05| La joven oculta entre los jazmines.

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En los siniestros aposentos de Handan, la madre de Korkut, la oscuridad se cernía como un manto

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En los siniestros aposentos de Handan, la madre de Korkut, la oscuridad se cernía como un manto. Aunque Korkut era el heredero y gobernante designado del imperio, estaba completamente ajeno a la maldición que su madre, Handan, había invocado sobre su medio hermano Mehmed, el príncipe.

Handan, sentada sobre su cama, estaba impaciente por presenciar el inicio de la decadencia del príncipe.

──¿Cuándo empezará finalmente la maldición sobre Mehmed? ──preguntó Handan a su leal criada, la única confidente de sus oscuros designios.

La criada, intentando trasmitirle confianza a su señora, comenzó a hablar.

──Sí, mi señora. Todo está dispuesto para que la maldición cumpla su cometido. Pronto el príncipe Mehmed conocerá el sufrimiento que has urdido para él.

Handan, con una risa siniestra, se levantó de su trono.

──La decadencia de Mehmed marcará el ascenso de nuestra dinastía. En la oscuridad, encontraremos nuestro poder.

La madre y la criada compartieron una mirada cómplice, anticipando el caos que se avecinaba sobre el príncipe Mehmed, sin que él sospechara la traición de aquellas que deberían protegerlo.


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Mehmed, el joven príncipe de veintiún años, se encontraba en la cúspide de su juventud

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Mehmed, el joven príncipe de veintiún años, se encontraba en la cúspide de su juventud. Su atractivo y noble corazón atraían la atención de todas las concubinas que lo rodeaban. Sin embargo, él, centrado en sus responsabilidades como heredero y en la idea de evitar la trágica muerte que la maldición había pronosticado para él, resistía a entregarse a los encantos de alguna de sus damas.

El tiempo avanzaba inexorablemente, y Mehmed sabía que se acercaba el año fatídico: sus veintidós años, el momento predicho para que la sombra de la maldición volviera a cernirse sobre él. Consciente de su destino, el príncipe estaba determinado a tomar medidas para evitar la tragedia que se avecinaba. La idea de perder su vida en la flor de la juventud lo atormentaba, y no estaba dispuesto a aceptar pasivamente su destino.

Entre los deberes y las intrigas palaciegas, Mehmed buscaba respuestas y soluciones. Planeaba con cautela y discreción, buscando aliados confiables que pudieran ayudarlo a eludir el oscuro destino que le esperaba. Mientras tanto, la incertidumbre y la tensión se cernían sobre el palacio, donde los susurros de la maldición resonaban como un eco ominoso en los pasillos reales.

Mehmed caminaba en el sereno jardín imperial, su mente cargada de preocupaciones y la sombra de la maldición proyectándose sobre él. El suave perfume de los jazmines en flor llenaba el aire, y el príncipe se dirigió hacia esa sección del jardín en busca de un remanso de tranquilidad.

Entre la exuberante vegetación y los delicados pétalos blancos, dividió su atención hacia una figura que se movía con gracia y alegría. Era una joven de catorce años, de cabellos rubios que brillaban como el sol de la tarde. Su risa resonaba en el aire mientras corría y jugaba con los jazmines, creando una escena de pura inocencia y felicidad.

El corazón de Mehmed se conmovió al presenciar la espontaneidad y la alegría que irradiaba la joven griega. Sus ojos se encontraron con los de ella, y en ese instante, algo cambió en el príncipe. Un sentimiento desconocido y poderoso se apoderó de él, como si el destino hubiera tejido un nuevo hilo en el tapiz de sus vidas.

La joven, ajena a la carga que pesaba sobre Mehmed, se acercó con una sonrisa resplandeciente. Sus ojos se encontraron, y en ese intercambio silencioso, un entendimiento mutuo floreció. La magia de ese encuentro llenó el jardín imperial, como si los jazmines fueran testigos de un nuevo capítulo en la historia de ambos.

Mehmed, cautivado por la frescura y la autenticidad de la joven, sintió que un rayo de esperanza iluminaba su camino oscuro. En medio de los jazmines y la risa musical de la joven, nació un nuevo y prometedor amor que desafiaría las sombras del destino y florecería como los delicados pétalos blancos que adornaban el jardín imperial.

El Sehzade se acercó lentamente, cauteloso pero atraído por la luminosidad que Anastasia irradiaba. Al llegar a su lado, la observó con admiración, maravillado por la frescura y la vitalidad que ella aportaba al jardín.

── Nunca había visto a alguien tan feliz y despreocupado entre estos jazmines. Tu alegría ilumina este lugar, como si fueras una chispa de luz en mi sombría existencia ── comentó Mehmed, su voz reflejando el asombro que sentía al encontrarse con una presencia tan singular.

Anastasia le dirigió una mirada curiosa, sus ojos centelleando con inocencia y vivacidad.

── ¿Asombroso, verdad? ── respondió ella con una risa melodiosa. ── Los jazmines tienen la extraña habilidad de hacer que todo parezca más mágico. Pero, ¿Quién eres tú, y por qué tienes esa mirada tan seria?

Mehmed se sorprendió por la percepción aguda de Anastasia. Pocas personas notaban su carga invisible, y menos aún se atrevían a abordarla tan directamente.

── Soy Mehmed, príncipe de este imperio. Y, en este momento, solo soy un hombre que encuentra algo extraordinario en medio de un día común. ¿Cómo te llamas, luz de los jazmines? ── preguntó con una sonrisa, dejando que la conexión entre ellos se profundizara.

Anastasia se inclinó con una graciosa reverencia.

── Soy Anastasia, mi príncipe. Y aunque no entiendo por qué alguien como tú estaría sorprendido de encontrarme entre estos jazmines, me alegra ser la causa de tu asombro. ¿Te gustaría unirte a mí en esta danza de pétalos y risas? ── propuso, extendiendo la mano con una hospitalaria invitación.

Mehmed, encantado por la perspectiva fresca y libre de Anastasia, aceptó la mano con gratitud, sumergiéndose en el mundo mágico que ella había creado entre los jazmines. La conexión entre ellos creció, desafiando las expectativas y revelando que, a veces, la vida podía sorprender incluso a aquellos que pensaban conocer su curso con certeza.

𝑬𝒍 𝒎𝒂𝒍𝒅𝒊𝒕𝒐|| Sehzade MehmedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora