Siempre creció bajo la tutela de ser un "arma", una herramienta para los altos cargos del ejercito, la Legión de Reconocimiento. Todos pensaban que no tenía sentimientos al ser capaz de asesinar a todo un país con una simple orden, al igual que tort...
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Jamás pensó ver a su hermana fuera de la puerta de su casa tan imprevistamente, mucho menos, luego de todo el tiempo que había pasado sin verla. Violet había cambiado mucho durante ese año... Ahora ya no era similar a una adolescente, sino que parecía una mujer adulta a pesar de tan sólo tener un aproximado de 19 años, con una mirada mucho más madura a la vez que rasgos más endurecidos de alguna manera que no podía entender. Sin embargo, lo que se mantenía igual, era la belleza despampanante que la caracterizaba en cada parte y acción de su cuerpo.
Violet nada más logró ver a la pelinegra, pareció completamente aliviada, más sus ojos se aguaron al instante. Mikasa, muy emocionada, pero a la vez preocupada, le intentó preguntar qué pasaba, pero sólo recibió un fuerte y necesitado abrazo.
—¿Violet...? —susurró, impactada.
Ella no contestó nada con respecto a eso, tampoco soltó ni una sola lágrima, simplemente se quedó abrazando a la pelinegra con desesperación, aferrándose a la única persona que era su familia mientras murmuraba: "Estoy ardiendo". Mikasa, sin entender nada, sólo optó por acariciar su cabello, feliz de tener a su hermana de nuevo junto a ella.
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Estaba inmóvil sobre la cama, portando sus ropas de Muñeca totalmente sucias y desechas al igual que su cabello y cuerpo. Los ojos rojos e inflamados del cansancio y llanto, la garganta rota y afónica ante las palabras que no salían de su interior, formando un nudo que era cada vez más agobiante de soportar.
"—¿Tú escribes cartas para unir a las personas con esas manos que asesinaron a tantos?", se repetía en su cabeza como una especie de tormento que amenazaba con nunca acabarse.
—Basta... B-basta... —suplicaba con los ojos cerrados en medio de la oscuridad, sin ser escuchada por nadie, sin que nadie cumpliera sus deseos.
Recordó a Eren, lo que le dijo en los Caminos, momentos que también se repetían dentro de su cabeza:
—No te das cuenta de que tu cuerpo, al igual que el mío, está sufriendo por las cosas que hemos hecho. Ardes irrefrenablemente.
—¿Yo? —preguntó confundida, pero esta vez no fue su Violet niña del pasado, sino su Yo de ahora, con la vestimenta de Muñeca, crecida, con los ojos rojos, destrozada.
—Sí, Ardes —le contestó Eren en su conciencia—. Ya lo entenderás algún día, y cuando lo hagas, te darás cuenta por primera vez de que tienes muchas heridas por culpa de las consecuencias de nuestras acciones —Violet recordó la guerra, los cuerpos en el suelo, el vapor denso, el sonido de las explosiones, lo gritos agónicos... Ella se miró las manos que ahora eran de carne, cubiertas de la sangre de los jóvenes que ahora estaban muertos en el suelo—. Tú y yo somos iguales, Violet. No sentimos arrepentimiento por las cosas que hemos hecho.
—No... No... No... —Negó con la cabeza.
—Sin embargo... tú cambiarás, y sufrirás... como nunca lo has hecho antes...