La Distancia. 2.0

301 35 5
                                    

Sentí frío, parpadeé un par de veces intentando incorporarme, pero todo estaba borroso y muy oscuro, una punzada en mi cabeza me hizo quejarme de dolor, llevé mi mano hasta la zona y cuando toqué sentí mojado, mire mis dedos en tanto la obscuridad me permitía ver y noté que estaba sangrando.

Mire a mi alrededor totalmente desorientada, estaba tirada en un petate frente a mi la ventana estaba rota y ya era de noche. Me abracé a mi misma. Los recuerdos llegaron a mi mente rápidamente, sintiendo esa sensación de desesperación. Otra vez estaba encerrada, comencé a temblar y llorar, estaba asustada, desde pequeña si hay algo a lo que más le temo es a la muerte y al encierro, es algo que simplemente me trae recuerdos de malas vivencias.

Cuando intente moverme noté que estaba encadenada al piso, negué con desesperación y lágrimas en mis mejillas, Lorenzo través me tenía en esta situación horrible pa mi. Me arrastre un poco hasta poner mi espalda en la pared y ahí hundí mi cabeza entre mis rodillas, me abracé con fuerza.

-¿A donde me trairian estos cabrones?.-Dije apenas en un susurro mientras apretaba los ojos por la constante pulsación en mi cabeza.

-Estamos en la casa de Lorenzo a orillas del rio.-Se oyó del otro lado en una esquina del cuarto.-Apreté los ojos para ver si lograba ver de quien se trataba.

-¿Remígio?.-Dije y este se movió un poco para el lado de la ventana la poca luz que entraba dejó ver que taba todo ensangrentado de la cara.-¿Que te pasó?.-

-Aurelio me golpeó.-Se movió una vez más para que ya no lo viera más perdiéndose en la obscuridad de esa esquina.

-¿Pero mira como te dejo ese cabron?.-Estire la mano simulando tocarlo.

-No se preocupe Capo, yo estoy bien. ¿Usted cómo está?.-Me dijo entre dientes.

-Me duele un chingo el madrazo que me metió en la cabeza Aurelio.-Movi un poco la cabeza.

-Necesito salir de aquí, no... no quiero quedarme encerrada más tiempo.-Le dije con la voz temblorosa de miedo.

-Nos vamos a ir.-Dijo y por un momento hubo absoluto silencio solo se oían los grillos cantar y a lo lejos parecía ser agua corriendo.

-¿Donde... dónde está Aurelio?.-Pregunte mientras intentaba quitar el fierro de mi tobillo.

-Deja eso, no vas a lograr nada más que cansarte. Hace un buen rato que nos vino a aventar aquí, supongo que fue a buscar a Lorenzo.-Mencionó entre quejidos.

Había un pico tirado del otro lado, pero ninguno de los dos lo alcanzábamos.

-Necesitamos alcanzar el pico de allá, quizá eso nos pueda servir para abrir las cerraduras.- Ambos buscamos algo con lo que pudiéramos alcanzarlo pero no había nada, en el cuarto solo estábamos nosotros encadenados, los petates y un par de palas recargadas pero del lado donde lo llegábamos.

-Si estuvieras de nuestro lado, nada de esto te hubiera pasado.-Le dije y el asintió mostrándose cansado y derrotado.

-Me paso esto por pendejo.-

-Te pasó por estar con la gente equivocada, si tú quieres ¿Podrías venirte con nosotros?.

-Gracias.-Asintió.

Después de estar un rato intentando alcanzar el pico, lo logré con ayuda de mi bota, tomé el pico y comencé a abrir la cerradura a la que estaba atada.

Me levanté aun con la cabeza sangrando y abrí el cerrojo de la cadena de Remígio, le tome por debajo del brazo y lo ayude a ponerse de pie.

-Corre, debemos irnos.-Le dije bajito y el solo se quejó al ponerse totalmente de pie.

El Gallo De OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora