La Distancia.

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Los siguientes días al aceptar el trato, los Arriaga asistieron una vez más a la hacienda, para ultimar detalles sobre lo que harían, aún ellos por alguna extraña razón no tenían idea de la existencia de la Pinzona, así que por ese lado estaba tranquila.

Por la mañana Dionisio se acercó a mi para dejar un dulce beso en mis labios, lo tome del rostro para mirarnos unos segundos.

-Te quiero Gallero.-Y pegamos nuestras frentes un momento, él salió del cuarto dejándome solamente con nuestra criaturita pues tenía que ir a comprar un par de cosas que se ocupaban en la hacienda.


Ese día por la tarde comimos todos juntos, a Justina le tuve que pedir que pasara un par de días más por acá, hasta que pasara todo lo de Lorenzo y los Arriaga pues temía que algo sucediera, ella encantada de pasar más tiempo con la Pinzona y conmigo, pues difícilmente desde que estábamos huyendo nos veíamos frecuente.

Por las tardes antes de caer la noche me gustaba caminar por el jardín que se encontraba en la entrada de la Hacienda con la Pinzona en brazos, a veces la llevaba justina, siempre le he dicho que tiene buen brazo pa dormir bebés. Tomábamos el té y luego al rato merendábamos.

El día de la ejecución del plan, los Arriaga se encargaron de citar a Lorenzo en un lugar céntrico dónde Lorenzo no pudiera traicionarles. Y que mejor que la cantina que se encontraba en el pueblo.

-Cuídeseme mucho por favor.-Dijo mirándome a los ojos. Yo asentí.

-Tu también cuídate Pinzon.-Lo tome del rostro. Luego él se inclinó para besar mis labios.

Nos separamos por falta de aire, nos abrazamos, enseguida tomó su sombrero y la pistola que estaba encima del mueble. Me sonrió y no sin antes salir de la recámara se acercó para besar a nuestra hijita.

Me temblaba la panza de los nervios, tenía un presentimiento pero no sabía si bueno o malo, me abrace a mi misma rogándole a Dios que todo saliera bien sin ningún error.

Tome a la Pinzona en mis brazos, mientras le daba pecho la peine y mecí un poco, la miré totalmente enamorada con esos enormes ojos y pestañas como abanicos. Le bese la frente.

-Ay mi niña... mi niña, lo que yo daría para que la malicia saliera de nuestras vidas y poder tener una vida tranquila.-Negué preocupada.

Termine de amamantarla y Justina llego al cuarto.

-¿Ya estas?.-

-Pos... si, pero muerta de nervios.-Respondí.

-Todo va estar bien, ya verás, con el favor de Dios.-Dijo acercándose a nosotras.

-Dio quiera y así sea.-Mire hacia arriba por un momento.-Cuídamela mucho Justina.-Le rogué.

-Nombree que si Bernarda, tú ve tranquila que yo aquí la cuido a capa y espada como si fuera mía.-Me sonrió tomando a la niña en sus brazos.

-Gracias por ser tan buena tía, debería ser yo quien se quedara con ella, perdón por tanta molestia pues.-Las abrace por un lado a ambas y bese la cabecita de mi bebé.

-Nada de eso, pa eso estamos las hermanas ¿Que no?.

-Ey...-Tomé mi relicario del tocador, lo coloqué y luego salí de ahí.


De nuestra casa a donde estábamos nosotros quedaba a 2 horas de distancia era un pueblito chico que quedaba de pasada a San Marcos, A mi me pidieron no moverme de la comisaría del pueblo, donde estaba siendo vigilada por 2 guardias de la policía y otros 3 sujetos que trabajaban para Lorenzo.

El nerviosismo y la incertidumbre invadía mi cuerpo, habían pasado al menos unos 40 minutos desde que me dejaron aquí en la comisaría. Era la primera vez que yo no estaba a lado de Dionisio y no sabía si realmente mi suerte le acompañaría en esta ocasión.

El Gallo De OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora