02|Acostumbrandome a la vida nuevamente.

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Como había dicho alguna vez el joven príncipe, el tiempo se pasaba volando y ahora estaba caminando de nuevo por los pasillos del palacio que alguna vez fue su hogar

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Como había dicho alguna vez el joven príncipe, el tiempo se pasaba volando y ahora estaba caminando de nuevo por los pasillos del palacio que alguna vez fue su hogar. A su lado estaban sus dos hermanas, la mayor Raziye y la menor Mihrimah. Esta última estaba tomando su mano mientras caminaba.

Sí, cuando volvió en el tiempo, se dio cuenta de varios cambios. Primero, que su padre tenía dos mujeres. De las dos, solo conocía a una que era Mükerrem, una mujer que lo perdió todo anteriormente y la madre de Raziye en la actualidad.

La segunda era Handan, una pelirroja de origen ruso como su madre, pero que era mil veces más ambiciosa y malintencionada que Mükerrem.

Algo que también le llamó la atención era que Mahidevran ahora estaba casada con el gran visir, su tío Uveys, y no era concubina de su padre. Cosa que, si pensaba bien, era lo mejor; por fin, podía ver una sonrisa en los labios de esa mujer.

Y vaya que Mahidevran era realmente bonita; las lágrimas no le quedaban bien.

───Juguemos algo, estoy aburrida.───Dijo la sultana Mihrimah.

───¿Jugamos a las escondidas?───Preguntó la niña de diez años a sus hermanos menores con emoción.

───Raziye, hermana, llevamos jugando eso las últimas tres veces.───Dijo un niño de cinco años con una sonrisa vacilante.───Ya no quiero jugar eso.

───No quieres porque siempre pierdes.

Vale, sí, Raziye tenía razón. No contradecía mentiras, claro que no, pero Alah, no tenía por qué decírselo a cada rato y mucho menos Mihrimah debería reírse. Se supone que estaba de su lado, ¿no?

No, claro que no, Mihrimah estaba del lado de su hermana mayor, por lo que no dudó en tomar de las manos a Raziye e ir corriendo las dos juntas por los pasillos del harén otomano.

El príncipe dejó escapar un suspiro entre sus labios. Sí, algo que agradecía de su reencarnación era que Mihrimah tuviese una hermana y fuera su cómplice.

Pero mentiroso no era, y muy en el fondo le gustaría volver a ser solo Mihrimah y él, porque de no estar Raziye, él podría estar con su hermana jugando cualquier otra cosa.

Mehmed caminó por los pasillos del harén en busca de sus hermanas, pero en su lugar encontró a las otras dos mujeres de su padre, Mükerrem y Handan. Ambas parecían muy tranquilas, como si nunca hubiese habido alguna enemistad.

Quizás (lo más probable) era que estas dos se hubiesen unido en una especie de acuerdo para deshacerse de su madre y toda su descendencia, lo cual era lo más probable en todo tipo de sentido.

Para nadie era sorpresa que él no era muy querido por esas dos víboras que pensaban que les quitaba el trono a sus hijos. Lo normal de ser madre en ese imperio.

Mientras caminaba, podía sentir la mirada de las dos en su espalda, especialmente la de Handan, que quizás era la que más lo odiaba de las dos. ¿Y eso por qué? Porque la pelirroja estaba enamorada de su padre; evidentemente, no le era agradable ver cómo él prefería estar con otra mujer a la que le juraba amor eterno y prefería a sus hijos por encima de otros.

Puede que su padre no hiciera tanta diferencia entre sus hijos como en su vida pasada, pero realmente aún había una ligera diferencia entre el trato de Suleiman a sus demás hijos. Sin embargo, no pensaba quejarse de eso con su padre. A él le convenía que toda la atención fuese solo de ellos, suya, de su madre y sus dos hermanas.

Pude escuchar una maldición por parte de Handan; sin embargo, no se atrevió a siquiera decir algo o voltearse, pues sabía que si se volteaba para mirarla corría el riesgo de acabar con la cara arañada, y ese suceso solo causaría grandes desastres para ella y su hijo.

El Sehzade decidió abandonar ese lugar con energía rara y corrió hasta llegar a los jardines imperiales. Entre las flores caminaba buscando a la mujer más importante que había en su vida, una mujer pelirroja que cantaba una canción de cuna en algún idioma desconocido para él.

───¿Qué idioma es ese, madre?───Preguntó el pequeño príncipe mientras abrazaba a Hurrem por las piernas.

───Es español; pensaba enseñártelo a ti y a tus hermanas por la tarde.───La pelirroja acarició suavemente los cabellos de su pequeño niño.

───¿Puedes enseñármelo ahora? Mis hermanas andan jugando por ahí y ya no quiero jugar a las escondidas, me aburre.

La Sultana sonrió un poco como si lo pensara. Sin embargo, tomó la mano de su hijo y volvió al palacio, donde se dirigieron a sus aposentos para enseñarle el nuevo idioma.

La dulce paz era la calma de muchos antes de la tormenta.

𝑬𝒍 𝒎𝒂𝒍𝒅𝒊𝒕𝒐|| Sehzade MehmedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora