Capítulo 14

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–Aquí están los reportes que solicitó señor –dijo una mujer de cabello cobrizo muy bien arreglada.

Krillin se sobresaltó al escucharla, pues sin darse cuenta se había quedado dormido frente al monitor de su computadora.

Lo anterior no pasó desapercibido por aquella dama.

–No puede seguir así oficial, debe tomarse un tiempo para descansar –insistió ella, pues realmente lo apreciaba– si no lo hace solo va a perjudicar su salud y si enferma no habrá nadie mejor que usted para dar seguimiento a este caso.

–Gracias por los reportes Señorita Miranda –agradeció Krillin al momento de tomarlos de la mesa a su costado donde ella los había dejado– Le agradezco también por preocuparse; le prometo que estaré bien de salud.

Miranda torció los ojos incrédula y salió de la oficina del ahora Oficial en Jefe.

A decir verdad Krillin no se encontraba nada bien, el caso del cuerpo del chico que habían encontrado lo mantenía por de más estresado, le era inevitable pensar en otra cosa y por consecuencia tampoco lograba dormir.

Los resultados a las pruebas forenses habían llegado al día siguiente de su visita a la morgue y habían confirmado sus sospechas, se trataba de Jillian Doe, desaparecido poco más de un mes antes.

Por si fuera poco se le había encomendado la tarea de dar la noticia a la familia del muchacho y cada vez que trataba de dormir, el recuerdo de los gritos desgarradores de la madre de Jillian resonaban en su memoria y lo obligaban a mantenerse despierto.

Y es que ni siquiera podía imaginar estar en el lugar de esa mujer, no se atrevía siquiera a pensar que fuese su Marron la que yaciera en aquella cama de la morgue.

Sabía que debía actuar, no podía perder ni un minuto, pues a fin de cuentas era su deber proteger a la comunidad, y dentro de esa comunidad estaban su familia y sus amigos.

Marissa había lanzado un comunicado a las comisarías de todo el país en busca de cualquier caso similar que pudiera acercarlos al asesino y hasta el momento nadie había dado una respuesta afirmativa, lo cual era favorable, pero no dejaba de sentirse en la cuerda floja, tenían a todas las comisarías del país buscando casos similares y si alguien encontraba una situación parecida, el asunto se tornaría realmente grave, pues estarían tras un asesino en serie.

Los dos días siguientes transcurrieron tranquilos, si es que así pudieran definirse, pues en la comisaría se sentía la tensión del caso, la comunidad hacía cada vez más preguntas sobre Jillian y sabía que llegaría el momento en el que tuvieran que hacer público el asesinato; aún así, rogaba al cielo que se tratara de un caso aislado.

Y entonces lo temido ocurrió.

Lo supuso desde que escuchó los apresurados tacones de Marissa por el pasillo que daba a su oficina.

–¡Coincide un caso señor! –Dijo ella entrando apresuradamente a su oficina, la palidez en su rostro delataba su sentir.

Krillin suspiró profundo, de alguna manera ya se lo esperaba.

Tomó el sobre con los papeles que le había entregado Marissa y los revisó.

Court Lenox de Cherry City, 16 años de edad, había desaparecido un 14 de diciembre hacía 8 años y encontrado muerto en el bosque a finales de febrero del siguiente año, cubierto con una manta de franela y con un muñeco de peluche en brazos.

No presentaba señales de tortura, por lo que el caso no pasó a mayores y su muerte se le atribuyó a la hipotermia. El chico se había perdido en el bosque, se había acurrucado y cubierto con la manta para tratar de resguardarse del frío pero no logró soportar las bajas temperaturas. Nada que levantara sospechas de que se tratara de un asesinato. Se dejó pasar.

Pero Krillin no creía en las coincidencias y a esas alturas ya sabía que seguían el rastro de un maniático.

Trató de reflexionar el caso, buscó en internet e hizo algunas llamadas, pero tres horas después, la invitación "obligatoria" a una reunión marcada como "confidencial" y de "alta importancia" que había llegado a su bandeja de correo le dejaba entrever que había ocurrido algo más grave.

Caminó hacia la sala de juntas con un dolor de cabeza que desde hacía un par de días no lograba sanar. Adentro solo había cuatro personas más quienes observaban atentas al Comisario Ruden, este último sentado al final de una mesa de longitud considerable.

Una vez entrando Krillin pidieron cerrar las puertas.

–¡Un cuerpo más! –Soltó el comisario– Carol Andrew, chico de 20 años, su cuerpo fue encontrado en un bosque cerca de Rose City con las mismas características que Jillian Doe, golpeado, acomodado como si estuviera dormido, cubierto con una manta y con un muñeco de felpa en los brazos; los estudios reportan que falleció hace un par de meses –respiró profundo, colocó los codos sobre la mesa y juntó las yemas de sus dedos– ésto confirma que se trata de un asesino en serie. Ya no queda duda –aseguró.

La preocupación se reflejó en el rostro de cada uno de los presentes.

Angélica, una mujer castaña de unos cincuenta y tantos años de vestimenta seria soltó un profundo suspiro y colocó en su frente una de sus manos –esto está fuera de control– comentó.

–¡Aún no! –dijo Christian Mckinsey, un hombre mayor, regordete y de cabello cano, que siempre había destacado por su pedantería y su falta de tacto para tratar temas delicados –no si no sale ni una sola palabra de aquí.

–¡¿Está diciendo que debemos ocultar los hechos?! –contestó exaltada Angélica– ¡¿propones que neguemos que hay un asesino en serie suelto en las calles?!

–Tiene razón –intervino Diego Chalott, un joven alto de lentes que a pesar de tener poco más de 30 años sobresalía por la seriedad con la que manejaba su trabajo, tanto que a su edad ya había conseguido acomodarse en un buen puesto– hablar sobre el caso solo incrementará la histeria en la sociedad, no estamos acostumbrados a lidiar con esto, las personas no van a reaccionar de buena manera.

–¡No creo que exista una buena forma de reaccionar ante algo como esto! –insistió Angélica más exaltada que antes– Depende de nosotros cómo manejar la noticia para no causar estragos.

–Si la noticia se hace oficial lo único que lograremos será desencadenar la histeria colectiva –opinó el señor Mckinsey con un tono imponente– ¿entiende usted lo que eso provocaría?

–¡Por supuesto que lo entiendo! –Gruñó Angélica– ¡¿Qué le hace pensar que no lo entendería?! tengo hijos señor Mckinsey, la pregunta es, ¿Usted lo entiende?

Era cierto. Christian Mckinsey nunca logró formar una familia, estaba solo, muchos decían que el motivo de su carácter tan chocante radicaba en ese hecho, ya que no logró encontrar una pareja que le endulzara el alma. Krillin creía lo contrario, pensaba que su carácter tan pedante era la causa de no haber encontrado a alguien con quién compartir su vida.

La tensión se comenzaba a sentir en la sala.

–¿Cuál es su opinión Oficial? –preguntó el Comisario Ruden dirigiéndose a Krillin.

–Hay uno más –contestó Krillin. Los presentes lo observaron atónitos– Curt Lenox de Cherry City, un cuerpo encontrado hace ocho años, con las mismas características que los demás, a excepción de que no presentaba marcas de tortura, por lo que en su momento se consideró una muerte por hipotermia. Con los recientes descubrimientos no queda duda de que fue víctima del mismo asesino.

El silencio reinó en la sala.

–Sea quien sea, éste hombre lleva al menos ocho años asesinando a chicos inocentes –Volvió a decir Krillin con un tono elevado– Tenemos qué informar a la ciudadanía comisario, tienen derecho a saberlo y tomar precauciones mientras ese monstruo esté suelto en las calles.

–Este caso está fuera de control –contestó con seriedad el Comisario Ruden– incluso valoraré si amerita escalarse al ejercito.

Los presentes quedaron atónitos ante aquel comentario, sabían lo que significaba meter al ejercito en asuntos del estado.

Y es que al introducir militares en las calles, estos traerían consigo parte de su sistema, y la mayoría de sus reglas eran en extremo estrictas.

–El ejército es pesado, comisario –comentó Diego, con los ojos más abiertos de lo normal– la ciudadanía no está acostumbrada a un sistema tan estricto.

–Es un arma de doble filo –insistió Krillin– tener al ejercito en las calles aumentaría tanto la seguridad como la tensión en la sociedad.

–Yo estoy absolutamente de acuerdo comisario –contradijo Christian– sería buena oportunidad para mantener el orden y recuperar los valores que se han perdido en los últimos años.

Los presentes seguían atónitos, sin decir una palabra.

Angélica no sabía qué decir, pero no quería al ejército en las calles.

–Doy por concluida esta sesión –dijo el comisario Ruden– El sábado los convocaré nuevamente para informarles la decisión sobre involucrar al ejército y procederemos conforme a ello.

Se levantaron de sus asientos y salieron de la sala sin poder disimular la preocupación que reflejaban sus rostros.




Diez días antes de que Goten se mudara a la casa de sus abuelos.


Su estómago dolía y sus órganos internos rugían exigiendo alimentos verdaderos, la chatarra que había estado comiendo ya no era suficiente para su cuerpo, haciéndolo sentir incluso un incómodo malestar de debilidad y mareo.

Tal vez este sentir fue lo único que interrumpió su sueño, pues de no ser así su cansancio le hubiera hecho dormir hasta muy entrada la mañana, por lo menos hasta el medio día, cuando debía hacer el check out para entregar la habitación.

Observó el reloj y vió que pasaba de las 3am, los 15 min que había decidido descansar se habían extendido un par de horas sin darse cuenta.

Nuevamente su estómago hizo ruidos; por unos minutos intentó conciliar el sueño pero al final no lo logró.

Si mal no recordaba, al bajarse del tráiler del señor Sumer vio un pequeño bar; pensó que probablemente allí podría encontrar por lo menos un sándwich para satisfacer su hambre.

Se levantó de la cama, se acercó a la ventana y haciendo un poco de lado las desgastadas cortinas observó al exterior.

En efecto había un pequeño bar cuyas luces neón se reflejaban incluso en el cristal de su ventana, para su suerte estaba abierto, pues cerca de la puerta podía ver a otra mujer de cuero negro y poca ropa fumando con un par de hombres, parecían divertirse.

No lo pensó más, se puso su pants y sus tennis, tomó unos billetes de su alcancía y salió de su habitación, pues entre más rápido pudiera satisfacer su hambre más pronto podría regresar a continuar su sueño reparador, necesitaba descansar lo más posible, pues le esperaban días pesados de largas caminatas.

Bajó las escaleras y salió a la calle.

Nunca había andado solo por las calles a esa hora, no sin Gohan o sus padres, y nunca en lugares tan peligrosos.

Extrañaba a mamá, a papá, a Gohan, Vídel, a Pan, su casa y sus campos, sus tierras de cultivo, el río...

Sus ojos se humedecieron, pero contuvo sus lágrimas, pues estaba decidido, maduraría, sería fuerte y no regresaría hasta que fuera alguien de quien todos ellos se sintieran orgullosos.

Así es que cruzó la calle y entró en el bar.

Se acomodó la gorra y trató de parecer lo más maduro posible, pero tal vez no surtió tanto efecto su intento de engaño pues sentía una que otra mirada fija sobre él.

Buscó con la mirada una mesa y encontró en un rincón una vacía, sucia, pero vacía, así es que se sentó en ella, hizo a un lado las 7 botellas vacías y los trastes usados y jaló un menú que estaba en una silla cercana.

Al final de una larga lista de bebidas alcohólicas que ni siquiera conocía, había un pequeño apartado con algunos bocadillos que eran perfectos para matar el hambre.

Después de varios minutos un mesero (tal vez el único que había) por fin se había percatado de su presencia y se acercó a él para limpiar la mesa y levantar el pedido.

Goten pidió tres hot dogs y una soda para beber. El mesero se retiró con la nota del pedido en mano.

Unas mesas mas allá había un par de mujeres conviviendo con tres hombres que las tocaban pervertidamente, ellas no se notaban molestas, parecían divertirse, reían y se les insinuaban, ellos se veían encantados.

Goten meditaba sobre aquella escena, pues eran cosas que no estaba acostumbrado a ver, lo hacían sentir incómodo e incluso lo asustaban.

Estaba concentrado en sus pensamientos cuando un rostro conocido se acercó a él.

–¡Hola guapo! ¿Quieres compañía?– dijo la misma mujer que había conocido en el motel.

–Estoy bien, muchas gracias –contestó tratando de ser amable, desvió la mirada a modo de indirecta para que la mujer se marchara, pero aún así se sentó en la silla frente a él.

Estaba en problemas, tendría que actuar lo mejor posible como un adulto maduro para que no lo descubrieran, de no ser así, pensaba, lo echarían del motel.

–Soy Cinthya Feder –dijo la mujer soltando otra bocanada de humo de su cigarro –Mi hermano y yo somos propietarios del motel. ¿De dónde vienes Arthur? –Preguntó.

–De Tofee City –mintió Goten– tomé un trabajo en Ruby City, así es que debo llegar allí.

–Te falta un largo camino –dijo Cinthya.

–Así es –contestó Goten– por lo mismo debo apurarme para regresar a descansar, mañana debo salir temprano.

No sabía qué más decir, no tenía idea de cómo hablarle y ella al parecer no entendía que él quería que se fuera, solo lo analizaba tranquila y curiosa entre bocanadas de humo con el cigarrillo en mano.

El mesero se acercó con los hot dogs y los dejó frente al chico. –Disculpe joven, no tenemos soda por el momento, ¿puedo ofrecerle algo más? ¿Una cerveza quizá?– comentó el mesero.

–¡Consigue una soda para el joven, Omar! –ordenó Cinthya antes de que Goten pudiera contestar. El mesero afirmó con la cabeza un tanto apenado.

–Está bien la cerveza –dijo Goten. Además de evitar que el mesero fuera regañado, bebiendo cerveza podría demostrarle a Cinthya su madurez, pensaba él, además ¿qué tan mal podría saber?

LA VÍCTIMA NÚMERO OCHODonde viven las historias. Descúbrelo ahora