Alphard Black, 1960
Existen lugares cálidos en este mundo oscuro que nos rodea. Existen, no son espacios, ni se cierran dentro de cuatro paredes, sino que vienen de nuestra mano, llevan camisas y zapatos de piel, aunque prefieran deportivas y camisetas. Sus manos son suaves, incluso rotas y raspadas por la vida, al tocarnos son suaves como seda. Nuestros ojos solo pueden verlos a ellos en una habitación repleta de personas. Son tan cálidos que podríamos pasar toda nuestra vida a su lado.
No importa su nombre, ni su aspecto, ni su altura. No importan sus ojos, ni sus dientes o su pelo. No importa nada más que su calidez. Podrían destruir el mundo y seguiríamos a su lado, reconfortantemente cálidos. Son sus palabras nuestro aliento, son sus caricias nuestro tacto. No hay nada más hermoso en un mundo tan horrible como el nuestro.
Encontrar a alguien que se sienta más hogar que persona es una suerte incomparable. Sentarse a su lado es mejor que todos los tesoros del mundo. Cuando dice que nos ama, y nosotros le creemos, toda la galaxia se concentra sobre nuestro pecho. No importa su forma, simplemente los amamos cómo el ave volar o la planta el sol. Así me siento, espiga en el campo, bendecida por la luz de Jules.
Dice que me ama, y mirando sus ojos, yo así lo creo. Confía en mi palabra, toma mis manos entre las suyas, besa las heridas que ya cicatrizaron, pero cuando no puede hacerlo, lo hago yo por él. Es tanto mi amor que podría bajar al mismo Hades por él, y cómo Eros al encuentro de Psique, lo despertaría con un beso.
Confía en mi palabra, y entiende que tenga secretos. No le importa mi familia, entiende que no me llevé con ellos, es decir, ¿quién se lleva con sus padres hoy en día? Tiempo endemoniado en el que vivimos.
Entiende que me vaya cuando llega la carta de Cygnus, y entiende que no le pueda llevar conmigo, pero me despide de un besó largo y comprensivo, antes de verme salir por la puerta.
"Pars maintenant, tu vas rater le bateau" me despide. Si solo supiera que no me hace falta un barco para volver a casa. Algún día se lo contaré, como le contaré todos mis secretos.
La primera vez que vi el mar tenía diez años. Faltaban cuatro años para la gran guerra muggle, con sus sirenas y sus bombardeos. Se suponía que eran unas vacaciones familiares, pero padre partió a la mañana siguiente por trabajo. Madre se quedó todo el día en la cama, con un dolor de cabeza, que pudo ser de corazón. Yo salí solo con Cygnus, nos divertimos, e incluso hablamos con varios niños muggle que jugaban por las calles. Regresamos para encontrar a Walpurga durmiendo, y a madre en la cama.
El mar estaba tranquilo, me senté al borde de la cama de mis padres, y madre abrió los ojos para mirarme. Me sonrió, sonreí de vuelta. "¿Qué quieres, mi amor?", preguntó. No quería nada, pero me tumbe a su lado y besó mi frente con infinito cariño. Dejé que me abrazará, y escuchando el latido de su corazón, dormí llenó de amor.
Hoy la marea está revuelta. Su oleaje levanta y salpica el puerto, y un mozo vestido de blanco me ha recomendado que me resguarde. Hoy no van a salir barcos, cierra por tormenta. Agradezco la información, dirigiéndome a la taberna. Dentro saludo a Francis, ya nos conocemos de mis frecuentes visitas.
"Une bière, monsieur Alphard?".
"Non, non, mon cher ami, je vais visiter les services", saludo dirigiéndome al baño. Sonríe, su sonrisa mientras seca una jarra es lo último que veo de Bélgica, al siguiente segundo me encuentro apareciendo en pleno ministerio de magia londinense. Francis es de los pocos magos que conozco en la ciudad, y que conocen mi apellido y no les importa.
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Historias de la Familia Black (Marauders)
De TodoLa Casa Black es una de las más grandes y antiguas familias de magos y brujas de sangre pura de Gran Bretaña, y muchas familias de magos están emparentadas, aunque sea lejanamente, con ella. A finales del siglo XX, la familia Black se extinguió, má...