✓CAPÍTULO 3

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Otra vez esa peste. La cabeza me punza e intento abanicarme con mis manos, pero la almohada me lo impide, incluso me estiró para poder apoyarme en la cama y así voltearme. Nada.

¡Huele asqueroso!

Mi corazón se acelera un poco. Jalo mis brazos hacia mi pero mis codos impactan con pared a mi espalda.

Las luces están apagadas por lo que no puedo ver en qué lado estoy de la cama. Levantó la cabeza.

¡Ay, mierda!

Tal vez me caí de la cama y dormida rodé debajo de ella con lentitud. Tueso.

¡Que asco!

Puedo liberar mis manos, explorando las paredes. Uno. Dos. Tres. ¡¿Qué carajo?! Cuatro. ¡¿Dónde está la salida?! ¡Esta no es mi cama, no es mi cama!

Sudo. Trago grueso. Respiro en pausas. Me quedó quieta.

No estoy sola.

No soy capaz de detener mi temblor, tampoco del líquido caliente salir de entre mis piernas que se expande y humedece hasta llegar a mi espalda baja.

¡Mamá, mamá, má!

¡Basta, basta! No puedo respirar...

¡AHH!

Aire. Aire. Odio esto. Lo odio. Arrastró las sábanas y cobija al suelo para pisarla y así comienzo a quitarme la ropa como puedo, entro —soy un pesado imán impidiendo caerse— al baño.

Me sujeto de la llave de la regadera mientras me muerdo para no soltar un grito, pues el agua mojando mi espalda parece hielo cayendo.

¿No grite fuerte?

Dejo que mi cuerpo se seque mientras cambio las sábanas y cobijas, me cambio con la ropa que estaba en un gancho colgado de un clavo en la pared.

Mis manos tiemblan, intento abrochar el sujetador, pero no puedo, no puedo, y no me rindo hasta que lo está. Acomodo el camisón para abajo. Me vuelvo a acostar, pero está vez miro el techo, mi pecho sube y baja, tengo un nudo en mi garganta. Molestia. Miedo. Pero no hay por qué tenerlo.

Me alejó de la habitación, el pasillo y entro a la sala que está iluminada por los colores de la televisión.

—No contesta.

—Si quieres, en mi reunión con Axel puedo averiguar de ellos.

—¿Y si les pasó algo? —La preocupación en la voz de mi tía Ada.

—Lo sabremos.

—Bien.

—En cuánto sepas algo me llamas.

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