En sus años de universidad Alberto había leído historias de escapes de cárceles en las más deplorables condiciones, la realidad era muy diferentes, él no sabía si era sólo en esa cárcel, pero el ambiente era de armonía, tal vez como método de escape que hacia olvidar el lugar donde se encontraba pero aunque fuera agradable el ambiente el debía escapar rápido, su creación estaba creciendo y no quería que se ahogara.
Era la hora de la hazaña, seis meses de espera antes de tener todo arreglado, el llavero había proporcionado una pistola a cada uno y Alberto había hecho un reconocimiento completo a la prisión, un mapa mental, una llave maestra de todas las celdas, una pistola y unas pinzas eran todo los elementos que necesitaban para poder escapar. No sería un escape de película descifrando códigos y usando guantes para evitar poner huellas dactilares, pero era un escape y era lo que necesitaban en ese momento.
Era la hora de salir al patio, el llavero estaba en la sala de cámaras, justo lo que ellos habían planeado, los guardias los habían sacado a regaños y amenazas, Alberto abrió algunas celdas que no debían estar en el patio en ese mismo horario, Julian y Pablito serían los encargado de formar una gran pelea y con tanta gente en el patio sería imposible que los guardias la pudieran parar, en el revoltijo nadie se dio cuenta de la fuga de los dos iniciadores del conflicto. Ya los tres reunidos en el ala sur de la prisión, el llavero los guió entre pasadizos y policías para poder salir. Habían pasado por las duchas, en donde llegaban a una lavandería donde encontraban las ropas de los nuevos prisioneros, antes de que les pusieran el uniforme obligatorio. Aunque no era muy de su estilo Alberto encontró algunas prendas de su talla, las que habían pertenecido a un ladrón no muy glamuroso y que no se había bañado en décadas, ni la lavadora le había quitado el repugnante hedor a las prendas. Julian fue un poco más arriesgado y capturó y mató a un policía que los había visto salir de la pelea. Con las nuevas ropas y Julian con el aspecto policial se dirigieron a la puerta por donde habían llegado por primera vez; un policía los detuvo pero Julian explicó con amabilidad y paciencia que se trataba de un trasladó, y por eso no había carta de libertad, el policía vaciló unos segundos antes de permitir el acceso a la patrulla al falso policía.
El aire fresco de Leticia era un síntoma de alivio, apenas habían recorrido unos pocos kilómetros, Pablito decidió bajarse y seguir sólo, mientras que Julian decidió acompañar a Alberto hasta su hogar y luego desaparecer la patrulla y conseguir algún trabajo para ahorrar y viajar a Itagüi, donde por fin se encontraría con su familia.
Alberto sin ningún lugar al que dirigirse guió a Julian hasta la cueva en la que había estado trabajado y de paso, ayudando a dañar la patrulla que no estaba diseñada para ese terreno, al llegar lo único que encontraron fueron malas noticias. Un grupo de policías se encontraban en la entrada de la cueva con una mujer morena asustada y temlando y dos hombres de bata blanca, guantes y máscaras de aire.
Alberto buscó algunos trajes de policía en el interior del carro para poder pasar inadvertido, para su buena suerte encontró uno con una placa oxidada con el apellido Díaz, era un poco grande para su baja estatura pero se lo puso igualmente; Julian lo único que hacia mientras se dirigía hacia el interior de la cueva era rezar y pedir al milagroso que no los descubrieran, tantas eran sus oraciones que Alberto se devolvió a darle una larga tesis de por que Dios no existía a la que Julian hizo caso omiso y siguió con sus plegarias. Al llegar se dieron cuenta que la mujer no era la única asustada, sino que todos allí estaban horrorizados por dos monstruos que habían encontrado en el interior de la caverna, humanoides muy peligrosos y agresivos que para su suerte estaban encerrados en unos tubos cilíndricos de los cuales por alguna razón no habían salido ya.