Cuando la muerte nos separe [2]

9- Un beso agridulce

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HOLI, DIGAN HOLI

FELIZ AÑO NUEVO AMORES, FUA, NO PASABA POR AQUÍ DESDE OCTUBRE

BUENO, ESPERO QUE DISFRUTEN, PROMETO PONERME LAS PILAS CON ESTA HISTORIA PARA TERMINARLA RÁPIDO. 

CORTO, PERO POTENTE FUA

APAREZCO Y DESAPAREZCO, DISFRUTEN, COMENTEN, MUAK

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AITANA MCLAREN

Empecé a ser consciente ante el hecho de que mi muerte estaría en manos de Renata con el paso de mi estancia en la base militar.

El problema no fue serio teniendo en cuenta que no era muy creyente sobre los sueños significando algo. Es más, ni siquiera lograba catalogar mis sueños como algo más que disparates, y teniendo en cuenta que a veces no lograba recordar por completo lo que había soñado, nunca les presté demasiada atención y nunca me quitaron realmente el sueño.

No fue hasta con el paso de los días, mientras tenía pesadillas recurrentes donde ella me asesinaba, que empecé a temer lentamente por el destino y mi final.

Algunos dicen que el amor puede hacer que una persona cometa locuras, pero que de alguna forma, contenga límites para la persona que quiere.

No se si podría decir a ciencia cierta que Renata aun me ama.

La realidad es que de hacerlo ella me hubiera dado más de una sola mirada desde que había llegado a su territorio, lo que no había sucedido. Fue como... como si realmente ya no existiera para ella.

Y entendía que era mi culpa.

Las pesadillas se fueron alargando y de repente estábamos en lo que parecía un maldito campo de batallas. Siempre era lo mismo, como una mala película cuyo libreto me sabía al revés y al derecho y que nunca cambiaba su final.

Había neblina, humo, cenizas, se notaba que cosas malas habían sucedido en ese lugar, pero la ironía más grande era que yo llevaba un vestido de bodas, como si fuera a disfrutar de un buen momento.

Entonces se escuchaba un solo sonido. Estaba en la tierra, era algo siendo arrastrado, así que volví buscando el sonido y la vi.

Su cabello iba suelto, y vestía completamente de negro, como si fuera a algun funeral.

Renata arrastraba una espada por la tierra humeda, acercandose a mi a cada paso, mientras yo retrocedía del miedo y caía en un tonto intento de escapar.

Ella aprovechaba que yo estaba casi de rodillas para llegar hasta mí, entonces alzaba la hoja que brillaba con la luz de la luna y la enterraba en mi pecho.