El cúmulo de cera que reposaba sobre el manto de oración era tan espeso que Aemond podría enterrar una uña en él y sacar un pedazo del tamaño de una piedra.
Las velas que ardían encima de aquella mesa llevaban allí incluso desde antes de que él naciera. Todos los días, su madre encendía siete de esos palillos de cera y juntaba sus manos tan fuertemente que sus uñas se clavaban contra sus nudillos mientras ella le suplicaba guía y salvación a los Siete. Algunas veces, sin embargo, la mujer elevaba súplicas de perdón.
Hace mucho que Aemond se había acostumbrado a la devoción que ella mostraba. Él mismo se había pasado una gran parte de su vida con una incierta devoción hacia La Fé. Uno de los primeros regalos que recordaba haber recibido de niño era una copia del tomo de La Fé de los siete, y cuando no se encontraba en el campo entrenando con Sir Criston, el platinado se hallaba acompañando a su madre en el Septo.
Rezar era parte de su vida; todos habían nacido pecadores, por lo que debía dedicar su vida a arrepentirse si quería vivir una vida próspera. Los Siete siempre le sonreían a aquellos que se mantenían devotos.
O al menos eso era lo que le habían enseñado, pero luego su ojo le fue arrebatado.
De repente, los rezos no eran suficientes. Pedir por su salvación no era suficiente.
Sus oraciones se llenaron de deseos de venganza. Rezaba porque el padre lanzara su juicio sobre el heredero Velaryon y que el Guerrero obrara justicia. Pedía que Lucerys Velaryon se cayera de su dragón y que no fuera capaz de volver a montar nunca más. O al menos, que un día, Aemond pudiera tener a su sobrino a disposición para hacer justicia con sus propias manos.
Tardó más de lo que hubiera esperado, pero los Siete finalmente respondieron a sus plegarias. El tener a Lucerys Velaryon bajo su peso, privado de sus futuros títulos y condenado a gestar a su hijo, no era el futuro que Aemond esperaba, pero era justicia de todas formas. Aemond se convertiría en un lord legítimo. Tendría el título y las tierras que Lucerys nunca mereció y que tampoco parecía apreciar.
Sintió un placer enfermo ante ese hecho.
Hasta que le toca presenciar a Lucerys llorando el día de su boda.Aemond había intentado ser gentil y mantener la experiencia lo más impersonal posible. Lucerys se había pasado todo el banquete de boda en silencio y perdido en su cabeza. Era claro que no podía ni tolerar el ave que les habían servido en la comida, y el vino que tomaba parecía ser lo único que le impedía desmayarse allí mismo.
Lucerys no quería esa unión. Aemond tampoco la había querido al inicio. Cuando finalmente llegó el momento de dirigirlos hacia el lecho matrimonial, Aemond tampoco fue capaz de soportar la idea de ser vistos en tal acto. No habría ni una pizca de placer. Aemond no podía siquiera soportar la idea de tomar su propio placer de aquel acto. Algo que jamás había querido era ser como su hermano.
Mantuvo todo el asunto breve y directo al punto. No forzó a Lucerys a mirarlo ni a tocarlo tampoco, pero el castaño lloró a pesar de todo.
Aemond rezó pidiendo perdón después de eso, y rezó aún con más intensidad una vez que Lucerys fue declarado en cinta.
Su madre lo encontró solo en el Septo y se arrodilló junto a él, clavando sus uñas sobre la espesa cera. Aquello se había vuelto una ocurrencia común.
—¿Qué es lo que suplicas, Aemond? —Le preguntó un día, ocho meses después de su boda.
Aemond casi no podía mirarla. Estaba exhausto.
ESTÁS LEYENDO
Love Resembles a Misty Dream -Lucemond-
FanfictionTRADUCCIÓN AUTORIZADA. love resembles a misty dream (love me only 'til this spring) El amor se asemeja a un sueño brumoso (Amame solo hasta la primavera) Todos, desde el príncipe de Pentos hasta el granjero más común en El Dominio, sabían que el Re...