La Llegada.

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Secundino nos había llevado al pueblo hace tres días pa vender una parte de las cosechas que se seguían dando en la hacienda y de pasada habíamos recogido una carta que nos había llegado por parte de los muchachos todos estos meses estuvimos en contacto por las cartas, la de hoy, nos avisaban que en los próximos días estaban por venir a visitarnos, estábamos felices con la noticia, por fin después de un par de meses separados de ellos nos volveremos a encontrar.

Bien dicen que lo que une Dios no lo separa ni el hombre, ni la distancia.

Ayer Dionisio y Secundino habían llegado de San Marcos, habían ido a darle una vuelta a la Tequilera como cada que podían, el viaje pa allá siempre estaba muy cansado y los caminos para llegar a San Marcos cada día estaban peor por las lluvias tan fuertes que había habido en las últimas fechas, así que no me dejaron ir con ellos.

Con su regreso me trajeron varias cosas para el bebé unas cuantas ropas, pañales y también unos muebles que pondríamos por mientras en nuestra recámara. Los saludos de doña Chole y otras personas de San Marcos no se hicieron esperar y me los hicieron llegar con Dionisio, nadie en San Marcos sabia de mi embarazo más que Chole, fue ella quien le ayudó a Dionisio a comprar las cosas y entregarlas sin llamar la atención.

Dionisio con ayuda de Secundino y otros dos peones acomodaron todo en nuestra recámara mientras yo miraba como trabajaban, Dionisio se preocupaba por preguntarme si me gustaba en donde se ponían los muebles, y yo solo lo dejé a su propia decisión. Cuando terminaron fueron a la cocina a refrescarse con agua de limon que había hecho Maria, y unos tacos que había preparado Petra. Yo me quede observando cada detalle de las cosas que había traído.

Mire el hermoso moises a lado de mi cama, cubierto con encaje blanco y unos pequeños angelitos, una P y una C las iniciales de nuestros apellidos estaban bordados en las sabanitas, cosa que me dio harta ternura. Luego mire la ropita doblada ya guardada dentro de un pequeño mueble de madera blanco. Acariciaba mi panza cada que podía disfrutaba hacerlo, aunque no dejaba de sentirme extraña, sí, a estas alturas, aun me parece un sueño que yo esté embarazada.

Dionisio abrió la puerta y yo traiba unas chambritas en las manos, las miraba con ternura al derecho y al revés.

-Mira que chiquito tá eso.-Dijo dejando un pequeño plato en la mesita de centro que había en nuestro cuarto, parecía traer un poco de fruta picada, eso fue lo que más se me antojó en todo el embarazo.

-Esta bien chulo ¿no?.-Puse el pequeño pantaloncito sobre mi barriga y Dionisio se me dejo venir totalmente encantado. Me abrazó por la panza colocando su oreja en mi vientre.

-Hola bebé, ya casi te conocemos.-Le dijo y mientras yo acariciaba su cabello.

-Aun falta pa eso, no queremos que nazca antes de tiempo.-Negué.

Hace pocos días unos dolores a mitad de la noche me habían despertao, Dionisio tuvo que salir por la madrugada en busca de las Monjitas para que ellas lo encaminaran a la casa de alguna partera, la trajeron aquí, ella me revisó y dijo que era normal pues el bebé estaba tomado su posición dentro de mi, me faltaba poco para dar a Luz.

-Estoy feliz pero nervioso, ¿Usted que quiere tener?.-Me preguntó.

-No lo sé, pero algo me dice que es una niña.-Di de hombros.- Toy segura que será una niña.

-Una niña igual de bonita que tú.-Dijo con dulzura y yo no pude evitar sonreír imaginado la cara de Dionisio, mis dedos seguían enredados en sus cabellos.

-¿Y a ti Pinzon, que te gustaría que fuera?.-Pregunté y él se levantó, y me miró.

-Lo que sea, solo sé, que este ha sido el regalo más hermoso, que he recibido después de haberte conocido.-Me dijo y no tardé mucho en abrazarlo.

-Te quiero Bernarda.-Le salió del alma, sonreí y puse mi frente con la de él.

-Y yo a ti Pinzon.-Nos abrazamos otra vez, y luego nos separamos, me ayudo a bajar una caja que estaba arriba del ropero tenían unas cobijitas y barios juguetitos para el bebé, mientras  yo lo observaba desde atrás, sentí una fuerte punzada en la espalda, que me hizo doblarme puse mi mano en donde sentía el dolor y me quejé un poco, mi vientre se puso duro.

-¿Que paso?.-Dijo Dionisio asustado después de haber dejado la caja tirada a medio camino y se acercó hasta mi.

-Me duele re te harto.-Dije entre quejidos y el me ayudó a sentarme en la cama, mis manos estaban en mi espalda baja.- Seguro es lo mismo que la otra vez, es el bebé acomodándose.-Dije mientras respiraba.

-¿Quieres que mande a buscar a la partera?.-Me abrazo por un lado.

-No, no toy bien, ya se está pasando.-Le dije aún mientras hacía respiraciones. Se quedó ahí a lado mío dándome la mano y abrazándome hasta que se me pasó, me sobo un poco la espalda y continuamos haciendo lo que teníamos pendiente de acomodar mientras comíamos fruta.

A la mañana siguiente nos despertamos temprano, desayunamos los tres juntos y luego Secundino se tuvo que ir, ese hombre no se detiene nunca siempre tiene cosas que atender, Dionisio y yo íbamos caminando agarrados de la mano rumbo a las caballerizas lo iba a acompañar a que les pusiera de comer a los caballos y a las vacas en los corrales cuando una camioneta tocó el claxon y nos paramos pa ver quien era, ni él ni yo reconocíamos quien era, por un momento temimos que fuera Lorenzo, fue hasta que se acercaron más y nos dimos cuenta que eran los muchachos.

Bajaron todos al estacionar la camioneta y Justina corrió hasta mis brazos ella es como la hermanita que nunca tuve.

-¡Bernardaaa!.-Grito mientras corría hacia mi y yo la recibí con los brazos abiertos.

-Quiubole güera.-Le dije mientras nos abrazábamos.

-Te ves rete chula con esta panza pues.-Dijo poniendo una de sus manos mientras me abrazaba aun.

-Gracias gracias.-Respondí y enseguida una avalancha de piropos, abrazos y besos llegaron a mi con todos mis Vagos del Bajío y Carmela.

-Que gusto verlos de nuevo muchachos.-Le dije mientras Dionisio me abrazaba.

-Ya nos urgía verte mi Capo.-Dijo Candelario.

-Pos y yo a ustedes, no saben lo mucho que los extrañé canijos, todos los días los traiba aquí.-Apunte a mi cabeza y mi corazón.

-Y nosotras a ti mi Capo.-Hablo Javier, quien se veía bastante jovial, se había dejado crecer un poco el cabello, como se andaba usando por hay en La Capital según una revista que Dionisio trajo de allá.

-Pus sean bienvenidos a su casa, ya saben ustedes recorran la casa y el cuarto que quiera, ese es suyo, la gente está a su disposición pa lo que ustedes gusten.-Les dije y ellos asintieron agradecidos.

-Pos bueno vamos a pasar, ustedes sigan en lo suyo pues.-Hablo Agustín.-Ahorita nos vemos, vamos bajando nuestras cosas pa guardarlas.-Señaló a la camioneta y yo asentí con una sonrisa, Dionisio me tomó de la mano y seguimos caminando para los corrales.

El Gallo De OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora