CAPITULO 01: "Floristería"

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El tintineo del despertador rompe la tranquilidad de la mañana. Mis ojos parpadean lentamente, ajustándose a la luz tenue que se filtra por las cortinas. El día se despierta, y con él, las rutinas familiares que me han mantenido anclado en la realidad.

Me arrastro fuera de la cama, me deslizo en una bata desgastada y desciendo las escaleras que crujen ligeramente. En la cocina, el aroma del café recién hecho, acaricia mis sentidos. Mientras espero que la cafetera haga su trabajo, mi mirada se desliza por la pequeña floristería que he llamado hogar durante tantos años.

Entre lirios y tulipanes, cada flor cuenta su propia historia. Me sumerjo en el ritual diario de cuidar de ellas, cortando tallos, rociando agua y compartiendo palabras silenciosas que solo las flores parecen entender.

La campanilla sobre la puerta suena, anunciando la llegada de un nuevo día en la tienda. La primera cliente, una mujer con ojos curiosos, busca algo especial.

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarte hoy? —pregunto con una sonrisa.

Ella observa las flores con atención antes de decidirse por un vibrante ramo de gerberas.

—Me encantan las gerberas, pero siempre se me marchitan rápido. ¿Tienes algún consejo para cuidarlas?

Mientras selecciono las flores, comparto algunos trucos sobre la cantidad adecuada de agua, la luz y el amor que necesitan. Entre la charla sobre cuidados florales, nuestras conversaciones se desvían hacia experiencias de jardinería y la belleza efímera de las flores.

—Es sorprendente cómo algo tan delicado puede enseñarnos tanto sobre la vida —comenta ella, admirando su elección.

Así, entre risas y consejos florales, la mañana adquiere un matiz distinto.

Con las gerberas en su lugar, me sumerjo en el cuidado rutinario de la tienda. La puerta se abre nuevamente, revelando la presencia de la señora Gloria, una anciana que vivía a dos cuadras de la floristería.

—Buenos días, Joven. ¿Cómo ha estado esta semana? —su voz, suave como el susurro del viento entre las hojas.

—Todo tranquilo, como siempre. ¿Y usted? —respondo, sintiendo el peso de su presencia y la historia que trae consigo.

—Ah, la misma rutina. Pero aquí estoy, lista para las rosas de siempre —dice con una sonrisa, aunque sus ojos llevan el peso de los años y la pérdida.

Mientras selecciono las rosas, el silencio se torna denso como la neblina matutina. Cada rosa que elige es más que una elección floral; es un tributo a su hijo, un teniente del ejército británico, cuya memoria se mezcla con el aroma de las rosas. Entre nuestras risas, se esconde la tristeza compartida.

En su pregunta casual, detecto la mirada profunda de sus ojos:

—Lyrik, ¿cuándo será el día en que hagas algo más interesante que estar cubierto por el abono de plantas?

Nos reímos, pero la tristeza persiste. Le respondo que disfruto estar aquí y que, además, asisto a la universidad en las noches.

La señora Gloria, con una risita, comenta:

—Está bien disfrutar de la juventud, Lyrik. Sal, conoce personas, tal vez hasta encuentres a alguien especial.

Niego con la cabeza, rechazando la idea. ¿Novia? ¿Quién necesita una novia? Si quiero llorar, lo puedo hacer viendo una película.

—La vida tiene sus propias formas de sorprendernos. —agrega ella con un toque de melancolía en su voz.

Nos despedimos, y observo cómo la señora Gloria se aleja de la tienda con un ramo de rosas entre sus manos, llevando consigo la carga de los recuerdos y la fragilidad de la vida. Entiendo la indirecta, y aunque no digo nada al respecto, sé que se refiere a su hijo.

La pérdida de su único hijo marcó su alma de manera indeleble. Aunque han pasado cinco años, sus ojos aún reflejan la tristeza de un amor que se fue demasiado pronto. Nunca volvió a tener la misma alegría, y esta tienda de flores, que alguna vez fue testigo de risas y memorias felices, ahora guarda susurros de nostalgia entre los pétalos. En ese instante, mientras cierro la puerta detrás de ella, me sumerjo en una reflexión sobre la fragilidad de la existencia y la capacidad de las flores para capturar, en su efímera belleza, los matices más oscuros de la vida.

Con la puerta de la tienda cerrada, me sumerjo en el trabajo diario, cuidando meticulosamente cada flor como si fuera un fragmento de vida. El aroma a frescura y la suave música de fondo se mezclan mientras organizo el espacio.

A medida que me sumerjo en la tarea, mi mente divaga entre los caprichos de la naturaleza y las historias que las flores esconden. Pasan las horas, y cuando el reloj marca el momento del almuerzo, decido hacer una pausa.

Cierro la tienda y camino hacia el pequeño restaurante cercano. El tintineo de la campana anuncia mi llegada, y me sumerjo en la atmósfera acogedora del lugar. Pido un plato sencillo, pero reconfortante, disfrutando cada bocado como si fuera un pequeño regalo en medio de la rutina.

La tarde avanza, y de vuelta a la tienda, una sorpresa inesperada me aguarda. Al abrir la puerta, me encuentro con el caos en el cobertizo. Un grupo de traviesos gatos ha decidido convertirlo en su propio escenario de juegos, desordenando herramientas y tierra en un espectáculo de caos felino.

—¡Maravilloso...tú eres el líder verdad! —señalo indiscriminadamente al gato naranja que me observaba a la distancia.

Entre risas y suspiros, paso la tarde deshaciendo el estropicio. Cada objeto fuera de lugar es una pequeña pieza de un rompecabezas que debo recomponer. Los gatos, indiferentes, observan desde la distancia, dejando un rastro de huellas curiosas.

A medida que el sol se despide en el horizonte, el cobertizo recupera su orden habitual. Me quedo allí, mirando el resultado de mi esfuerzo, mientras el anochecer tiñe el cielo con tonos cálidos.

El sol se oculta, pintando el cielo de colores dorados mientras arreglo las últimas herramientas en el cobertizo. De repente, rompiendo el silencio, el sonido del teléfono de la floristería retumba en la tienda. Es extraño; no esperaba ninguna llamada de clientes ni de proveedores. Limpio mis manos en un trapo sobre mi hombro y me dirijo a la recepción, donde el teléfono sigue insistente.

—¿Floristería Everhart? —respondo, pero la respuesta se retrasa.

—¿Lyrik Everhart? —una voz femenina finalmente se escucha.

—Sí, soy yo. ¿En qué puedo ayudarte? —mi tono es cordial, pero una extraña anticipación se apodera de mí.

—El pedido de lirios blancos llegará mañana a las siete de la tarde.

—¿Lirios blancos? —mi ceño se frunce con desconcierto—. Pero no hice ningún pedido de ese tipo. No están en mi inventario.

Un silencio tenso suspende la conversación, antes de que la chica confirme con seguridad: —El pago ya está hecho. Solo necesitas firmar el recibido.

Intento interrumpirla, pero ella continúa como si siguiera un guion, agradeciendo por la compra y despidiéndose antes de que pueda detenerla.

—Disculpe señorita creo que est-

—Agradecemos por la compra realizada, señor Everhart, ha hecho usted una selección de flor especial. Tenga usted, una buena noche, adiós.

La llamada se corta abruptamente, y quedo con una sensación extraña en el estómago.

—¿Lirios blancos? No recuerdo haber hecho ese pedido —murmuro para mí mismo— ¿Habrá sido alguna equivocación? —sentia un sabor extraño en mi boca, sabía que esto no era, tal vez, un error común.

ENTRE LIRIOS & SOMBRAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora