↬ Capítulo X

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VARJAK SE DESPIERTA ANTES DEL ALBA. Hacía frío y estaba gris en el patio del puerto. Alguien le golpeaba en las costillas. Abrió los ojos y vio a Holly. Alrededor del patio, los gatos callejeros dormían.

—Vamos,— susurró Holly.— Basta de soñar. Es hora de actuar.

Subió los escalones. Varjak y Tam la siguieron en silencio fuera del patio. El puerto parecía vacío y desolado a la luz del amanecer. El viento invernal azotaba el agua. Varjak sintió su frío y tembló.

Holly los condujo hacia el oeste, siguiendo las huellas de la banda hacia el territorio de Sally Huesos. Había pocos coches en la carretera y ninguna persona en las aceras. En las calles había montones de nieve. Se estaba convirtiendo en hielo resbaladizo. Las almohadillas de Varjak patinaban bajo sus pies; tenía que luchar para mantener el equilibrio sobre el suelo traicionero.

A lo lejos, oía un aullido espeluznante. No tenía palabras, pero parecía decirle algo. No vengas aquí, parecía decirle. Da media vuelta y vete.

—¿Qué es ese aullido?,— se preguntó, con el pelaje de la nuca erizado

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—¿Qué es ese aullido?,— se preguntó, con el pelaje de la nuca erizado.

—Viene del desagüe pluvial,— dijo Holly, mirando una fea estructura de hormigón que había junto a la carretera. —Nunca vayas allí. Dicen que viven cosas salvajes, ¿verdad, Tam?.

—No lo sé,— jadeó Tam.— Nunca he estado allí. Nunca quiero.

Se mantuvieron alejados del Drenaje de Tormentas y siguieron las huellas hacia el oeste. Llegaron a un cruce en la frontera del territorio de Sally Huesos. Había un solar a este lado del cruce. La tierra había sido removida; el suelo estaba desgarrado. Máquinas con garras de hierro se alzaban sobre fosos excavados en el suelo. Los edificios estaban medio derruidos y sus cimientos al descubierto. Una bola de demolición colgaba de una grúa, inactiva a estas horas.

Al otro lado del cruce, grandes edificios de cristal surgían de la tierra y se alzaban sobre la ciudad. Atravesaban el vientre del cielo y su parte superior era invisible. Tenían un aspecto afilado y acerado a la luz del amanecer.

Varjak sintió un hormigueo en la conciencia. Algo le resultaba familiar. Un olor antinatural, fantasmal. Avanzó y, al llegar a la encrucijada, vio de dónde procedía.

Una cola. La cola de un gato.

Tirada en la cuneta, donde la gente no la vería, pero clara como un semáforo para cualquier gato que pasara. Y justo al lado, destrozadas, sucias, pero inconfundibles, un par de orejas. Orejas suaves y peludas.

Orejas de gato.

Orejas de gato.

Varjak retrocedió un paso. Se le había secado la boca. ¿Orejas y cola, solas? ¿Qué hacían aquí, en la cuneta? No tenía sentido. A Varjak se le aplanaron las orejas y se le enroscó la cola. Perderlas... la idea era demasiado horrible. 

El Forajido Varjak Paw | SF SAID |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora