Capítulo 1|Un desastre llamado yo.

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Hay cosas que jamás me saldrán bien. Por ejemplo: todo. Soy esa clase de persona que siempre hace cagadas y cuando trata de solucionarlo hace una nueva cagada y para solucionar la nueva cagada finalizo con una mega cagada más grande que una pirámide egipcia. No se que hacer con mi vida, quizás la muerte sea la solución, aunque pensándolo bien mejor omito la parte de muerte, aún quiero vivir hasta los noventa años para quejarme de todo, aunque la edad es lo de menos, con diecisiete años me quejo hasta por la espalda.

Muevo mi rodilla una y otra vez en un acto de ansiedad. Joder, estoy muerto. Si en las noticias de las siete por el canal diez ven que dicen: Madre mata a su hijo porque es un gran holgazán, bueno para nada que no entra a clases y que se la pasa sacándose los mocos y pegándolos por doquier sin que se de cuenta pero si se da cuenta y que además ha dejado todas las materias, ese soy yo.

Maldición, me va a dar un ataque al corazón. Me levanto de la silla y me asomo por la ventanilla. Stanley rueda los ojos y agrega:

—No Nika, no te voy a dar la mochila hasta que venga tu mamá.—al pobre ya lo tengo aburrido, pero es su culpa. No le cuesta demasiado darme la mochila y ya, cuando quiero protestar él interrumpe—Y no insistas.

—Vamos, no quieres beber café en mi velorio, sabes que no te gusta el café—digo pero él niega y centra su mirada nuevamente en unos papeles.

—Ya mejor vete a tu casa, ya es tarde y aunque insistas no te la voy a dar, así de sencillo.—se levanta de su silla y lleva algunas hojas block hasta la impresora.—Lo hubieras pensado dos veces antes de salirte de clases.

—Yo no me salí de clase, solo fui al baño.—le miento descaradamente ya que en realidad Sí me salí de la clase de la profesora Rina ya que esa señora me da sueño y se me hizo más atractivo irme hacer nada a otro lado, él niega sin verme.—Stan, tú eres bueno y la persona más considerada del planeta, sé que ahí dentro hay un corazón muy noble que se conmueve por este chico con las horas contadas.

Stanley se gira y me ve como si quisiera matarme, sé que puede ser capaz de sacarme un ojo con su lapicero si se le da la gana, también me puede sacar a patadas y cerrarme la puerta de la oficina en la cara si se lo propone, sin embargo solo se queda con su mirada puesta en mí. No sé cuánto tiempo he estado aquí pero supongo que más de una hora, pero sin esa mochila no salgo de este lugar.

—Ya dije que no—sentencia y se vuelve a sentar. Meto mi cabeza en la ventanilla y él suelta un gruñido de fastidio, le sonrío con inocencia.—Nicolás, No. Te. Voy. A. Dar. Nada.—separa cada palabra y empuja mi cabeza para que la saque.—Tú mamá tiene que venir a retirarla, no son ordenes mías sino del profesor que la ha traído, yo solo sigo instrucciones.

Veo hacia el interior y mis ojos dan con la mochila roja que me pertenece, también veo que hay tres más y muchos celulares sobre la mesa.

Tranquila, papá te va a recuperar.

—¿Y no hay algo que pueda hacer?, no se, ir a despegar chicles de los pupitres o barrer la cancha, lo que sea, ¡Dame una solución que me muero!. —chillo apunto del desmayo. ¿Stanley, acaso no ves mi desesperación?, ¡MI MAMÁ ME VA A MATAR!, literal.—Por favor—le suplico.

Él parece meditarlo un segundo, y ladea su cuello desesterándose. Trago grueso y espero una respuesta, mi corazón está acelerado y las ganas de llorar del miedo me invaden.

Diosito, si me sacas de esto te prometo no volver a salirme de clases.

Vamos, Stanley dime lo que piensas porque estoy a punto de cagarme en los pantalones.

—Esta bien—accede al final y siento como el alma me regresa al cuerpo.—Pero…

Ay, no. Sabía que habría un pero. Maldita sea, me voy a mear y no estoy bromeando.

Entre el verano y el invierno©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora