«En algunas culturas y tradiciones, existe la creencia de que arrojar flores al agua tiene un significado simbólico. Por ejemplo, en ciertas ceremonias funerarias o rituales conmemorativos, se acostumbra arrojar flores al agua como una forma de honrar a los seres queridos fallecidos. Esta práctica simboliza la transición y la renovación, ya que el agua es a menudo asociada con la vida, la purificación y la fluidez.
Además, en algunas leyendas y mitologías, el acto de arrojar flores al agua puede tener connotaciones espirituales o místicas, vinculando la vida efímera de las flores con la transformación y el ciclo continuo de la naturaleza».
Es por ello que estaba aquí, en el "Grand Union Canal Walk" exactamente, sobre el pequeño y viejo puente de madera en dirección a "Capital ring".
El susurro de la naturaleza me envolvía mientras la brisa del frío Londres acariciaba mi piel, y la luz de la luna se convertía en mi única compañía en ese instante. En el reflejo de la oscura agua, percibía mi propia fragilidad.
Dejé pasar la oportunidad de ir a la universidad. No pude, o quizás no quise. Me hallaba donde el destino me guiaba, aquí, en este puente, sosteniendo flores marchitas entre mis brazos mientras mi mirada se perdía en las aguas.
Bajé la mirada hacia las flores, lirios blancos envueltos en desgracias. Enviadas a donde no pertenecían y destrozadas por aquel que pretendía poseerlas.
Las hojas secas se aferraban a los pétalos mustios como vestigios de días más radiantes. Mientras acariciaba con suavidad esos lirios desvanecidos, sentí el peso de la inevitabilidad.
Las flores muertas se convirtieron en testigos mudos de ciclos que llegaron a su fin. Entre sus delicadas formas, vi reflejados momentos que ya no podían revivir. A pesar que fui el principal actor de este crímen, yo las lleve a ese destino y debía dejarlas ir.
La brisa susurraba palabras de liberación, animándome a soltar ese simbolismo marchito. Con un suspiro, liberé las flores, permitiendo que sus pétalos desvanecidos se dispersaran con el aire. Los lirios, antes llenos de vida, ahora caían con gracia como susurros de un adiós inevitable.
Me acerqué al borde del agua, observando la superficie que reflejaba mi propia indecisión y viendo cómo flotaban por un momento antes de ser succionadas por la corriente. Las ondas se extendían, llevándose consigo la carga de lo que ya no podía retener.
El sonido de las flores al tocar el agua fue como una melodía melancólica. Aunque soltarlas me llenó de nostalgia, también me ofreció la tranquilidad de dejar ir lo que ya no podía sostener. Los pétalos, ahora a la deriva, se despedían silenciosamente, y yo quedaba con la esperanza de que el río las llevara hacia nuevos horizontes.
—Mis condolencias.
En medio del bullicio ambiental, una voz singular se alzó, rompiendo la sinfonía de sonidos que llenaba el espacio. Mi curiosidad dirigió mi mirada hacia la fuente del misterioso discurso. Emergiendo de la nada, la figura responsable de esa voz se reveló, una presencia envuelta en sombras que se confundía con la oscuridad circundante.
La cadencia de sus palabras, enmarcadas por el susurro del entorno, generó una atmósfera intrigante. Los sonidos naturales parecieron ceder terreno, otorgando un protagonismo peculiar a cada sílaba que brotó de esa figura enigmática.
La figura descansaba contra una pared de concreto, apenas a unos metros del puente de madera. No podía afirmar si ya estaba allí cuando llegué; no había prestado atención al entorno. El tiempo transcurría de manera difusa, sin que pudiera determinar cuánto llevaba en ese lugar. En ese momento, parecíamos ser las únicas almas presentes, las únicas testigos de la quietud del lugar.
No podía observar su rostro, la capucha del saco y las sombras hacían una mala jugada en este momento. Tampoco sabía como reaccionar ante su presencia, había muchas probabilidades, y todo se resumía a qué probablemente terminaría al igual que las flores, marchitas.
—No luces como alguien que ha tenido un buen día. —dijo.
La figura se apartó de la pared y ascendió por las escaleras del puente. Cada paso resonaba en la madera, un murmullo que envolvía mis oídos. A medida que se elevaba, su cuerpo cobraba nitidez bajo la luz nocturna, revelándose con cada destello como si la oscuridad quisiera desvelar sus contornos.
Cuando avanzó hacia mí, noté su altura superior a la mía, un detalle que, combinado con el entorno, me hizo retroceder ligeramente sin apartar la mirada. Este gesto no pasó desapercibido para él; detuvo sus pasos, como si la atención que le dedicaba le hubiera instado a reconsiderar su avance.
—No te haré daño, si ese es el pensamiento que atraviesa tú mente en este momento. —menciono, bajando la capucha que cubría su rostro.
Lo noté, su rostro se delineó sutilmente con la luz.
—¿Qué haces aquí? —dije.
—Creo qué esa pregunta debería haberla dicho yo. Suelo venir a veces a despejar mi mente aquí.
Con delicadeza, la persona se acercó al borde del puente. Sus manos se deslizaron con calma hacia la barandilla, y, con un gesto pausado, posó sus brazos sobre la fría madera.
—Estoy bien, solo vengo a despejar la mente —mentí, tratando de sonar como una persona normal.
—Los pétalos en el agua... —suspiró—. Dicen todo lo contrario. —Giró para mirarme por un momento.
—Solo estaba arrojandolas las flores marchitas al agua.
—¿Eso es lo que significa para ti?
—¿De qué hablas?
—¿Realmente solo son eso? Flores marchitas.
—Si, ¿Qué más podría hacer? —dije un tanto nervioso.
—Parece que estuvieras despidiendote de alguien.
—No, no hay nadie...por el cual despedirse.
—Mhm, eso dicen todos —extrajo un cigarro de su abrigo.
—Pues no es mi caso —sali a la defensiva.
—Aunque afirmes que no hay motivos para despedirte, creo que en cada trayecto de la vida hay encuentros y experiencias que merecen un adiós significativo.
La intensidad de la mirada del hombre se posó sobre mí, su rostro adquiriendo contornos fantasmales entre el torbellino de humo que se desprendía de sus labios. Era como si cada palabra no dicha quedara suspendida en esa neblina, creando un silencioso tenso entre nosotros.
—Dime tú nombre.
—Lyrik —mi respuesta brota sin pensar, como un reflejo.
—Alexander Thornfield, encantado.
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ENTRE LIRIOS & SOMBRAS
RandomEn las sombras de Londres, Lyrik Everhart, dueño de una floristería, se enreda en un juego peligroso con Alexander Thornfield, un misterioso hombre. Entre flores y secretos, surge una atracción feroz. Alexander, atraído por Lyrik como lirios en la p...