Hace cuatro días...
—Deberías estar feliz después de haberme dejado.—dijo Arnold.
—Por supuesto que lo estoy. Pero cuando apareces, es como si volviera de nuevo a esa maldita fiesta, y todos se rieran de mí.—Murmuró Helga.
—Genial.—Asintió.—Entonces deja que te lleve.
—¡Ya te dije que no! —Dijo Helga esquivándolo.
—¡Helga!—Gritó Arnold.
Estalló furiosa.—¡ARNOLD, ENTIÉNDELO DE UNA VEZ. NO QUIERO NADA DE TI, NO ME INTERESA LO QUE TE PASE, NI CON QUIEN ESTÉS, NI LO QUE HAGAS! ¡ERES UN ESTORBO EN MI VIDA Y LA PEOR PERSONA QUE EH CONOCIDO! ¡ERES UN BASTARDO MENTIROSO QUE NO MERECE NADA Y POR ESO TE ODIO!
Todo quedó en absoluto silencio.
Arnold miró con decepción a Helga, intentando digerir las palabras que hace unos momentos salieron de su boca.
¿Qué hice mal? Se preguntó Arnold internamente. Intentó de alguna manera absurda arreglar sus diferencias con Helga, pero era imposible. Ella no estaba cediendo, y estaba claro que la presencia de Arnold era un castigo para sus ojos.
Suspiró, retrocediendo hacia atrás con los pies sobre su moto. Apartó la mirada lejos de Helga, negándose a ver sus lágrimas rodar por sus rosadas mejillas. Se dió la vuelta a toda velocidad sobre su Harley, desapareciendo del lugar.
Los claxon de los autos que pasaban junto a él, se volvieron más ocurrentes y molestos cuando Arnold pasó un alto a toda velocidad, esquivando los coches y estando dispuesto a crear una disputa entre los peatones del lugar.
Rodó por horas entre las calles de la ciudad. Negando con la cabeza al recordar las crueles palabras de Helga.
Eran cerca de las tres de la mañana cuando Arnold se detuvo frente al bar más lejano de casa. Necesitaba aclarar sus ideas y reprimir sus emociones para evadir sus pensamientos más ofensivos sobre Helga.
La camarera sostuvo las próximas cervezas mientras Arnold se sentaba en la silla más alejada de la multitud en el bar. Las luces de colores se perseguían unas a otras por la sala, y la música era casi lo suficientemente fuerte como para ahogar sus pensamientos.
El paquete de Marlboro Rojo casi había desaparecido, pero esa no era la razón de pesadez y dolor en su pecho. Unas pocas chicas habían ido y venido, tratando de entablar una conversación, pero no pudo levantar su línea de visión desde el cigarrillo medio quemado posado entre sus dos dedos. La ceniza era tan larga que solo era cuestión de tiempo para que se desvaneciera, así que Arnold solo miró las brazas que quedaban, parpadeando contra el papel, tratando de mantener su mente alejada de la sensación de hundimiento que la música no podía ahogar.
Cuando la multitud en el bar disminuyó, la camarera no se movía a mil kilómetros por hora, dejó un vaso vacío delante de Arnold y luego lo llenó hasta el borde con Jack Daniel's. Él lo tomó al estar consciente de lo que la mujer estaba tratando de buscar.
La puerta del bar se abrió, justo cuando una pequeña multitud de chicas atravesaron el umbral hacia la pista. Arnold las observó unos instantes antes de regresar a emborracharse con shots de bebidas gratis por parte de la camarera.
Unos minutos después de terminar con su último cigarrillo, su pulsera negra de cuero fue cubierta por unos delgados dedos sobre la barra.
—Hola, Arnold.—dijo la chica sentada a su lado.
—¿Liv?—La miró medio confundido.
Ella sonrió.—La misma de siempre.
Arnold resopló, tratando de entender las cosas.—¿Qué haces aquí? Creí que Todd te había prohibido entrar a lugares como este.
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O L D E R 2
Teen FictionEmpieza un nuevo año en la Universidad de Hillwood, pero para Arnold y Helga se volverá complicado con la llegada de una vieja conocida.