El viento otoñal golpeaba mi rostro y hacía danzar mi cabello dorado a medida que el caballo aumentaba la velocidad en dirección al pueblo. Me aferré a las riendas con fuerza sin tirar mucho de ellas para no detener su paso.
Este era de los pocos momentos en los que podía ser libre. Escapar del castillo y huir a los bosques y practicar mi puntería con el arco, además de estar solo yo con la naturaleza, por momentos nada de lecciones ni clases y mucho menos comportarme como un princesa tan delicada. Es en este momento donde puedo ser solo yo, no tengo que fingir una sonrisa para agradar a los demás.
Pero este momento llegaba a su fin a medida que veía las puertas del palacio más cerca.
Apenas me detuve un instante en las puertas estas se abrieron dejando libre el paso para entrar al establo. Bajando del caballo pude tomar una gran bocanada de aire, la adrenalina aún seguía en mi cuerpo.
—¿Tuvo un buen paseo, Princesa?
Me recibió una voz masculina que al oírla me daba una seguridad en mí misma, no solo por su puesto, más bien por toda la historia que hemos pasado.
—General Alexander —le di una de mis mejores sonrisas- fue un paseo gratificante, insisto en que debe acompañarme.
—¿Y dejar al rey sin la seguridad adecuada? No me parece buena idea, pero siempre disfruto escuchar sus historias.
Me tiende su mano junto una mirada cómplice sabiendo perfectamente qué es lo que desea. Me quito el arco de la espalda y se lo entrego junto al carcaj con algunas flechas.
—¿Qué diría su padre si la vé cargando con este tipo de cosas?
—Por favor general, ambos sabemos que el Rey Corvin no se acercará aquí ni muerto.
Una pequeña sonrisa asomó de sus labios pero muy pronto volvió a su semblante serio.
—Aún así debería tener mucho cuidado princesa, usted bien sabe que al Rey no le gustan las sorpresas.
—Lo tengo más que claro, general. —mantengo la conversación mientras me escolta a mi habitación— Aunque agradezco su preocupación debo pedirle que se relaje, esto no afectará su trabajo pues asumiré toda la responsabilidad.
Alexander caminaba a mi lado con ambas manos en su espalda manteniendo una postura recta e intimidante.
—Me preocupo por tí, Artemisa -todo rastro de formalidad desapareció apenas el pasillo quedó vacío—, la poca tolerancia del Rey me preocupa y siempre pagas el precio de sus arranques de ira. Puedo protegerte de todo lo que venga, pero no del Rey.
Ya que habíamos abandonado las formalidades pude soltar un suspiro sabiendo perfectamente a donde quería llegar. Relajé mi cuerpo preparada para la larga charla que habíamos tenido un montón de veces y siempre llegábamos a lo mismo, nada.
Con Alexander podía ser yo, nada de formalidades ni títulos honoríficos. Solo éramos Artemisa y Alexander.
Envolví su mano con las mías, las de él eran fuertes y a la vez ásperas por los años de trabajo y duro entrenamiento que tuvo que pasar para llegar a ser el general del reino y mano derecha de mi padre. No tenía nada y ahora él era el mejor del reino.
Le transmití confianza y calidad con mis manos.
—Alexander, sé el duro trabajo que haces para protegerme, pero de verdad no pasará nada malo, solo confía en mí y todo va a estar bien.
Parecía dudarlo, era normal que se preocupara por mí y de estar en su posición también lo estaría.
—Sabes que confío en tí Artemisa -dio un leve apretón a mi mano—. Eso no quiere decir que deje de preocuparme por tí.
ESTÁS LEYENDO
Derrocando la corona
FantasyArtemisa lo único que quería era poder sentirse libre. Libertad que por culpa de su padre le fue arrebatada. El rey en un acto de controlar la rebeldía de su hija asciende a Kyler a guardia personal de la princesa. Mientras Artemisa está ocupada t...