1.- Mamá, Papá, Rin, Sae

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Una luz cegadora pega directamente en tu rostro a través de la ventana de la habitación. Parpadeas varias veces pensando de dónde viene esa luz si tu recámara no tiene una ventana en ese lugar. Cuando tus ojos se acostumbran al destello, puedes distinguir muebles y cosas alrededor, pero nada te parece familiar.

—¿Qué hago en esta habitación? —piensas.

Giras tu cabeza lentamente a tu costado para ver la silueta boca abajo a tu lado, un hombre de espalda desnuda y el resto del cuerpo cubierto por las sábanas roncando, mientras su rostro miraba al lado contrario y su cabello oscuro te resultaba desconocido.

—¿Quién es este hombre? —susurraste acercándo tu cara para tratar de reconocerlo.

De pronto, sentiste que habías hecho algo inapropiado al observar un anillo de compromiso en su mano derecha. Se trataba de un hombre casado.

—¡Ay, no!

Has dado una voltereta hacia atrás por el susto y rodaste fuera de la cama, cayendo sobre una almohada que amortiguó el sonido de tu caída. Te cubriste la boca para no soltar alguna queja por el repentino golpe.

—¡¿Hicimos algo anoche?! ¡Me pasé de copas otra vez! ¡Me prometí que eso nunca volvería a pasar, pero soy estúpida! Crucé el límite, ¡este tipo tiene esposa!

Viste una puerta medio abierta que parecía dirigir a un baño dentro de la habitación y te apresuraste a entrar. Estabas descalza y llevabas una suave pijama blanca de algodón. Demasiado acogedora para ser usada tras una noche de pasión. De nuevo te entró la duda.

—La verdad no recuerdo haber tomado nada anoche. Estaba en mi casa, haciendo mi tarea, viendo Bluelock por tercera vez...

Recapitulaste sin éxito alguno de saber cómo terminaste en esa situación y ya te dolía la cabeza del estrés, así que te sacudiste de lado a lado para dejar de pensarlo tanto.

—Mejor me lavo la cara y vuelvo a mi casa pronto, antes de que mi mamá se preocu- ¡¡¡KHAAA!!!

Pegaste un grito descomunal y has caído sobre tu trasero en el piso del baño al verte al espejo y notar que tu apariencia era muy diferente a la de siempre. El escándalo despertó al hombre que dormía plácidamente en la cama.

—¿Cariño? ¿Todo bien allí? —preguntó mientras se frotaba los ojos.

—Es ese tipo. ¡Ya se despertó! ¿Y cómo se atreve a decirme cariño? Ni siquiera me conoce. —renegaste en voz baja— Sí, ¡estoy bien! —gritaste para calmar la situación. —Una noche juntos y ya creé que somos pareja. ¿Qué sigue? ¿Quiere que le haga un sándwich? —te quejaste a regañadientes.

—Bueno, linda. —se tranquilizó y se levantó de la cama— Entonces, cuando salgas del baño, ¿puedes hacerme un sándwich? Ya me tengo que ir a trabajar.

La sangre te hirvió al escuchar tal osadía de parte de ese desconocido confianzudo.

—¡¡¡¡¿Quién se cree?!!!! —te alteraste internamente— Los chicos de ahora son tan exigentes... debería decirle que se largue y me deje en paz.

Pero no eras capaz de ofender a un extraño en su propia casa. Podría terminar mal y preferiste tomarlo con calma.

—Si lo hago te lo cobraré.

Eres firme, te sobas suavemente el trasero mientras reincorporas tu cuerpo, tratando de quejarte lo menos posible por aquél golpe.

—Ya tienes todo mi sueldo, cariño. Necesitaré otro trabajo para darte más. Anda, termina de arreglarte, voy a despertar a los niños.

Arrugaste la frente y abriste la boca, casi teniendo un colapso mental al oírlo.

—¿Niños? ¡¿Qué?! ¿Además de todo, este sujeto tiene hijos? ¿En qué clase de mujer me he convertido? ¡¡¡Soy una gata rompe hogares!!! —lamentaste apoyándote en el lavamanos, con el rostro cabizbajo.

Querías llorar por la culpa. Te metiste a la cama de un hombre casado y además con hijos. Ya no te quedaba dignidad alguna para salir de esa casa sin sentirte la peor de las desgracias que hayan existido.

Resignada a que tu vida y una familia  entera estaba arruinada por tu culpa, volviste a verte al espejo para criticar tu nueva cara.

—Seguro que este hombre me ha pagado alguna operación.

Admiraste el color granate de tu cabello liso y corto hasta los hombros. Tu rostro de finas facciones y unos ojos verde aguamarina con hermosas pestañas inferiores largas.

—Vaya, me estoy volviendo loca con ese anime... Parezco una combinación entre Rin y Sae Itoshi. Si fueran reales, casi podría jurar que yo sería su...

—Mamá.

Escuchas la voz de un niño detrás de la puerta del baño. Te aterra pensar que los hijos de ese señor te vean y sepan que eres una intrusa. Guardas silencio y finges que no existes, pero el niño sigue tocando la puerta.

—Mamá, ¿estás ahí?

Parece ser muy pequeño, le calculas por lo menos 4 años de edad.  No tienes la más mínima intención de abrir o de responder, hasta que escuchas una segunda voz infantil, un poco más grave.

—Rin, ¿encontraste a mamá?

—No, ¿y tú, Nii-chan?

En ese momento, tu curiosidad se expandió como el viento queriendo estar equivocada sobre lo que acababas de escuchar. Avanzas hacia la puerta para abrirla, conteniendo la respiración, esperando que aquello no fuera un sueño.

Los ves ahí, frente a tí y ellos parecen reconocerte. Sonríen ambos al mismo tiempo. Son tan preciosos como lo imaginaste alguna vez, tus ojos se iluminan y tu boca se abre ligeramente por el asombro.

—¡Mamá! —dicen al unísono, confirmando que aquello no era una ilusión.

Eres la madre de Rin y Sae Itoshi.

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