Lila la perfecta III

115 11 3
                                    

Habían pasado exactamente más de siete horas cuando Arnold abrió los ojos. La habitación de pronto estaba oscura, y la sensación de vacío se hizo presente.

Arrojó una de las almohadas fuera de la cama y se levantó cabizbajo, mientras daba resoplidos por el intenso hormigueo en el brazo. Sus ojos de pronto fueron al reloj en su muñeca y frunció el ceño cuando se dió cuenta de que pasaban más de las nueve de la noche.

**
Había llegado bastante cansado a casa después de clases. El entrenamiento se había alargado y lo único que mi cuerpo quería era caer muerto contra la almohada. Lo último que recuerdo fue haber tenido una pequeña charla con Phoebe, y después de eso me encontraba desnudo frente al salón de clases. ¿Alguien puede explicarme esa mierda?

Abrí mis ojos con molestia al sentir un hormigueo en el brazo, haciéndome levantar la cabeza de la almohada. Suspiré tocando mis ojos, y golpeé mi rostro para volver al mundo real. La habitación estaba a oscuras, y no se escuchaba un sólo ruido en el apartamento. Vi la hora en el reloj de mi muñeca y reí una vez cuando noté que faltaban cinco minutos para las diez de la noche. Estaba seguro que Phoebe me ahorcaría cuando llegara a casa por no haberlos acompañado a cenar, pero necesitaba descansar, y no deseaba otra cosa más en el mundo que dormir.

Me senté sobre la orilla de la cama mientras tocaba mi parte trasera del cuello. Había pasado demasiado tiempo acostado de la misma forma en la que me derrumbé sobre el colchón. Apenas cursaba la primera semana de mierda en clases y yo ya estaba jodidamente exhausto.

Me levanté caminando hasta la ventana, y me senté en el frío umbral de madera, colocando un cigarrillo sobre mi boca. Saqué el encendedor de mi bolsillo y suspiré cuando vi el humo mezclarse con el viento en una noche templada cómo esta. Recargué mi cabeza sobre el marco de la ventana y levanté la rodilla mientras llevaba mi cigarrillo una y otra vez a mis labios.

El vecindario era inquietante durante la noche. No había nadie a la vista a quien pudiera molestar o lanzarle latas de cerveza. Era como si todos dejaran de funcionar hasta el medio día, cuando sus deberes son importantes y tienen que salir de casa para resolverlos.

Nadie tiene un futuro asegurado, y no culpo a los niños de tener la ilusión de crecer y convertirse en adultos porque yo la tuve algún día, y me arrepiento jodidamente de eso.

No todo es como te lo pintan en televisión. La mierda de gente ganando miles de pesos al día ¿a base de que? Estudiar, prepararte para la Universidad, graduarte, conseguir empleo, jubilarte, enamorarte y formar una familia. Todo es más fácil cuando mamá te prepara la cena y te lee un cuento antes de dormir para limpiarte el culo al siguiente día. Esa es la vida de adulto, y la razón de la ausencia de las personas que algún día conociste a los cuatro años.

Que triste es ser adulto.

Admito que no eh sabido hacer bien las cosas, pero no soy un idiota en cuanto a ser independiente. Lo supe gracias a mi abuelo, y si no fuera por él, ahora mismo estaría arrimado en un feo estacionamiento con Gerald buscando techo por algunos días.

Arrojé la colilla de mi cigarrillo por la ventana hacia el césped, cruzando los dedos para no provocar un incendio en la entrada del apartamento. Estuve a punto de derrumbarme de nuevo sobre mi cama, cuando vi el auto de Phoebe estacionarse frente a la puerta.

Le di un ligero golpe al marco de la ventana y fui escaleras abajo, recibiendo a Phoebe con los brazos abiertos para evitar un largo sermón parecido al de la profesora Lanner.

Me dejé caer sobre el sofá y sonreí amistoso cuando los vi atravesar la puerta. Ella no estaba para nada contenta.

Phoebe rodó los ojos y Gerald sonrió.

O L D E R 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora