-¡Muevete Megan! -Grite desde la otra habitación.

-¡Ya voy! -Canturreo felizmente.

Megan terminó de alistarse y se dejó ver. Sus ojos verdes delineados perfectamente y su largo cabello rubio resaltaban ante su piel bronceada. Llevaba unos cómodos pantalones de senderismo beige y una camiseta de tirantes de color negro, unas botas de trekking y una gorra militar. Yo, en cambio, llevaba un conjunto completo del mismo color que sus pantalones, mi cabello negro recogido en una coleta alta y unas botas negras militares.

-Tardas como si estuviéramos yendo a una fiesta llena de famosos y paparazzis -Puse los ojos en blanco, claramente molesta.

-Disculpa, sabes cómo soy -Sonrio inocentemente.

-Vamos, nos esperan afuera.

Sus ojos se iluminaron y corrió a la salida, una vez fuera de la casa vi nuestra hermosa Jepp negra, en el techo de esta reposaban seis bicicletas diferentes.

-¿Ya cargaron nuestras bicicletas? Vaya, que rápido son.

Un chico de cabello rizado apareció por detrás de la Jepp, sonriendo juguetonamente.

-¿Ves? Todo a tu disposición, preciosa -Bromeo Marc.

-Callate imbecil -Le reprochó Andrew para luego acercarse a Megan y besarla, ellos dos eran pareja.

-Por Dios, estamos presente -Adeline hizo una mueca de asco y se acercó a abrazarme-. ¿Cómo has estado, Anya?

-Muy bien -Le sonreí de lado-. ¿Y tú?

-Igual, querida.

A un lado de la Jepp, estaba Derek fumando un cigarrillo, su cabello negro estaba desaliñado. Llevaba unos pantalones militares, unas botas iguales que las mías y una camiseta negra que dejaba ver sus tatuajes. Me repaso con la mirada y sonrió de lado.

-¿Qué tal, Derek?

-Pareces que vas a África, Anya.

Volteé los ojos y le arranque el cigarrillo de los labios.

-Muy gracioso.

-Dame eso -Intento agarrar el cigarrillo y le esquive, lo tiré al suelo y lo pise.

-Los cigarrillos hacen mal a la fauna y a la flora.

-¿Ahora eres ecologista o qué?

-No, pero si me dedico a joderte la vida -Conteste pasando de él-. No te molestes, Derek, no es personal.

-Me cobraré esto Anya, no lo dudes -Sentencio.

Reí por lo bajo y una vez que terminamos de preparar nuestras mochilas con comida, agua y equipo de campamento, entramos al auto para empezar el viaje. Los seis comenzamos a salir a hacer expediciones o senderismo el primero de cada mes, está vez nos tocaba ir a un bosque que quedaba a más de siete horas de la ciudad, un largo viaje.

Uno del que pronto nos íbamos a arrepentir.

Uno para el que jamás hubiéramos estado preparandos.

Uno que se convirtió en un juego peligroso de supervivencia.

Uno del que no nos dejarían salir hasta quitarnos lo último que nos quedaba.

Y eso, implicaban nuestras vidas.

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