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Estaba alerta a los movimientos de los comensales, de los camareros, del movimiento de su mano que repasaba una y otra vez la superficie limpia; estaba distraído. Lope no dejó de darles vueltas al asunto; había pillado dos veces a Unai viéndolo, ¿y si él también pasaba que era guapo? Que tontería, se respondió en la cabeza. Miró a Víctor pasar de sus preocupaciones y de la tapa que estaba entre ellos. Mordió su labio inferior y tenía que decirlo en voz alta o explotaría.

—¿Cómo supiste que Marita estaba por ti?

—Pero bueno —dijo bajando su móvil para ver a su amigo al otro lado de la barra con el pelo revuelto, dejando de lado la caña que estaba tomando —, hoy olvidamos los modales. ¿A qué viene eso? —viendo la tapa de boquerones a la que le dio una mordida para ver la mirada turbia de su amigo.

—No lo sé —bajando la mirada a la barra para dejar estar el trapo —, porque hoy un compi de la tuna me ha dicho que... un chico "está loco por mi".

Víctor miró a su amigo, pensó que cuando le dijera algo parecido sería en un tono más alegre y esperanzador, aquella declaración parecía provocarle confusión y estrés que decidió guardar su emoción y centrarse en la pregunta.

—Buah, tío. Es que no lo sé —soltando una risa recordando aquella relación —, pues nada, cuando... es que... hay un... —buscando la mejor forma de abordar el tema —, creo que... solo lo sabes. Un día ves a alguien, te gusta, te acercas, lo intentas, se da... lo normal... es que joder, todo te lo tienes que pensar.

—Víctor, que no me estás ayudando...

—El amor es espontáneo... jamás me lo he pensado. Veo una chica, me acerco y a veces se da para un morreo o para algo más serio de uno o dos meses...

—Eh, sorry —dijo una chica interrumpiendo la charla —, we...

Víctor vio toda la escena: la chica extranjera, inglesa tal vez por el acento, se acercó a la barra, mientras su grupo de amigos estaba en una mesa, se acercó demasiado a la barra, lo suficiente como para hacer que sus pechos se estrecharan un poco y su nariz quedara cerca del rostro de Lope, que la veía atenta a los ojos y sonreía cada vez que la chica lo hacía, la turbia mirada y los labios nerviosos habían desaparecido y todo por una pregunta acerca de lo que tenían que ver y la mejor forma de llegar al Palacio de Monterrey.

Claro que Lope se lo mostró de mil amores en el mapa que habían comprado, pero a diferencia de él, la chica no miraba lo que le señalaba si no que miraba a Lope mordiendo su labio. Víctor soltó una risa y se giró para seguir tomando su caña. El final fue que la chica se estiró un poco más para dejarle un beso marcado de carmín en la mejilla en agradecimiento por su ayuda. Lope siguió mirando y saludó a sus amigos sin más antes de volver con Víctor.

—Madre mía.

—¿Qué pasa? —preguntó Lope preocupado al ver a Víctor con la mano en la boca, con la mirada llena de asombro.

—Es que no me lo creo.

—¿El qué? —limpiando la barra y recogiendo la loza que habían dejado a un lado de Víctor, quien llevaba más de quince minutos con la tapa en el plato.

—De verdad eres un capullo.

Lope le dio un golpe con el trapo lo más fuerte posible al ver la risa burlona de su amigo.

—Pero que dices... —riñó entre dientes mirando a todos lados, esperando que ninguno de sus primos le viera porque de ser así echarían a Víctor por estar distrayéndolo en el trabajo.

—Eres un coqueto... —respondió por fin luego de recobrar la compostura mientras limpiaba su boca.

—¿Qué?

—Pues eso... —acomodándose en su asiento para acercarse un poco a su amigo detrás de la barra —, que vas por la vida encandilando a todo el mundo... y lo peor, es que no te enteras —viendo el poema que era el rostro de Lope —. Tú, sonríes, asientes y te ríes por cualquier tontería que te dicen y les das conversación incluso a... la más boba.

—¡Pero qué dices! —expresó nervioso.

—¡Si te he visto! Con esa extrajera.

—Se llama Linda.

—Linda —dijo en tono burlón —, te estaba contando algo y no le quitabas la vista de su mirada y asentías con una sonrisas y te reías cuando decía cualquier cosa, como si lo que dijeran fuese divertido.

—Anda ya...

—Que sí, y como mueves los ojos cuando hablas, ese parpadeo lento que tienes a veces... quedó enamorada.

—Te lo montas todo en la cabeza... —finalizó Lope aquella conversación para ir a limpiar la mesa que habían dejado Linda y sus amigos.

Víctor miró la charola llena de loza y vio la cuenta debajo del todo.

—Apuesto todo el café que quieras a que en esa cuenta hay escrito un número de teléfono.

Lope hizo un gesto de burla, claro que era mentira. Hizo movimientos lentos: puso la mano encima del dinero, lo arrastró hasta tenerlo en medio de los dos, bajo la atenta mirada de Víctor que estaba divertido viéndole. Levantó su mano y todo normal, levantó la cuenta y su mirada se abrió tanto al ver como detrás se marcaba un número con boli negro.

—Eh, ¡qué te he dicho! —poniéndose de pie —, ¡tengo razón o no tengo razón!

—Calla —cogiendo le papel con el número y haciéndolo un rebujo para ponerlo con el resto de servilletas para tirarlo a la basura y sentir que ahí no había pasado nada.

Víctor miró finalmente bien a Lope y de nuevo miró su pelo.

—¿Todo este... espectáculo de nervios tiene que ver con tu pelo?

Lope quiso hacer morros e inflar las mejillas para dejar de respirar y no tener que responder, pero no era más un chiquillo, así que cedió.

—Sí —confesó rendido —esta mañana una dependienta me ha dicho guapo.

—¿Y eso qué tiene de importante?

—¡Porque lo ha dicho en el mismo tono en que te lo dicen a ti cuando vamos a las fiestas!

Víctor quiso soltar una risa burlona, pero entendió a su amigo. Lope era alguien que a pesar de ser amable con todo el mundo, tenía cierta aura de soledad, lo que impedía que cualquiera se acercase a él; sonreía solo y casi por cualquier cosa o no hablaba ni un poco. No había equilibrio en una sonrisa discreta o una risa desbordada y casi altisonante. Lo que hizo pensar a Víctor que era cierto, no había visto a ningún chico o chica acercarse a su amigo con esa intención que tal vez no lo sabía.

—Lope —esperando a que le mirara —, eres guapo, condenado.

—¿Y por qué no me lo habías dicho antes? —gritó lo más que su tono de voz le permitió.

—¡Pues porque es la primera vez que me vienes con esas cosas de: por qué me persiguen las personas! —viendo a su amigo pensar en toda esa información nueva que le acaba de llegar de golpe —, ahora si dejaras de ver a cualquier persona como si te importara de verdad...

—Pero... me importan —dijo sin entender en verdad qué significaba eso. Solo sabía que lo había escuchado alguna vez de su madre pero jamás se había detenido a pensarlo. Ahora a saber cuántas servilletas con números había tirado antes.

—Sí, claro. Anda, cóbrame —dubitativo todavía si decirle o no que en su mejilla había un beso marcado con carmín rosado, o si tenía que decirle que despeinarse lo hacía ver más lindo en un modo llamativo.

—Claro, veinte euros... a cuenta de casa.

—No, hombre, no.

—Que sí. Anda —sonriéndole y apretando su mano para detenerlo de sacar la billetera.

—Vale —llegando a la conclusión de que debía tener por lo menos, aunque efímera, una marca de guerra ganada —. Gracias. Pero la próxima invito yo, eh.

—Como ha sido toda la vida —sintiendo el apretón de mano antes de irse.

Enamorarse en MadridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora