II- La Virgen del Mafioso.

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Fabrizio no paraba de ver a Aysel y su tranquilidad. Ella, unas horas antes, no paraba de llorar por ver al guardaespaldas muerto. Estaba herido gravemente, pero no tan muerto como para llamar a su familia. Le había declarado la guerra a los americanos y acabaría con ellos cuando tuviera la oportunidad. Debía borrar el rostro de la turca de cualquiera que la vió.

—Nunca me dejaste llamar a mi madre. ¿Puedes decirme mínimo como está ella? —le preguntó, con voz ronca.

Ya el acento turco no se le escuchaba tan fuerte como antes. Ella no tenía una voz fina, pero sí demandante. Miró su mejilla inflamada y el labio roto.

—Eres médico. ¿Por qué no te tratas el golpe en tu cara? Sanas a todo el mundo, pero te olvidas de ti misma —ignoró las preguntas de Aysel.

Ella suspiró y miró hacia la ventana del jet privado.

—¿Qué más puedo hacer? Mi labio partido ya lo traté y mi mejilla, bueno, también estoy en el proceso de evitar el dolor —le enseñó una bolsa de hielo, pero no lo miró.

—¿Por qué no me dijiste que cambias tú apariencia cuando te sientes perseguida? —lo miró con mala cara—. Ocultas hasta la diversidad en tus ojos, Aysel.

—Es mi vida privada. Contigo solo comparto el tema laboral. Lo demás no lo voy a decir. Es desagradable estar hablando cosas con una persona que ni siquiera me responde —se queja.

—A tu madre la traje de Berlín hace varios meses. Tu hermano quería estar cerca de ella y ahora está viviendo en un departamento con él —le respondió, aunque ella solo suspiró y miró su ropa.

—Mi hermano tampoco se puso en contacto conmigo —murmuró, sin saber si él pudo escucharla—. ¿Puedo ir a cambiarme? Me siento completamente incómoda teniendo esta ropa llena de sangre...

—Te dije que la vida allá no era sencilla —le recordó y esperó que el enamoramiento con Alessandro se hubiera ido—. Pero siempre persigues cosas imposibles.

Ella frunció el ceño y lo miró.

—¿Qué tiene que ver la vida en Estados Unidos conmigo? ¿A quién perseguía viniendo aquí? En un año nunca te llamé ni recibiste quejas sobre mí. ¿A quién estaba persiguiendo, Fabrizio?

Y ahí estaba, su acento turco se mostró, logrando que algo en él doliera.

—¿Acaso no aprendiste nada en todo este tiempo? —ella sonrió ante su pregunta.

—Sí, aprendí a odiarte más y que Alessandro y Luke, son más caballeros y mejores que tú —se levantó de su asiento y antes de poder irse, él la tomó de su mano, levantándose también.

—Ellos son buenos asesinos, Aysel, pero ninguno es mejor que yo —apretó su agarre—. Y te recuerdo que los dos están completamente enamorados de sus mujeres.

Ella como pudo se soltó de él, lo miró y lo señaló.

—Ellos tienen a alguien a quien amar y son correspondidos. ¿Pero a ti quien te quiere, Fabrizio? —ella quería llorar, pero no lo haría frente a él nuevamente—. A ti nadie te espera en casa. Yo estaré buscando no sé qué cosas, o el amor, pero si tú no amenazas a la gente, ellos no son leales a ti a menos que decidas obligarlos.

Fabrizio sonrió y la miró fijamente. Le molestaba que ella tuviese una lengua tan venenosa y le cabreaba que no pudiera callarla.

—Te salvé la vida. De nada, Aysel —sonrió a su mala cara.

—Sí, muchas gracias por eso. Realmente estoy agradecida porque llegaste y nos salvaste. Sinceramente, pensé que iba a morir —el recuerdo la invadió y se tensó—. No quería dejar este mundo sin ver a mi mamá una vez más.

—¿Estás diciendo que soy malo por no dejarte ver a tu madre durante un año y tú ibas a morir sin poder verla?

—¡Fabrizio! —le gritó—. ¿Por qué tienes que ser tan cruel incluso después de todo lo que pasé?

—Verás a tu madre al llegar a Italia. ¿Por qué vas a llorar ahora?

—¡No estoy llorando! —dijo sollozando—. Tú eres... —guardó silencio—. Jamás lo entenderías. Olvídalo.

—Entonces explícame para poder entender que fue lo que hice mal. Soy lo suficientemente lógico para entender situaciones, pero las emociones no es lo mío.

—¿Alguna vez sentiste amor por alguien? —lo miró fruncir el ceño—. Sacando a tu familia y a los hermanos De Santis.

—Sus hijos —dijo con simpleza.

—Voy al baño —suspiró y se fue.

Fabrizio la miró irse y siguió sin entender que estaba mal. Se cabreó y volvió a su asiento, sacó su celular y revisó un correo que le había llegado antes de subir al avión. Alessandro se había quedado en Estados Unidos por los asuntos que tenía con Luke y ahora, la información de los americanos se encontraba en su buzón.

—Primero los albaneses y ahora los americanos. Si tan solo pudiera secuestrarla para que nadie logre hacerle daño —murmuró, viendo hacia la puerta del baño.

Alessandro tenía veinticuatro horas para dar con los americanos y así poder acabar con ellos.

Si en ese tiempo él no conseguía su paradero, Fabrizio acabaría con todo Boston.

***

Casi nueve horas después, cinco discusiones más, tres vete a la mierda y seis te odio, llegaron sanos y salvos a Roma. El auto blindado los esperaba en la entrada del aeropuerto y como ya había caído la noche, no era necesaria tanta vigilancia.

De igual manera, Italia le pertenecía a Fabrizio y nadie se metería con él. Nadie que estuviera en sus cinco sentidos.

—Voy a comer en KFC. Me puedes dejar en el centro de la ciudad —le informó Aysel, viendo hacia la ventana.

Ella no le daba la cara y parecía estar eternamente cabreada con él.

—Estás en Italia. Come espaguetis y...

—Estoy en Italia, pero no soy italiana. Por si lo olvidas, nací en Turquía y yo quiero comer papas fritas de KFC con una hamburguesa —lo interrumpió—. Me dejas en el centro de la ciudad y sigues con tu vida.

—Deja de hablarme de esa manera, Aysel —la advertencia en su voz, hizo que su corazón se acelerara—. Vas a ir al maldito hotel conmigo y cualquiera de mis soldatos te llevará la comida. No saldrás sola y desde mañana tendrás guardaespaldas.

—Pero yo...

—¡Y no me vuelvas a interrumpir cuando estoy hablando! —se acercó a ella, la tomó por su mentón y la obligó a verlo—. Estás en mi jodida ciudad. Soy el dueño de todo y tú a mí no me tratas como a la mierda. Te adaptas y me respetas.

Ella lo miró y sus ojos se llenaron de lágrimas. Asintió, sin apartar la mirada de él.

Aysel estaba asustada hasta los huesos, pero no podía decirle nada. Sabía que Fabrizio disfrutaba con el dolor ajeno.

—Está bien... —murmuró, él acarició su mejilla lastimada y cerró los ojos.

—¿Me dirás por qué quieres llorar? —su voz salió suave y sin ánimos de ser demandante.

—Te tengo miedo. Le temo a la mafia, Fabrizio —confesó.

—¿Y a Alessandro? Además de...

—Les tengo miedo a todos ustedes. A Luke... Todos. Solo quiero ver a mamá y abrazarla.

Algo en el pecho de Fabrizio dolió.

—Volverás cuando yo lo diga —respondió y volvió a su lugar.

Ella asintió y agachó su cabeza. Fabrizio sintió culpa por primera vez, pero ninguno dijo algo más.

Él era mafioso, no sabía lidiar con los sentimientos que estaba teniendo y mucho menos, como hacía sentir a Aysel.

Contrato con la Mafia #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora