Roommates

254 28 3
                                    

Amelia Bane amaba a su hijo, realmente lo hacía.

Pero a veces la volvía loca.

Cómo cuando la miraba a los ojos, y le decía que no iba a beber en la fiesta, y horas más tarde lo encontraba ligando con las plantas de su jardín.

O como cuando lo encontraba saliendo de su habitación, solo para ver después que le faltaba maquillaje, hasta que cedió y le compró el suyo.

O cómo cuando arruinaba ropa perfectamente buena con su insistencia de ponerle brillos a todo.

Generalmente, Amelia entendía. Su hijo quería algo desesperadamente, y hacía todo lo posible para conseguirlo, incluso mentirle a su propia madre.

Sus mentiras tendían a tener un fin, y mientras Amelia no aprobaba que mintiera para conseguir lo que quería, admiraba la inteligencia de  su hijo.

Por eso no entendía porque le estaba mintiendo ahora.

Magnus ya tenía 25 años, vivía en su propio departamento, y tenía una carrera exitosa como diseñador, lo cual no era sorprendente. Él era muy persistente, y tendía a lograr lo que quería.

Pero si ya vivía por su cuenta, lejos de posibles represalias ¿por qué insistía en que su roomie era solo eso?

Amelia no era estúpida. Ella sabía que su hijo dormía con hombres y mujeres por igual; lo hacía desde que era adolescente.

También Magnus le había dicho que su combinación favorita era cabello negro y ojos azules.

¿Entonces por qué insistía en que el adorable joven frente a ella, con cabello tan negro como el carbón, y los ojos azules más bonitos que hubiera visto, solo compartía una casa con él, y no una cama?

Magnus la había invitado ese día a su departamento, y cuál había sido su sorpresa cuando, al timbrar, un hermoso joven la había recibido en lugar de su hijo.

Amelia había sido educada con él, y cuando su hijo había llegado, lo había presentado como Alec Lightwood, su roomie.

Amelia se había sorprendido. Hasta donde ell sabía, su hijo no tenía problemas con el dinero, y fácilmente podría haber pagado su propio piso.

¿Entonces por qué...?

A menos que...

Amelia había pasado la tarde observando la interacción entre su hijo y el joven.

Mientras que el joven lo miraba con ligera desesperación y cariño infinito, Magnus lo miraba con el mismo cariño, y era muy protector con él. Su lenguaje corporal también indicaba que eran muy cercanos.

Y fue por ver todas esas señales que se animó a interrogar a su hijo, mientras el joven roomie de su hijo sacaba el pastel azteca del horno.

—¿Magnus?— el moreno volteó, sus ojos de gato -iguales a los de su difunto marido- atentos.
—¿Sí, mamá?
—¿Puedo preguntarte algo?—Magnus asintió.
—Por supuesto, mamá— Amelia se preparó.
—Yo sé que no es mi asunto, pero... Ese joven... ¿Es algo tuyo?— Magnus frunció el ceño en confusión.
—Mi roomie, mamá— Amelia negó.
—Eso ya lo sé... Me refiero a que si... Comparten algo más que una cama— la expresión de Magnus cambio de confusión a diversión.
—¿Alexander y yo? No, mamá... Solo vivimos juntos, y compartimos los gastos— Amelia levantó las cejas.
—No sabía que ocupabas compartir los gastos— Magnus negó.

—No es por falta de dinero, no te preocupes...— Amelia levantó las cejas —Es solo... Conocí a Alexander en una época difícil de su vida, y quise ayudarle... Nada más— Amelia asintió, como si le creyera, en lugar de apuntar que ya iban dos veces que se refería a su joven por su nombre completo.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 07, 2024 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Random MalecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora