¡No me lo creo!

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Me sentía atrapado en un torbellino de emociones confusas y perturbadoras. La música llenaba mis oídos, pero mi mente estaba perdida en un laberinto de preguntas sin respuestas. La rabia y la confusión se entrelazaban mientras repasaba una y otra vez los eventos recientes. El miedo se filtraba en cada pensamiento, preocupado por lo desconocido que nos estaba consumiendo a mí y a Jas. Era como estar en medio de una tormenta, sin saber cuándo ni cómo amainaría. ¿Por qué no podía dejar de golpearlo? ¿Si yo hubiera podido pegarle a Maia, me hubiera pasado lo mismo? Lo más probable es que si, ¿Qué rayos nos está pasando? Esto es tan absurdo, extraño y loco, me da miedo, ojalá poder saber lo que sucede con todo esto, solo espero que esto no pase a grave…

-Asher, ¿Cómo es posible que te hayan suspendido? ¿Qué te está pasando? tú no eras así.

Me saqué un audífono y la miré fijamente durante unos segundos, con una mezcla de incredulidad y frustración en mi voz.

–¿Ahora te importo? Después de todo lo que ha pasado, ¿ahora decides preocuparte por mí?

-Siempre me has importado Asher, ¿Cómo puedes decir eso?

–Se nota. —Suspiré con pesar— Siempre estás fuera de casa, mamá. No vas a las reuniones, cuando llegas solo vas directo a tu habitación, y solo te haces presente cuando hago algo mal. Nunca valoras lo bueno que hago, siempre criticas todo.

–No valoras todo lo que hago, y así me lo demuestras, ¿portándote mal? —dijo con frustración— Estás castigada, no saldrás de tu cuarto.

–¿Crees que con eso se solucionan las cosas? No dejándome salir de mi habitación solo conseguirás alejarme más de ti —respondí con voz entrecortada, tratando de contener la emoción que me embargaba.

—Eres una malagradecida, Asher. ¿Acaso no ves todo lo que hago por ti? Te doy todo lo que quieres, deja de ser estúpida y no sigas portándote mal. —dijo mi madre con frustración y decepción en su voz.

Nunca pensé que mi mamá me podría hablar así.

–¿Ahora soy estúpida por decirte lo que siento? No me comprarás con tu sucio dinero. Yo limpio la casa, cocino, hago tu cama, mamá. Todo lo hago yo. Solo me compras cosas para intentar comprar mi amor y llenar tu vacío.

–¿De qué vacío hablas?

–De mi hermano, de mi papá... ahora que ellos no están, cargas tu dolor en mí, enojándote por cada mínima cosa que hago mal. Estoy harta de todo. Antes era feliz cuando éramos una familia, pero nosotras dos no somos una familia. Desde que ellos se fueron, te convertiste en una extraña que solo vive conmigo. Si no fuera por lo que hice, ni siquiera estaríamos hablando…

–Solo estás diciendo estupideces —dijo, su voz cargada de furia y frustración. Con un gesto brusco, se giró y cerró la puerta de golpe, el sonido resonando en toda la casa como un eco de su ira contenida.

Me levanto de mi cama con una determinación sombría, el peso de la desesperación sobre mis hombros. Me acerco a la mesita de noche y tomo la caja de antidepresivos. Mis manos tiemblan mientras la abro, derramando todas las pastillas que quedan en mi mano. Sin dudarlo, las ingiero de un trago, sintiendo su sabor amargo en mi lengua. La caja ahora vacía me mira con su silencio acusador. No satisfecha, busco otra caja en el cajón, mis movimientos torpes y apresurados. Repito el proceso, llenando mi mano con más pastillas y tragándolas rápidamente. Un mareo intenso comienza a invadir mi mente, como si el mundo se inclinara y girara a su propio ritmo desquiciado.

Dos almas conectadas en una banca rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora