Orion

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Orion Black, 1965




Por la puerta del club aparece mi padre. Habíamos quedado, pero llega tarde. Me mira y se acerca. Viste de azul oscuro, con gran capa y larga vara de mando rematada con acabados de plata. Siempre fue una persona molesta, es mi padre, pero le detesto y lo sabe.

Habla despacio y con gran sorna. Le detesto, pero es un buen compañero de copas. Burlón e indiscreto, pero nunca me ha llegado un solo rumor de algo que le haya contado. Supongo que será un perdedor, pero es mi padre.

"¿En el trabajo?", me pregunta con sorna, sentándose.

"A tu salud, padre", brindo en el aire sonriendo. Me mira pensativo y le pide al camarero una copa de tinto.

"Te veo decaído, Orión", me dice, me rio, porque la única alternativa que me queda es llorar. "¿La mujer?".

"¡La mujer!".

"Bueno, nada que no arregle una copa. Tu madre también rabiaba cada día los primeros años", le miró.

"Padre, no me querrás comparar a madre, que en paz descanse, con Walpurga", me mira riendo, confundido.

"Fue buena moza, supongo, aficionada al baile y a los perfumes, recatada, pero cuando nos casamos era muy contestona. No me gustaba discutir, y ella siempre lloraba. Probó de está vara repetidas veces", se ríe, no puedo creer que lo diga así, que hablé así de mamá. "Tu sabes que en casa hay que poner orden rápidamente cuando hace falta, y en mi casa era coser y cantar", le miro molesto. A este hombre al que respeto por darme la vida, no tiene ninguna otra razón para caerme bien. Si el peso de la sangre no fuera tan fuerte, haría años que le hubiera borrado de mi vida.

"No digas esas cosas así, me revuelves el estómago. Además, mi caso es distinto. Walpurga no me quiere, me enciende la sangre cada día. Discute conmigo por cualquier cosa, y encima quiere que me quede con los niños, me les manda a que los riña", se ríe, "Padre, no se ría, que de gracioso nada".

"Siempre fue una chiquilla fuerte, aún recuerdo lo que decía su padre...", yo también lo recuerdo, hablaba de mi prima, no de mi maldita esposa. "Es natural".

"No lo puede imaginar. Nos odiamos. Al principio pensé que la dominaría hablando, haciendo tratos, pero ella es siempre ella".

"Y tú siempre tú, demonio. Vamos, lo estoy viendo y me parece mentira cómo un hombre, lo que se dice un hombre, no puede meter en cintura, no una, sino ochenta hembras. Si tu mujer te manda, si tu mujer se pone agria contigo, es porque tú quieres, porque tú no tienes arranque. A las mujeres, buenos apretones en la cintura, pisadas fuertes y la voz siempre en alto, y si con esto se atreven a hacer quiquiriquí, la vara, no hay otro remedio. Tu abuelo y el mío te lo podrían decir desde la otra vida, si por casualidad están allí...", dice seguro de sí mismo. Receloso, intento no sonar muy agrio al responder.

"No me importa lo suficiente como para llegar a eso, no se moleste. El caso es que yo tampoco la quiero, no estoy enamorado de mi mujer, no quiero nada de ella".

"¡Demonio!".

"Sí, señor, ¡demonio!", me burló. No creo que este maldito sea capaz de notar el sarcasmo.

"Entonces, grandísimo tunante, ¿para qué discutes con ella?".

"Ahí lo tiene usted. Yo no me lo explico tampoco", me mira como si le matase.

"¡Pues te has lucido!".

"Sí, señor, me he lucido... Ahora, que yo no aguanto más. Maldita sea...".

"¿Y qué piensas hacer?".

"Nada, dejar que me grite".

"¿Se te ha vuelto el juicio? Un hombre como...".

"Yo soy un hombre pacífico. Además, estoy acostumbrado a las voces y a estar en lenguas de todo, soy un Black, maldita sea. Pero no me veo iniciando un escándalo, molestando a mi mujer de esa manera. La dejo gritar, y que sea feliz".

"Es una lástima que un hombre como tú no tenga el carácter que debía tener".

"Ya ve usted", me mira apenado, se bebe la copa de un trago, como si le doliera que no sea de esos que pegan palizas a muerte. "Si alguna vez tocará con mala intención a Walpurga, estoy seguro de que acabaría matándola", digo en voz alta, no me hubiera nunca atrevido a decirlo en voz alta, pero entre asesinos no es tan raro hablar estas cosas, ¿verdad padre?

"Tampoco seas bruto. Además, ¡como guapa, es guapísima!".

"¿Usted cree?".

"Un poco brusca... pero es una mujer guapísima. ¡Qué cintura tan ideal!", le miro asqueado.

"No la conoce usted".

"Tengo que regresar al ministerio. Ni permiso nos dan ahora de beber, ¿puedes imaginarlo? Es culpa de los amugglesados", le veo pagar. Me mira sonriendo, atando su capa larga. "¡Escríbeme pronto! La casa es muy triste desde que te casaste, ven algún día con los niños", eso no va a suceder. "Y a ver si se despeja esa cabeza".

Le despido con la mano. Supongo que, en el fondo, si la mirase con otros ojos no los míos, Walpurga tiene buen talle. Si no fuera tan horriblemente neurótica y exagerada... Va siendo hora de volver también a casa. Me debe estar esperando para discutir otra vez. Se debe aburrir una barbaridad el resto del tiempo.

"Buenos días, padre", me saluda cuando llego Regulus. Sonrió y revuelvo su pelo oscuro. No se ríe, pero sonríe. Sirius está en la sala leyendo junto a su madre, que me mira.

"No le despeines, no sabes lo difícil que es peinar los rizos", comienza.

"Lo sé".

"Si sabes lo complicado que es y que me va a molestar, ¿por qué lo haces?", gruñe. Sirius deja de leer y se levanta, llevándose a Regulus. Odio que reaccione tan rápido. No puedo evitar seguir su juego cuando no están.

"¿Qué he hecho yo? ¿No te digo que no me dejas ni moverme?".

"Ya estoy harta de explicarte... pero es inútil", se levanta enfadada, fingiendo que está cansada. Miró el té frío y abandonado sobre la mesa, frente a mi silla, no debería, pero demonio, a veces creo que todos tienen o mejores esposas, o saben tratarlas mejor que yo. Le tiró el líquido sobre la falda.

Me mira horrorizada, ve la falda, me ve de vuelta, se acerca enardecida y como si no temiera nada de lo que puedo hacer, me cruza la cara de una bofetada que resuena con fuerza. No se aleja espantada de lo que ha hecho, no tiembla, ni si quiera rompe el silencio con el que pensaba salir. En mutis se dirige de nuevo fuera. Dejó caer la taza que se rompe, me mira.

"¿Por qué no me dejas marchar!", grita viéndome de nuevo. Me levantó. Que ondas en el pelo, que ojos más hermosos, que lastima de talle. Que cosas más horribles le he dicho, que cosas más feas he hecho.

"Estoy deseando que te vayas", respondo serio. Por fin me mira confundida, enfadada pero nerviosa. Se aleja unos pasos.

"¡Pues déjame!", me grita. La agarraría del cuello si tuviera el valor.

"¡Pues vete!", me mira unos segundos silenciada. Al fin sale, con sus pasos a tacón castañeando el suelo, ardiendo por donde pisa. Que difícil sería matar a una mujer tan hermosa.














Historias de la Familia Black (Marauders)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora