Capítulo 2

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Sabía que mi comportamiento no fue el más adecuado con Alexander, pero estaba molesta. Creí que al menos él se pondría de mi lado. Pero no fue así, le debe lealtad a mi padre y su prioridad siempre será él. Eso me lo dejó en claro con el pasar de los años. Pero a pesar de yo saberlo llegó en un punto donde me daba igual, le tenía demasiado aprecio y el estar enojada con él era una tortura, necesitaba contarle cosas, ir a entrenar y caminar juntos por los jardines. Debía dejar mi orgullo e ir a disculparme.

Habían pasado 2 días desde la discusión, 2 días donde lo estuve evitando. Ya fue suficiente castigo para ambos.

Tragué mi orgullo y fui en su búsqueda. Aún no era mediodía, y sabía donde estaría.

Recorrí los pasillos buscando las palabras correctas. Nunca habíamos tenido una discusión tan fuerte a tal punto de no hablarnos o tener que disculparnos. Admito que fue mi culpa, pero necesitaba su apoyo y que se pusiera de mi lado, él ve como vivo día a día en el castillo, fingiendo una sonrisa, cuidando los tontos modales y ocultar moretones con maquillaje. Después de todo aquello esperaba un "todo estará bien", "Serás libre", "Te ayudaré a escapar" o "Huyamos juntos".

Sacudí mi cabeza de un lado a otro ignorando el último pensamiento. Basta de esos pensamientos. Debía concertarme en planear mi disculpa.

Varios guardias chocaban las espadas en el campo de entrenamiento y el sonido metálico resonaba en el aire. Muchos tenían el pecho descubierto dejando ver sus bien formados cuerpos, el sudor les daba un ligero brillo bajo el sol favoreciéndoles totalmente.

No me dejé impresionar por ello, después de todo pasé varias horas entrenando con ellos, el cuerpo de un hombre ya no tenía ningún efecto en mi. Vi como en un rincón no muy lejos de los chicos había un grupo de mujeres casi babeando por ellos. Solté una risita con aire de superioridad.

Seguí caminando entre los demás chicos que entrenaban, algunos solos, otros en pareja, espadas, arco y combate cuerpo libre. Son muchas opciones las cuales puedes aprender y me fascinaba cada una de ellas.

Finalmente encontré a quien buscaba. Alexander. Estaba ayudando a mejorar la técnica con la espada a un novato, se veía de quince años. Le habían llegado nuevos reclutas. Al verme sonrió y le dio una orden al joven para luego dejarlo y hacerme compañía.

—Que agradable sorpresa verla por acá princesa —se reverencio ante mí—, ¿Puedo ayudarla en algo?

He de admitir que utilizar el lenguaje formal con Alexander era demasiado extraño, pero acordamos usarlo en público para que no se generen extraños rumores, cosa que nos ha funcionado muy bien hasta ahora.

—Solo vine a vigilar el entrenamiento. Los soldados deben estar bien preparados para servir a la familia real.

—No debe preocuparse por eso princesa, bajo mi mando ellos estarán preparados para todo lo que se aproxime.

—Eso espero general.

Hubo un pequeño silencio, un poco incómodo para mi gusto.

—Algo me dice que usted no ha venido solo para supervisar mi trabajo, ¿Me equivoco, alteza?

No le dirigí la mirada. Me conocía lo suficientemente bien para descubrir una mentira tan básica como aquella. Escuché como soltaba una risa burlona.

—Majestad, la invitaría a dar un paseo, pero como puede ver, estoy en medio del entrenamiento y me es imposible abandonarlos por mucho que me agrade su compañía.

Nuestras miradas se encontraron. Mantenía una pequeña sonrisa en su rostro, aquella sonrisa que hacia que los corazones de las mujeres se aceleraran y cayeran rendidas ante sus pies.

Derrocando la coronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora