La cueva estaba obscura, la entrada de Julian, Alberto y un policía, estuvo acompañada de miedo e incertidumbre, al llegar a la parte más profunda de la cueva todo era diferente, destruido, había un olor a muerte en el lugar, Alberto tardo varios minutos antes de conectar la lámpara al generador que había usado para iluminar el lugar, la vieja computadora también estaba encendida, Alberto se asombro al ver su creación en los tubos. No eran lo que esperaba, no eran pequeños fetos de seis meses, eran criaturas adultas.
Mientras Alberto contemplaba su creación los otros dos compañeros estaban asombrados por lo que había en el piso, el cuerpo muerte de dos adolescentes, un hombre y una mujer, que habían escapado de sus padres para poder estar juntos y disfrutar los placeres permitidos en esa etapa de su vida, la desafortunada pareja abría llegado hasta esa deshabitada cueva en la que habían hallado la muerte. Alberto seguía absorto en sus dos hijos. Ambos medían un metro setenta y cinco centímetros, sus orejas habían perdido el tubérculo de Darwin y terminaban en una punta ósea con la cual podían comunicarse, el celular, computador y medios de comunicación habían perdido toda utilidad gracias a ese nuevo órgano, el hombre no poseía los inútiles pezones que no tenían ninguna función y ambos carecían de bello corporal, lo que los haría más rápido tanto en tierra como en mar, sus manos tenía sólo cuatro dedos, todos de igual largo y con mayor fuerza a excepción del pulgar que seguía siendo más pequeño y proporcionaba un poderoso agarre, el coxis no sólo soportaba el peso del cuerpo, sino que también había recobrados una vieja función de nuestros antepasados, unía una larga cola a el cuerpo, esta cola la tenían aferrada a la cintura, en su boca tenían cuatro poderosos incisivos, seis caninos mucho más largos y afilados con la cual podrían rasgar cualquier tipo de carne, hueso o incluso metal, y veinticinco molares diseñados para masticar cualquier tipo de alimento sin ningún problema, las incómodas cordales no volverían a aparecer en la etapa adulta. Ella tenía un largo y lacio cabello rosado que llegaba hasta su cadera y sus ojos eran amarillos, los ojos del macho también eran amarillos, pero su cabello era azul hasta los hombros. Él miraba el computador fijamente, ella dormía.
Todos estaban en silencio hasta que Alberto oprimió un botón rojo que liberó a las criaturas que hicieron un suspiro al dar su primera respiración en el mundo real, Julian salió corriendo el policía se quedo atónito hasta que la criatura macho se acercó y cuando estuvieron frente a frente el policía calló muerto al piso.
-¿Tú eres nuestro padre?- preguntó la chica dirigiéndose hacía Alberto.
-Así es hija mia- respondió Alberto sin poder contener su emoción
-¿Cuales son nuestros nombres. Padre?
Alberto nunca se había planteado esta pregunta, no creía que la nueva raza le importara algo tan simple como un nombre, era algo que le causó incertidumbre, tras pensarlo unos segundos creyó que el más apropiado para la hembra sería Lucy, era el nombre que se le había dado a la primera humana conocida. En el macho quiso poner el nombre que el siempre había querido portar, Stephen.
-Tu eres Lucy- respondió- y tu eres Stephen.
El macho lo miro con recelo y se acercó.