Ibbie estuvo espléndida esa noche. Cantaba con una pasión que no le había visto hacia varias presentaciones, como si por fin se hubiera quitado el nudo que tenía la garganta y el miedo en el fondo del estómago que la anclaba y no la dejaba gritar como debía. Tras ella, los guantes neón de Oliver volaban con fuerza, dándole a la batería con energías renovadas y verdadero gozo después de que la preocupación lo hiciera palidecer por varios días seguidos.
The Ultimate se movía por varios locales, pero siempre volvían a Cortopunzante, que era donde más me gustaba verlos y también donde estaban más cómodos. Esa noche Ibbie me miraba con un descaro que solo podía compararse a la primera noche, cuando no podía quitarme los ojos de encima y yo pretendía no darme cuenta. Me permití bailar como aquel día, pero viéndola de vuelta, sonriéndole, vociferando a todo pulmón por primera vez en público. Ella aguantaba la risa entre estrofas, mordiéndose el labio cuando no estaba cantando para no distraerse. Yo sabía que lo hacía pésimo y que desafinaba de una manera terrible, también que las personas a mi alrededor me estaban mirando con desagrado, pero yo solo podía pensar en lo contenta que se lucía Ibbie y lo libre que me sentía yo. Además se veía tan linda. Emanaba energía y le brillaba el rostro con todo el iluminador que le había puesto. Las alas de murciélago parecían aletear alrededor de sus ojos por lo expresiva que era, y se notaba que liberaba la angustia que sentía a través de las letras de las canciones, como si se permitiera experimentar esa rabia desatada por primera vez.
La tocata duró hasta bien entrada la noche y al terminar me fui a esperarla a los camerinos. La guitarrista y la bajista que me había atraído alguna vez se cambiaban sin prestarme atención; yo tampoco las miraba, ni siquiera a Coco, que me parecía que se tomaba demasiado en serio lo punk que era y lo poco que, según ella, se le permitía sonreír. Estaba revisando las fotos que le había tomado cuando Ibbie entró seguido de Oliver; de cerca podía ver que estaba toda sudada y que el maquillaje se le estaba corriendo un poco. El cabello lo tenía de nuevo hecho un desastre, como si fuera incapaz de mantenerlo en su lugar. Corrió hacia mí, emocionada como una niña y cuando se inclinó para besarme, tiré de ella para que se sentara en mi falda.
Soltó un gritito porque la tomé por sorpresa, pero se acomodó riendo y me dejó darle los besos que se merecía. Su peso sobre mí era reconfortante y la diferencia de altura solo hacía que me provocara comerle la boca mucho más. Me detuve antes de que mis manos avanzaran a lugares poco adecuados para el sitio en el que estábamos, y cuando nos separamos, había un rubor en sus mejillas que antes no había estado allí.
Dejé que se cambiara mientras elegía las fotos de ella que quería compartir. Le había sacado algunas muy buenas y tenía unas ganas irrefrenables de mostrarlas, llenarlas de filtros rosas y agregarles stickers digitales para que se vieran más tiernas. Me quedé mirando la selfie que nos habíamos tomado en su pieza y me encontré sonriendo ante el contraste de nuestros respectivos estilos y la forma en la que nos mirábamos. Todavía sentía ese tirón de nervios de vez en cuando, esa vocecita que me decía que estaba avergonzándome y que perdía mi dignidad cada vez que me dejaba llevar. Miré a Ibbie en el mismo momento en que ella lo hacía y le saqué una risita. La supuesta pérdida de dignidad y mi miedo al ridículo no eran más fuertes que lo que ella me hacía sentir. Por primera vez en mucho, mucho tiempo, el corazón me bombeaba con libertad y me sentía viva.
Oliver se despidió de nosotras cuando terminó de cambiarse y, como las otras dos ya se habían ido, sólo quedamos ella y yo en el camarín. Desde afuera se oía la música del DJ y el alboroto de la gente bailando, pero era un ruido que iba desapareciendo a medida que nos mirábamos con más y más intensidad.
—¿Me subes el cierre? —pidió al terminar de ponerse el vestido.
Podría habérselo subido sola, pero hice lo que me pedía con ganas. La tela se le pegaba al cuerpo de una forma que me provocaba tocarla; se le marcaba la cintura, la pancita y el pecho, lo que me provocaba unas ganas irrefrenables de acariciarla lento y con cuidado. En vez de eso le di un apretón en el costado y me mordí el interior de la mejilla, porque no quería apresurarme y asustarla. Era muy consciente de que sería un tema difícil para ella y la esperaría el tiempo que fuera necesario, pero eso no hacía que quisiera sentirla menos, ni que fuera sencillo resistirme a hacer avances que probablemente no podría responder.
—Te queda lindo —le dije.
—¿Sí? ¿No crees que es muy ajustado? —se tocó el estómago inconscientemente—. Quizás no debería...
—Es perfecto —aseguré. Sabía que nunca me cansaría de verla sonreír de ese modo.
—¿Quieres ir por unas papas?
Contigo iría a cualquier parte, pensé y para mi sorpresa, no me horroricé.
—Sí, vamos —fue todo lo que respondí.
La noche estaba helada, pero caminábamos con los brazos entrelazados, bien pegadas la una a la otra. Cada tanto le miraba las piernas, mal cubiertas con las medias rotas que no se había cambiado después del show. Quería tocarlas, apretarlas, incluso morderlas y en serio esperaba que no se me notara porque lo último que quería era espantar a Ibbie. Ella hablaba y hablaba, de tan buen humor que era contagioso a pesar del frío que hacía y de lo poco apropiado que era mi atuendo para enfrentarlo. Cuando llegamos al final de la calle, la fila de las papitas era enorme, pero no teníamos prisa y si eso significaba pasar más tiempo juntas, mejor.
Me apoyé en su hombro y me rodeó por la cintura, estirando los dedos sobre mi vientre y provocando un cosquilleo tan agradable que debía notárseme en la cara. La abracé también e Ibbie se sacó la chaqueta para taparnos a ambas con ella. Sentía su estómago quejarse y se me ocurrió que las dos estábamos igual de hambrientas, sólo que lo mío difícilmente se quitaría con un poco de papas y kétchup. De hecho, cuando por fin nos pasaron el cono con manchas de aceite, apenas pude comer un par, porque me sentía de pronto muy nerviosa. Me sudaban las manos cuando Ibbie me dejó su chaqueta por completo y pude ver de nuevo su silueta con ese vestido, me latía la entrepierna y de verdad estaba comenzando a inquietarme. Era culpa de ella por cambiarse dos veces en frente de mí, o quizás sólo estaba ovulando y tenía que calmarme. Fuera como fuera, no me resistí cuando me ofreció llevarme a casa porque necesitaba con urgencia estar sola. Nos despedimos con un beso rápido y, aunque me preocupaba haberla hecho sentir insegura, no confiaba en mí lo suficiente en ese momento. Si me daba aunque fuera una pequeña chance, la habría invitado a pasar y entonces me habría costado horrores quitarle las manos de encima cuando tuviera que detenerme.
Mis padres me saludaron desde el living, dondeentretenían a algunos amigos. Les hice un gesto con la mano antes de seguir delargo a mi habitación. Me tiré sobre la cama sin encender la luz, reciéncayendo en la cuenta de que todavía llevaba puesta su chaqueta. Hundí la narizen ella y me imaginé que me sostenía contra su pecho. Por mucho que me sintieraun poco culpable por imaginarla, deslicé la mano bajo mi falda y comencé afrotar.
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[FINALISTA WATTYS '24] Llévate estas canciones viejas
Teen FictionIbbie es la cantante de The Ultimate, una banda punk que toca en bares durante las noches del fin de semana. Los días los pasa intentando no volver a hundirse en la depresión de la que acaba de salir, causada por una situación de abuso que se extend...