eso va a tener que esperar.

Gastón salió de la oscuridad de la entrada, el traje negro y diseñado para su enorme figura me provocó un corto circuito. Estaba muy guapo.

—Hola —me sonrió con una mirada cargada de ternura—. Antes de hacer cualquier cosa con Max, quiero que me acompañes a una cena de cierre de construcción de la pista.

Parpadeé. Primero, yo no entendía nada de esas cosas sobre negocios. Dos, me sentía muerta en vida después de una larga guardia y lo que quería era dormir todo lo que se me antojara. Y tres, una parte muy pequeña de mí me hacia sentir muy especial que Gastón me hiciera parte de eso, de su vida diaria y de las cosas que hacía como hombre de negocios.

Sonreí.

—Tengo que bañarme.

—Vamos, la cena es dentro de dos horas.

—¿Disculpa, Gastón? ¿Y mi experimento?

Mi futuro esposo le lanzó una mirada de pocos amigos.

—Dije que tendrá que esperar, Constanz. Lo haremos cuando regresemos de la cena o en otro momento.

La vampiresa rubia resopló, pero tan pronto como vio a Cortalenguas su rostro se iluminó con una siniestra sonrisa de amante descabellada. La pobre gárgola tuvo que huir despavorido detrás de los pastores alemanes.

—¡No soy su prometido!

Casi solté una risa mientras Gastón solo refunfuñaba como el ser malhumorado que era. Entramos a la mansión y nos dirigimos a nuestra habitación.

—¿Para qué quieres que vaya a esa cena? Nunca me has llevado a una antes.

—Esta es algo especial y tengo que ser sumamente cuidadoso.

Eso me hizo mucho ruido en mi cabeza ¿Cuidadoso?

—No entiendo.

—Tranquila, te explicaré todo.

3° El amo del desastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora