8.- Adiós papá, hola... ¿abuela?

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Al llegar a casa, el señor Itoshi estaba ahí, y después de cenar, los chicos se van a su habitación, entonces le cuentas lo que sucedió.

—¿Cómo que mudarnos? —El hombre dejó su taza de té para observar tu rostro fijamente, desconcertado de tu decisión.

—Considero que Sae necesita relajarse y procesar esta etapa de duelo. —explicaste tratando de hacer que el padre comprendiera tu necesidad de protegerlo.

—Lo estás consintiendo demasiado. —respondió cruzándose de brazos— Es un hombre, debe aprender a enfrentar sus problemas.

—No dejaré que lo sigan molestando en la secundaria por decidir cómo manejar su vida.

—Mas bien, cómo destruirla. —gruñó apretando la taza, mostrando un gesto rígido de hartazgo— Dejó una gran oportunidad echando a perder esa carrera y nos hizo gastar dinero en sus entrenamientos, dietas y partidos. ¿Crees que el dinero me lo regalan? ¿Sus patrocinadores han invertido tanto en viajes y de la nada cambia de opinión? ¿Qué quiere hacer ahora? ¿Ballet?

—Ya basta. Estoy harta. —golpeaste la mesa al escuchar a su propio padre degradar a Sae por sus decisiones— ¡¿Como te atreves a echarme en cara lo que has hecho por tus hijos?! Si no tienes dinero para regalar, ¿porqué te lo gastas en todas esas mujeres?

—¿Qué demonios estás diciendo?

—Deja de hacerte el tonto. ¡No soy estúpida! —elevaste la voz de forma inconsciente al sacar las emociones  que estuviste ocultando por años— Sé que has estado haciendo eso a escondidas desde hace años. ¡Ni siquiera disimulas! ¡Traes el cuello pintado de labial y el olor a licor penetra en toda la casa!

—¡¿Y qué querías que hiciera?! ¡Hace años que no te acuestas conmigo! —gritó poniéndose de pie e inclinándose hacia tí con la mirada furiosa— ¡Eres mi esposa y me tratas como a un desconocido! ¡¿Cómo quieres que me sienta?! ¡El que trae dinero a esta casa soy yo y haré lo que quiera contigo! —apretó tu muñeca agresivamente, causándote miedo por lo que pudiera hacer estando en esa condición.

—¡No te atrevas a tocarme! ¡Desvergonzado! ¡Adicto!

—¿Porqué hay tantos gritos? —Rin salió de su habitación y llegó al comedor a toda prisa.

—¡¿Que está pasando con ustedes?! —Sae también se había alterado, pues sabía que él era la causa de su discusión.

—Tu padre está borracho, eso pasa. —dijiste nerviosa, tratando de soltarte de su agarre.

—¡Cállate! ¡No toleraré otra falta de respeto! —Su mano continuaba presionando tu brazo hasta dejarte roja la piel— ¡Quiero el divorcio! ¡Y quiero que te largues de mi casa!

—¡¡Suficiente!! —Rin apartó a su padre e hizo el mayor esfuerzo por contenerlo.

—Mamá, toma tus cosas, nos vamos de aquí. —dijo Sae rodeado tu espalda y sosteniendo suavemente tu brazo adolorido.

—Ustedes no se van a ningún lado con esa lunática. —amenazó tomando a Rin por la camisa— ¡Son menores y también son mis hijos!

Rin no dudó en compartir la misma mirada desafiante y antipática, empujándolo con un profundo odio.

—Yo ya no tengo ningún padre. —aseguró sin una pizca de dolor en su tono gutural.

—Ni siquiera sabemos lo que es eso. —agregó Sae, rebajando a su figura paterna sabiendo que aquello les costaría la separación definitiva. La desintegración de la familia Itoshi.

Al anochecer, cansada y triste, manejabas sin rumbo fijo con tus hijos dormidos en el asiento trasero. La noche era lluviosa y con niebla. Las ventanas se empañaban fácilmente.

—Esto no salió nada bien... —pensaste apretando los labios, impotente y confundida. Todo había pasado muy rápido. — No sé qué hacer. ¿Porqué de repente todo se derrumba? Yo solo quería que Rin y Sae no se separaran. Pero... ¿a cambio de perder todo lo demás?

Bajaste la cabeza un momento y por la niebla descuidaste a un auto que estaba por atravesarse.

—¡Mamá, cuidado! —avisó Rin al notarlo de reojo justo cuando despertó.

Un golpe leve al cofre del auto ajeno te hizo bajar para tratar de solucionar el problema y evitar que tus hijos terminaran durmiendo en una estación de policía de tránsito.

—¡Lo lamento mucho! ¡Fué mi culpa! Mi aseguradora lo pagará. —rogaste inclinándote frente al hombre con el que chocaste.

—No se preocupe, señorita. —sonrió de forma maliciosa al observarte sumisa y dispuesta, creyendo que estabas sola bajo aquella noche lluviosa— Estoy seguro de que podemos arreglarlo pacíficamente. —dijo con voz ronca, elevando tu barbilla para ver tus grandes ojos verdes suplicantes— ¿Tiene esposo?

—No, pero tiene hijos que la cuidan de viejos como usted. —advirtió Rin, saliendo del auto.

Tras aquella frase, el hombre recibió una patada en la entrepierna por parte de Sae, haciéndolo caer de rodillas sobre un charco de agua a la orilla de la carretera.

—Ella le dijo que su seguro lo pagará. —siguió Rin, tronándose los nudillos a punto de ser el siguiente en atacar— Váyase de una vez.

El hombre desapareció tan rápido como subió a su coche. Sae sacó la lengua en señal de burla.

—Viejo cobarde. Le tuvo miedo a dos adolescentes.

—Mamá, ¿estás bien? —preguntó Rin, abriendo un paraguas sobre tu cabeza.

Ambos te habían salvado de ese momento inoportuno. Se habían convertido en tus guardianes ante cualquier obstáculo, siguiendo tu modelo de crianza, unidos ante la adversidad.

—¿Dormiremos en un hotel? —interrogó Sae en voz baja en la incertidumbre de los hechos.

En realidad, no tenías un plan. No sabías a dónde ir ni qué hacer. Se te había salido completamente de las manos.

De repente, recibes una llamada en tu celular. Dudas sobre contestar pensando que podría ser el padre, pero el nombre del contacto fué una revelación oportuna.

—¿Madre? ¿Mi madre? —te preguntaste confundida. Ese era un personaje totalmente nuevo para tí.

Unas horas después, los tres bebían té caliente en un comedor humilde, dentro de una casita de campo.

—Te dije que ese hombre era un patán. Al menos te dió dos hermosos niños, —La abuela les apretó las mejillas a ambos hasta dejarselas rojas— pero eso no le quita lo patán.

—Auch. —se quejó Rin llevando una mano a su mejilla adolorida. Sae simplemente resistió el dolor con una expresión de pena.

—Gracias por recibirme, madre. —te inclinaste levemente aunque en realidad no la conocías. Incluso pensaste que no vivía porque en todos esos años no habías recibido una llamada suya. Tuviste suerte de llevar el contacto guardado en el celular y que además accedió a darte la dirección de la casa.

Recuerdo de la llamada con tu madre unas horas antes:

"¿Cómo qué ya te olvidaste de dónde vivo? ¡Aquí naciste, niña testaruda! Y la vieja olvidadiza soy yo. Busca algo dónde anotar, porque no lo voy a repetir."

Fin del recuerdo. Volvamos al presente.

—Eres mi única hija y ellos son muy jóvenes para vivir en la calle. ¿Acaso quieres que terminen como pandilleros? Por supuesto que no. Ambos irán a la escuela y tú vas a conseguir empleo. La comida no les hará falta mientras vivan conmigo, pero nada es gratis. Hay reglas en esta casa que deben seguir, regla número 1, ayudar en la limpieza todos los días, regla número 2...

—Sí, seguramente esta fué la razón por la que me casé...

Criando GeniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora