13. El chico que mereces

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AXEL

Los oceánicos ojos de Rebeca arrasan conmigo. Sin duda es lo que más me gusta de ella porque, aunque tiene un par de tetas espectaculares, sus ojos son arrebatadores.

Mi color favorito siempre ha sido el azul, pero no fue hasta que me perdí en su inocente mirada por primera vez que me di cuenta de que no es cualquier azul, sino la tonalidad de sus iris.

O tal vez sea por esas miradas inocentes y perversas que me da según su antojo. Como sea, sus ojos me fascinan.

Después de estos días de mierda no veía la hora de poder perderme en ese mar, pero sabía que no iba a poder concentrarme si veía la duda en ella, por eso he optado por la venda. Ahora ella solo piensa en esto, pero seguro que hace algunos minutos su cabeza era un bullicio de dudas.

No es la única, la incertidumbre de a dónde va lo nuestro me tiene como un desgraciado con el alma en vilo, pero conozco a Rebeca, y sé que hablar con ella estando en tensión acaba muy mal.

Además, estaba seguro de que después de estos días estaría más receptiva, y no me equivocaba. Así que el plan es simple: follamos, nos relajamos y hablamos.

No voy a mentir, es algo que yo también necesito.

Rebeca se ha vuelto una adicción para mí; aunque no tengamos relaciones sexuales el hecho de encargarme de ella me tranquiliza, y estos días han sido una puta mierda. Absolutamente todo se me ha ido de las manos.

Pero ahora ella está aquí, está bajo mi mando y bajo mi cuerpo.

Joder, la he extrañado.

Es como darle una calada al cigarro después de abstenerse durante horas.

A pesar de que me apoyo con los antebrazos para no dejar caer el peso de mi cuerpo sobre ella, la piel de nuestro pecho se roza con cada respiración y puedo sentir el calor que ella transmite.

Mis labios recorren la línea de su mandíbula mientras sus pequeñas manos se aferran a mi espalda. Estoy entre sus piernas abiertas y, cuando alza las caderas la invitación es clara. Su urgencia hace que una sonrisa tire de mis labios. He prometido follarla, pero se merece que la torture un poco.

—Qué descarada —comento divertido y muevo la mano para acariciar su pelo mientras entierro el rostro en el otro lado de su cuello. Presiono mis labios en su cuello, por encima del collar que le regalé y que indica que me pertenece. Después de estos días no me parece suficiente; quiero marcarla por todas partes, quiero que se sienta mía.

Su piel es clara y cuando succiono sé que quedará una bonita marca. No lo hago demasiado porque no me gusta hacerle chupones en el cuello, es peligroso y ella se pone muy pesada; así que chupo lo suficiente como para dejar una ligera marca y paso mi lengua por la zona antes de descender hasta su clavícula. Ahí no me corto.

A peliazul jadea sin dejar de mecer ligeramente las caderas buscando el roce, pero yo me esfuerzo en ignorar su acción para concentrarme en mi tarea. Una parte de mí sabe que esto no esta bien porque va a quedarle una marca inmensa que no va a poder cubrir, pero mentiría si dijese que no me satisface.

Al percatarse de lo que estoy haciendo, ella misma desliza una de sus manos a mi pelo y tira para separarme. La dejo ganar porque ya no va a poder evitar que le salga un precioso morado.

Cuando alzo el rostro veo su intención de quejarse, y lo cierto es que no es eso lo que quiero escuchar, así que antes de que pueda decir nada, cuelo la mano entre nuestros cuerpos y coloco mi miembro en su entrada. Sus labios se entreabren, pero no emite sonido alguno porque se queda sin aire cuando me clavo en ella de golpe; un chasquido seco llena la habitación al hacer chocar nuestros cuerpos.

Soy Más Que Una Sumisa [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora