Capítulo 20. Un flechazo

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Pasé por la cocina después de haber dormido dos horas, Perchas y Denver me hacían compañía mientras devoraba unas huevos fritos con tostadas

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Pasé por la cocina después de haber dormido dos horas, Perchas y Denver me hacían compañía mientras devoraba unas huevos fritos con tostadas. A ellos les calenté unas salchichas que luego piqué y las puse en sus platos de comida, se acercaron a mí para seguirme quitando comida, colocaban sus cabezas en mis piernas como parte de su juego seductor lleno de ternura y de la cual no podía salir.

—Ustedes no llenan —les lancé más pedazos de salchichas que atrapaban con sus hocicos.

Georgia apareció y me sonrió con esa expresión maternal que la caracterizaba, con reticencia se acercó para acariciar mi cabello y pasar sus dedos entre los pequeños nudos.

—Necesita cepillarlo, mi señora.

Su voz era una almohada de azúcar suave. Extrañaba a esta mujer.

—Han sido semanas pesadas.

—Comprendo.

Sus dedos eran movimientos sutiles que mandaban sensaciones de cosquillas por todo mi cráneo. Mastiqué lo que me quedaba de la tostada y las últimas salchichas se las di a los pastores. En eso, la puerta de la cocina que daba al exterior se abrió, una figura pequeña y femenina apareció debajo de una capucha de su abrigo rojo.

Constanz.

—Que monserga, me voy unas semanas y pasan un montón de cosas —se quejó con un aire de superioridad. Llevaba unos pantalones anchos y tenis, se quitó su abrigó para mostrar con orgullo su playera negra con un estampado de la banda inglesa The Beatles.

Se acercó a mí y sus ondulados y letales cabellos cayeron como cascadas por sus hombros.

—¿Cómo estás, Madeleine?

Tragué fuerte, la niña era hermosa, poseía una peligrosa belleza inmortal.

—Realmente no lo sé.

—Siento haber sido un poco hostil contigo, espero que podamos llevarnos mejor —su mano tocó mi hombro con gentileza—. Las cosas se pondrán feas por aquí, y Gastón necesitará toda la ayuda.

Georgia soltó un sonido de angustia.

—¿Cómo dice, señorita Constanz?

—Como lo escuchaste, Geo, la situación de la familia Le Revna está cada vez peor y tendremos que estar preparados.

—Dios...

Constanz se sacudió con un escalofrío y entrecerró los ojos hacia la mujer de edad avanzada.

—No pronuncies eso en esta casa, joder —Constanz avanzó rumbo al comedor principal—. Veré a tu hermano, y... ¿Saben si mi Cortalenguas está despierto?

Negué con la cabeza.

—Creo que Gastón fue claro con ese tema —me atreví a recordarle.

Constanz tenía un perfil envidiable, su nariz pequeña y respingada se arrugó con un gesto de fastidió y movió su cabello por detrás de sus hombros para darme a entender que le daba igual las amenazas de Gastón.

3° El amo del desastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora