Tania
—¡Qué porquería! —refunfuña Félix apenas entramos.
—Aquí vamos de nuevo.
Jay lo codea, molesto por sus reproches y quejas. Si bien llevamos acá dos minutos, Félix lleva quejándose dos horas.
—Es que no me cansaré de decir que las discotecas son muy aburridas —sus brazos se cruzan sobre su pecho. La camisa blanca de manga larga que lleva puesta se le ve aún más apretada en esa posición, mostrando también las venas que le sobresalen—. Es mejor una parranda vallenata, pero ustedes no están listos para esta conversación.
Eso me hace salir de mi ensoñación por sus brazos y la camisa. Sabía lo bien que se ve esa camisa en él. Dios Padre, ayúdame.
Mi mirada se encuentra con la suya, y me doy cuenta de que todo el tiempo que estuve mirándolo, él me veía a mí.
—Eso dice mi madre. Cada que escucha un vallenato, se transforma.
—Es que no hay nada como la música que sí se puede cantar y ponerle sentimiento, no como esto de electrónica. Acá, en los Estados Unidos, deberían tener más opciones musicales.
—¿Quieres dejar de quejarte ya? —Jay está desesperado por su habladuría.
Ander mira todo a su alrededor; siempre lo hace, sea cual sea el lugar en el que esté.
—¿Pero ¿qué es eso? —se muestra algo asombrado y, a la vez, impactado.
—¿Qué? ¿Dónde?
—Deja de ser chismosa, Adela. Eso no le gusta a Dios.
Todos reímos por el comentario, mientras Adela, por su parte, se limita a permanecer en silencio y rodar los ojos, claro, mientras Jay la sostiene.
—Si pueden ver a ese grupo de por allá —dice señalando de forma poco discreta.
—No señales, Ander. Se darán cuenta —lo reprendo.
Aunque dudo que, con todas estas luces y humo, alguien pueda siquiera ver algo más allá de unos cuantos centímetros.
—No pasa nada, Tena —le resta importancia, mientras Félix rompe en risa al saber el trasfondo de ese apodo—. El caso es que están divinos. Quiero uno.
—¿Uno? —pregunta Félix, siguiéndole el juego.
—Bueno, todos, pero ya veremos —me mira con cierto fastidio—. ¿Tú quieres uno, Tena?
—Ni se te ocurra —interrumpe Félix, acercándome a su cuerpo de un tirón—. Busca entretención en otro lado. Tania está ocupada.
—¿Ocupada? —le pregunto.
—Sí, ocupada de por vida.
La música escandalosa y poco melodiosa de la discoteca hace vibrar el suelo bajo mis pies, mientras las luces parpadean a nuestro alrededor.
Y no sé si es la música o ese "de por vida" lo que me tiene temblando. Tal vez sea su contacto o, a lo mejor, es todo.
¿En dos meses se puede tener un "de por vida"?
Entre las luces neón que se reflejan por todos lados, veo su rostro y encuentro el verde de sus ojos. Siento una conexión inmediata, como la que sentí en el estadio aquella tarde cuando logré hacer la vuelta perfecta. Es esa sensación que te invade, no importa cómo ni dónde estés: el mundo se detiene por completo.
Me acerco lentamente, y mi corazón late con fuerza, como si fuera la primera vez. Mis manos temblorosas se aferran a su camisa, y sé que cuando la suelte quedará toda arrugada. Nuestras miradas se fijan, y puedo ver el deseo reflejado en sus ojos.
Nos inclinamos lentamente el uno hacia el otro, y el ruido de la discoteca se desvanece, dejando solo el sonido de mi respiración entrecortada. Sus labios se acercan a los míos y, finalmente, se encuentran en un beso suave pero lleno de pasión.
La sensación es intensa, las luces de colores reflejándose en nuestros rostros, haciendo que el momento sea aún más mágico y surrealista.
La música sigue sonando, pero para mí, todo se ha silenciado. Estamos atrapados en la intensidad del beso y, por un momento, parece que el tiempo se ha detenido, dejándonos en una burbuja de emoción y deseo compartido.
Al separarnos, me abrazo a él, escondiendo mi rostro en su pecho, mientras él me da un abrazo que necesito, y sé que él también necesita.
Félix siempre tiene las cosas tan claras, y no puedo creer que esas veces, cuando me decía que era obvio que esos besos se iban a repetir, se hicieran realidad.
Pero creo que ni él se esperaba lo de los sentimientos... o bueno, no así.
—Vamos.
—¿Dónde? —pregunto, confundida.
—Estamos en una discoteca, princesa brasileña. A bailar.
—Ah, bien —asiento.
Félix se ríe de mi respuesta mientras nos dirige entre el tumulto de gente hasta llegar a la pista.
***
Después de mucho sin actualizar les traigo un nuevo capitulo, recuerden votar y comentar.
Gracias por leer.
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Amor de carrera (Bilogía Carrera - libro I)
Ficção AdolescenteTania es la reina del motocross, desde que conoció este deporte se convirtió en su pasión, posicionándose como la mejor de su categoría. ¿Qué pasara cuando llegue un nuevo competidor a desbancarla? Félix es un apasionado al motocross nunca ha ten...