Corre, corre, corre.

Gotas frías bajaban por mi frente y mi corazón golpeaba con fuerza contra mi pecho. Me veía inmersa en el bosque, la única luz que me permitía vislumbrar mis pisadas era gracias a la luna. Mis piernas dolían y ardían a la vez, sentía un líquido cálido caer por ellas. Seguía corriendo sin mirar atrás, con el miedo como único compañero en la oscuridad.

Entonces, al girar la mirada hacia atrás, vislumbré a un hombre alto, vestido de negro y con una máscara del mismo color que su ropa. Mientras corría desesperada por querer vivir, tropecé con una rama sobresaliente y caí al suelo, sintiendo el miedo inundar cada fibra de mi ser, levanté la vista, me encontré con aquel hombre frente a mí; sus ojos sin color alguno desprendían sed, sed de matar, sed de cazar, de cazarme.

El cuchillo que sostenía se aproximaba a mi rostro, cerré los ojos con fuerza esperando el ataque que parecía inminente. Sin embargo, al abrir los ojos me encontré con el filo del arma justo frente a mí. En ese preciso instante, cuando el hombre se disponía a alcanzarme, detuvo su avance y con voz serena pronunció:

-Hab keine Angst, Anya.

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