Capítulo 32. En dirección a Valfart

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Me sentía un poco incómoda con la ropa de piel que las gárgolas nos proporcionaron a todos los pasajeros del jet Le Revna

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Me sentía un poco incómoda con la ropa de piel que las gárgolas nos proporcionaron a todos los pasajeros del jet Le Revna. Constanz modelaba perfectamente bien la prenda oscura sin dejar de mover la larga y envidiable melena dorada que podía pasar por un detalle normal e inocente, cuando en realidad su cabello era el arma más peligrosa entre todas las cuchillas que cargaba con ella.

Por otro lado, no podía quitar los ojos de encima de las piernas grandes y bien formadas de Gastón, el cuero debería de estar prohibido para cuerpos tan bien desarrollados, ¿Cómo iba a dar todo mi potencial si me distraía fácilmente con él cerca?

Por amor a Hipócrates.

Miré más allá a las diez gárgolas que igualmente vestían como nosotros, con un escudo cerca del pecho que indicaba su verdadera figura como criatura fantástica.

De pronto una presencia helada aterrizó en la sensible piel del dorso de mis manos, Max apenas sonreía, parecía que me analizaba para saber qué era exactamente lo que me preocupaba.

—¿Qué puedo hacer para que dejes esa mirada tan moribunda?

Joder ¿tan mal me veía?

—Max... —las líneas que marcaban mis manos tenía algunas heridas secas por las peleas—. Sigo siendo buena persona ¿Cierto?

Sus cejas se fruncieron y sus ojos ambarinos mostraron curiosidad.

—¿Te arrepientes de haber asesinado a Nora y a Tebras?

No sé qué es peor, la falta de empatía ante los asesinatos que cometí, o el gusto y la satisfacción por haberlo hecho sin titubear hasta cumplir mi misión.

Negué con la cabeza.

—No. Era algo que tenía que hacer. Y quería hacerlo.

Max utilizó su pulgar y su dedo índice para tomar mi mentón y levantar mi vista hacia él. Besó mi frente y me dejé caer en sus brazos para terminar con ese abrazo de oso que siempre nos dábamos cuando alguno se sentía fatal.

—Eres impresionante, Mad. Jamás pensé que mi hermanita fuera a convertirse en toda una guerrera imparable.

Moví mi cabeza hacia arriba y nos miramos.

—El ser una asesina de vampiros... me... gusta. Me siento poderosa.

—Siempre lo fuiste y lo serás.

—Se me ha dado bien.

Max sonrió.

—Das miedo, Mad.

Solté una suave risita y Max volvió a besar mi frente.

—Vamos a poder con esto, hermana. Creo que esta nueva vida no nos quedará tan mal.

Hubo un poco de turbulencia que me desequilibró, y solo a mí, Max ni si quiera tuvo que sujetarse de algo para no caer. Gastón seguía absorto, revisando cosas en su IPad sin prestar atención visual a su alrededor, pero algo me decía que sus oídos estaban en todo.

3° El amo del desastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora