Druella Black. 1955
Los gritos resonaban por toda la casa. Estaba siendo un parto terriblemente doloroso y complicado. Si el dolor no hubiera sido tan cegador me hubiera avergonzado por este mismo. No era una primeriza, era una bruja, y orgullosamente tenía la obligación de traer al mundo un heredero para la familia Black.
Los curanderos estaban nerviosos, entre las lágrimas aún podía ver la sangre, y si hubiera podido gritar, les hubiera obligado a sacar de una vez la criatura. El dolor atravesaba mi cuerpo como un torrente de fuego. Una agonía mientras luchaba por respirar entre los gritos ahogados.
Alguien me habló, no entendía nada, no podía escuchar, mis oídos pitaban incesantemente. Cada segundo se volvía una eternidad, y mientras el equipo médico trabajaba frenéticamente a mi alrededor, sentía que mi existencia pendía de un hilo. Mis fuerzas flaqueaban, y la idea de la muerte se insinuaba en los rincones de mi mente agotada.
Las voces del personal médico se mezclaban en un zumbido lejano, y mi visión se nublaba. Cerré los ojos con la esperanza de que, al abrirlos de nuevo, la pesadilla habría terminado. Entre lágrimas y sudor, el llanto de un pequeño ser rompió el silencio tenso.
Dormí. Cuando desperté me obligaron a tomar pociones que no reconocí, sin tener la fuerza de preguntar que eran, seguí durmiendo. Todo el mundo pensó que moriría. No estoy segura si en algún momento Cygnus me visitó durante mi letargo, recuerdo su voz pidiendo que no muriera, pero debió ser un sueño.
Con la boca seca desperté una noche. Mi cabeza se retorcía de dolor, y cada movimiento me obligaba a detenerme para recuperar el aliento, pero salí de peligro de muerte. Me obligaron a tomar más pociones, y esta vez hice el esfuerzo de preguntar qué eran. Me lo explicaron torpemente, incómodos de perder el tiempo en mi comodidad. No entendí lo que eran, las tomé igualmente.
Cygnus entró en mi habitación mientras comía un caldo insípido. Paró frente a mi cama, avergonzada intenté recogerme el pelo con inutilidad. Se rizaba salvajemente, y le escuché hablar odiando mi aspecto ante él.
"Dicen que ya se encuentra usted mejor", fue lo primero que dijo. No le miré, pero sonreí, tratando de ser amable, "Tenemos otra hija". Lo dijo sin ningún reproche, sin ningún pesar, pero sabía lo que eso significaba.
"Lo siento", murmuré viendo hacía las mantas. Mi sopa se iba enfriando, y soporté unos segundos la respiración, aguantando el silencio en la habitación, hasta que intenté arreglar mi error, "La próxima vez saldrá bien", un escalofrió me recorrió por la espalda, angustiada sentí las secuelas del dolor por mis piernas, temblando sutilmente.
"Druella, los médicos dicen que otro embarazo pondría en riesgo su vida. Moriría seguro", al fin le miré, su decepción era casi irreconocible en su fría mirada. El pánico se extendió por mi pecho rápidamente, deje caer la máscara con la que tímidamente nos tratábamos, desconsolada.
De repente no significaba nada en aquella casa. Todo el matrimonio, la soledad, el dolor que había sentido, mi única función se quedaba en aquella habitación la noche anterior. Escucharía los comentarios en cada comida, en cada gala, en cada fiesta; como no había podido traer honor a mi esposo, un heredero para la familia. Allí quedaba mi última oportunidad de sentir un poco de amor siendo una desconocida en casa de los Black.
Cygnus me miraba algo sorprendido. Avergonzada me recompuse. "Lo siento", repetí muy seria. Las ganas de llorar anidaban en mi garganta, esperando estar sola para poder hundirme.
Cygnus miró el suelo y sonrió forzadamente, intentando reconfortarme ante mi inesperada reacción ante él.
"He pensado en nombres para la niña", aquello era novedoso. Cygnus nunca se había interesado en los detalles estéticos.
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Historias de la Familia Black (Marauders)
De TodoLa Casa Black es una de las más grandes y antiguas familias de magos y brujas de sangre pura de Gran Bretaña, y muchas familias de magos están emparentadas, aunque sea lejanamente, con ella. A finales del siglo XX, la familia Black se extinguió, má...