C:08 | EL VERDADERO ENEMIGO SIEMPRE FUERON LAS MARIPOSAS.

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Miré a Eckerd sin un gramo de diversión en el rostro, tenía las piernas dos cuartos más grandes que las mías y sin embargo iba un piso por debajo de mí.

¿Cómo terminé subiendo las escaleras de mi edificio con Eckerd? Bueno, creo que es algo obvio que definitivamente meter a Eckerd en mi departamento no fue idea mía, de hecho, puede decirse que fue casi contra mi voluntad.

Eran las siete de la noche y acababamos de cerrar caja cuando Beth me miró con una sonrisa muy sospechosa, y prosiguió a pedirme que me llevara a Eckerd conmigo y no se lo devolviera hasta mañana por la mañana, porque ella tenía una —y cito textualmente— “cita”.

Tanto Eckerd como yo estábamos en shock aún, ¿Qué significaba que Beth tuviera una cita? ¿Qué tipo de cita te hacía verte en la obligación de enviar a tu nieto de casi dieciocho años a casa de tu otra nieta adoptada?

«Bueno, parece que a Beth le van a dar hoy, y no creo que consejos».

Mi cara era un poema, pero la de el chico moreno arrastrándose por las escaleras era aún peor. Y no la juzgaba, es decir, me alegraba que Beth tuviera a alguien especial, pero estaba bastante shockeada, y Eckerd… bueno, para él era un trauma.

Rodé los ojos, hastiada, y bajé los escalones hasta donde lo había dejado, lo tomé del brazo y usé la poca energía que me quedaba para obligarlo a subir más rápido. Era de noche y no había notificado ninguna visita, mientras más rápido entráramos; mejor.

Una vez que cerré la puerta detrás de mí, sentí una absurda necesidad por hacerme bolita y fingir mi muerte por tiempo indefinido, pero había un obstáculo, uno que había corrido a la sala para observar la calle desde la pared de cristal, idiotizado.

Lo miré enojada. Acababa de arruinar mis planes de hundirme en la miseria y no salir de mi habitación por tiempo indefinido.

De hecho, todavía no decidía si Eckerd me caía bien o mal, en primeras impresiones, considerando que me retuvo contra mi voluntad y me trató como una ladrona, además de todo lo borde que fue conmigo, bueno, puede decirse que me cayó en el hígado.

Pero seguía siendo el nieto de Beth, así que tenía que tolerarlo, y por consiguiente; seguía tratando de hacer que me cayera bien, aunque con cada día que pasaba parecía un poco más imposible.

Me aclaré la garganta dejando mi mochila sobre la mesa, pero Eckerd ni siquiera se inmutó.

Respiré hondo, había un 70% de probabilidades de que me estuviera ignorando a propósito, y si era sincera, si pudiera también me evitaría toda la incomodidad de convivir en contra de nuestra voluntad, pero como no podía, tomé un cojín del sillón y se lo tiré a la cabeza, para que no le quedara otra opción que mirarme.

—Auch —me miró con el entrecejo fruncido—, te recuerdo que le prometiste a mi abuela devolverme con vida.

—Los accidentes pasan —respondí, encogiéndome de hombros, con la misma cara de culo de siempre.

Eckerd tomó el cojín y lo tiró de vuelta al sillón, dedicándome una mirada de resentimiento.

—¿Dónde se supone que voy a dormir?

—En el sillón —musité eso último y volteó a mirarme enseguida, completamente indignado.

—Tienes cuatro puertas de aquel lado, una debe ser el baño, las otras tres habitaciones. ¿Por qué tendría que dormir en ese sillón?

—¿Qué tiene de malo mi sillón? —inquirí a la defensiva, cruzando mis brazos sobre mi pecho.

—¿Estás jodiendo, no? ¡Mide como metro y medio!

SÍ A TODO CHALLENGE #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora