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Llevábamos aproximadamente una hora en la carretera, y la oscuridad de la noche aún nos envolvía. Giré mi rostro hacia la ventanilla y logré identificar el bosque en el que nos encontrábamos anteriormente, que comenzaba a profundizarse nuevamente en la distancia. Rápidamente, tomé una decisión impulsiva y decidí saltar de la camioneta sin previo aviso.

La vieja camioneta no tenía cerradura automática, así que me apresuré a desbloquear la puerta y saltar al asfalto. Sentí un duro golpe al caer y luego rodar sobre el suelo, el impacto me dejó sin aliento. Intenté levantarme rápidamente, a pesar del pequeño ardor y mareo que sentía tras el impacto. Me equilibré y corrí adentrándome en el bosque, que se alzaba con fuerza y misterio, igual que el primer día en que llegamos.

Corría con fuerza, con persistencia y con desesperación. Mis pies golpeaban el suelo con ritmo frenético, mientras mi respiración se volvía cada vez más agitada. Corrí sin frenar, pocos destellos de luz se infiltraban entre las copas de los árboles, creando sombras ominosas que parecían moverse a mi alrededor. Eso dificultaba mis pasos, y mi corazón latía con ansiedad. Intenté mirar hacia atrás, pero gracias a eso me tropecé con una de las enormes raíces que se extendían como brazos gigantescos desde el tronco del árbol.

Gotas frías bajaban por mi frente, mezclándose con el sudor que cubría mi rostro. Mi corazón golpeaba con fuerza contra mi pecho, como si quisiera escapar de mi propio cuerpo. Me levanté del suelo rápidamente, ignorando el dolor que irradiaba desde mi rodilla lastimada, y seguí corriendo. Me veía inmersa en el bosque, rodeada de una oscuridad que parecía tener vida propia.

Mis piernas dolían y ardían a la vez, sentía el cálido líquido característico de la sangre caer por ellas, dejando un rastro rojo en el suelo que parecía brillar en la oscuridad. La sensación de miedo y vulnerabilidad me envolvía, pero no podía detenerme. Seguía corriendo sin mirar atrás, con el miedo como único compañero en la oscuridad. Su aliento helado parecía acariciarme la nuca, impulsándome a seguir adelante, y su silencio era más aterrador que cualquier grito.

Entonces, al girar la mirada hacia atrás nuevamente, vislumbré a una silueta alta, imponente y siniestra, vestido con las mismas prendas negras y con el mismo pasamontañas. Su presencia era como una sombra viviente, y mi corazón se detuvo por un instante.

Mientras corría desesperada por querer vivir, tropecé nuevamente con una raíz sobresaliente y caí al suelo, sintiendo el miedo inundar cada fibra de mi ser. Y por un momento, no pude moverme.

Me senté sobre el suelo, arrastrándome hacía atrás. Levanté la vista, y me encontré con aquel hombre que conocía desde hace años frente a mí, de cuclillas; sus ojos sin color alguno desprendían sed, sed de matar, sed de cazar, de cazarme. Su mirada era como un vacío emocional, y su sonrisa era una mueca cruel que helaba mi sangre.

El cuchillo que sostenía se aproximaba a mi rostro. Mi corazón latía con tal intensidad que parecía que iba a estallar. Sin embargo, me encontré con el filo del arma justo frente a mí, pero no se movió.

-Keine Angst, Anya. Ich war immer hier, um auf dich aufzupassen...Ich werde deinen und meinen Schmerz beenden, wir werden frei sein.

-¡Hijo de puta!

Y así, sin más, aproveché nuestras posiciones para propinarle una patada con todas mis fuerzas. Adler perdió el equilibrio, cayendo hacia atrás con un quejido de dolor. Pero cuando intenté levantarme del suelo, ya se había incorporado y me jalaba del pie con una fuerza brutal.

Me arrastró hacia él, y mi espalda golpeó contra el suelo con un impacto que me dejó sin aliento. Él se inclinó sobre mí, su rostro distorsionado por la rabia y la sed de venganza.

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