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Pasé toda la semana echada en la cama y perdí un par de trabajos por no contestar el teléfono ni los mensajes a tiempo

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Pasé toda la semana echada en la cama y perdí un par de trabajos por no contestar el teléfono ni los mensajes a tiempo. En algún momento se agotó la batería de mi celular y no me di por enterada: ver a Alondra me había afectado a niveles insospechados, especialmente considerando que desde hacía tiempo que había logrado cortar toda relación con ella y que, durante los últimos meses, había logrado un gran avance en torno a aceptar lo que había ocurrido los últimos tres años y cómo no sentirme culpable por eso. Mi terapeuta me había advertido que los días que se avecinaban podrían ser difíciles porque inconscientemente estaría pensando en fechas y tiempo pasado, pero no habíamos llegado a hablar sobre qué hacer si me la topaba. Ella también había estado enviándome mensajes, pero me avergonzaba mucho responderle después de que la había dejado plantada durante nuestra última sesión.

Alguien tocó a la puerta. Mamá no tocaba antes de entrar y papá no tenía la personalidad suficiente para buscarme por su cuenta. Gruñí y me giré hacia la ventana, sin ningunas ganas de abrir o hablar con nadie.

—¿Ibbie? ¿Puedo pasar?

Bueno, quizás mi mejor amigo no contaba.

—Sí.

—Vaya, ¿cuándo fue la última vez que abriste la ventana? —se quejó mientras iba a encargarse de ello. No estaba criticándome, aunque lo habría preferido. No me gustaba preocupar a las personas—. Te traje comida china.

Me senté y la recibí agradecida. Aquella noche teníamos presentación y mis compañeros estarían preguntándose si asistiría. No me quedaba opción, porque los bares penaban las inasistencias y a mí no me sobraba el dinero como para pagarlo.

—Sí iré —apuré antes de que pudiera decir nada—. Estaré ahí esta noche.

—No vine por eso, Ibbie —me miró preocupado—. No contestas mis mensajes, luego ni siquiera te entran mis llamadas. Estaba preocupado.

Había cierto reproche en su voz; estaba molesto conmigo pero se estaba obligando a dejar eso de lado porque no me veía bien. Le sonreí, apenas, pero lo hice.

—Gracias, Oly. Lamento haberte preocupado así.

Hizo un gesto con la mano, como restándole importancia. Me rugió el estómago entonces; no había comido desde la madrugada, cuando todos estaban dormidos. Mi amigo le dio un golpecito a la bolsa de papel, recordándome que ahí estaba la solución, pero no pude evitar mirar de reojo en dirección a la puerta.

—No está —dijo, refiriéndose a mi mamá—. Fue tu papá quien me abrió.

—Yo no... —Negó con la cabeza, no era necesario que le mintiera—. Gracias.

—Creí que el asunto había mejorado —se lamentó. No le respondí en seguida, estaba ocupada abriendo los recipientes sobre mi cama deshecha.

Me había traído de todo lo que me gustaba y la comida todavía estaba caliente. Dejé las bandejas sobre mis piernas para que entraran en calor, ya que la ventana abierta dejaba que el aire helado de invierno se colara en la pieza. Oly nunca tenía frío porque la testosterona le había aumentado la temperatura corporal, pero a mi se me helaban las manos con facilidad a pesar de mi tamaño.

[FINALISTA WATTYS '24] Llévate estas canciones viejasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora