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Lope recibió un mensaje de Víctor: poco antes de que den las doce, mientras subía el ascensor hasta el hostal de Unai. Notó que su mano estaba rodeada por la suya; sin soltarla vio la caballerosidad de Unai al abrirle la puerta para que pasara primero; sintió su mirada y su sonrisa a cada momento y por fin entraron. Era pequeña, poco más que una habitación promedio o lo suficiente como para que ninguno escapara de la mirada del otro. Seguía asombrado y era evidente para Unai que decidió empezar él, ignorando por completo todo lo que Lope tenía en la cabeza y que lo hacía tener la mirada así de perdida.

—Me gustas mucho.

—También me gustas —respondió casi en automático, sintiéndose culpable por siquiera tener el descaro de hacerlo. Quiso desbordarse de llanto frente a él, decirle que la había cagado por completo pero sintió las manos de Unai; grandes, ásperas y algo húmedas que aclararon su mente.

—Es solo que... quiero hacerlo bien —soltando una risa nerviosa, apretando más sus manos, mirándole a los ojos fijamente —. Mi, mi primer intento resultó ser un desastre y... no quiero arruinarlo contigo.

Lope volvió poco en sí, Unai, con esas manos, con ese cuerpo estaba siendo vulnerable frente a él.

—No más que yo. Por lo menos tú has tenido una anterior, yo... nunca me he dado la oportunidad de siquiera mirar a ningún chico. Hasta que te vi a ti. Supongo que eres así de especial para mi. Así que tranquilo, aprenderemos juntos, a como tener... una buena relación.

—¿De verdad?

—Sí —siendo él ahora quien sujetaba con fuerza las manos de Unai para hacerlo sonreír —. Digo yo que venir a otra ciudad debe darnos como... seis meses mínimo, ¿no?

—¿Mínimo? —bufó Unai sorprendido.

—Bueno —soltando una risa —, no quisiera ser tan pretencioso y pensar que durará toda la vida.

—¿Podríamos intentarlo para que sea así?

—No lo sé —dijo haciendo una pausa prologada —. ¿Un romance de verano?

—Los romances de verano son los mejores —acercándose a él para besarle y luego cargarlo y darle un par de vueltas por la habitación.

Sus miradas se quedaron estáticas frente a la del otro; sus manos comenzaron a ponerse nerviosas, a soltar caricias con un dedo, el deseo fue creciendo conforme ambos miraban los labios del otro, estuvieron a punto de perder el control hasta que un ruido rompió con todo ello.

—¿Has comido?

—No desde mediodía —confesó Lope avergonzado de pensar en lo descuidado que podía llegar a ser consigo mismo —, he estado tan nervioso que no he probado bocado alguno.

—Pues eso lo resolvemos ya —cogiendo las flores y poniéndolas en un jarro que había ahí —. Ven, conozco un sitio que seguro te va a encantar.

Salieron del hostal en plena calle Hortaliza para volverse a incorporarse a Gran Vía. Lope miró a todos lados y Unai le señaló rumbo de la calle Alcalá. En todo el tiempo que habían estado ahí él y Víctor no había tenido tiempo de ir al sitio que su abuelo le había recomendado.

Mientras andaban por fin Lope pudo detenerse a ver las luces de los grandes edificios que relucían a lo largo de dicha vialidad. Vio el ajetreo de las personas: turistas, amigas que iban de compras, amigos que iban jugando y hablando entre ellos, mujeres jóvenes con ínfulas de fashionistas cargadas de bolsas del Zara y entre todas esas personas estaban ellos, con las manos juntas y mirándose de vez en vez.

Lope dio un par de pasos solo pero Unai lo alcanzó de inmediato y lo cogió de la mano, sin miramiento alguno y con cierto descaro mientras acomodaba su pelo. La seguridad de Unai le causaba gracia y tranquilidad a Lope, como si llevasen mucho tiempo como para tener esa confianza y de momento a Lope le parecía una declaratoria aceptable de que no le haría olvidar tan fácil sus intenciones.

Enamorarse en MadridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora