Lo que amamos en silencio

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Aquella mañana Tirso hablaba bagatelas, más de lo habitual; cosas de las que ni Víctor ni Lope entendían pero que tenía entretenidos a Navii, Sergio y Leandro. Xavi conversaba con Víctor, todos atentos, lo más discreto posible, a Lope quien estaba leyendo una revista que había pillado Navii para entretenerse en el trayecto hasta el bar de abajo del piso de Xavi. Una invitación que había recibido Xavi temprano por la mañana por parte de Leandro.

Todos estaban dispersos pero al mismo tiempo atentos al móvil que Lope había dejado encima de la mesa, junto a la taza de café que había dejado enfriar tanto que pegaron un brinco cuando este comenzó a sonar. Lope bajó la revista y miró por encima e hizo un gesto de agotamiento. Su cabeza se había calmado y había podido dormir bien pero desde el día anterior no había dejado de sonar.

—¿No lo piensas coger? —preguntó Leandro conteniendo su curiosidad para ver si no era el nombre de Unai el que aparecía en la pantalla.

—Es David.

—¿Pero sigue molestando? —preguntó Tirso cogiendo el móvil para ver que en efecto la pantalla ponía David.

Todos miraron como sonaba pero nadie decía nada.

—Venga, dame el móvil —dijo Sergio viendo que el móvil de Lope no tenía código de bloqueo —, anda, a tomar por culo. Que esto tiene que estar libre, coño.

Navii se quedó impactado. Sergio era el que más elocuencia y madurez mostraba de todo el grupo que ese arrebato fue algo que llamó demasiado la atención.

—¿Ocurre algo? —preguntó Lope al ver como de pronto toda la mesa se quedó en silencio mientras intentaban desviar la mirada a cualquier otro sitio.

—Nada, desafortunadamente nada —dijo Tirso llevando la patita del cruasán a la boca y desviando la mirada.

Lope les miró y decidió no hacer más preguntas y volver a su lectura pero era demasiado obvio que algo pasaba ahí, incluso Víctor se notaba nervioso.

—¿Esperáis algo?

No obtuvo respuesta o por lo menos no prestó atención porque al mirar al frente una silueta familiar fue apareciendo hasta que tomó forma de Unai. Vestido con una camiseta de tirantes debajo de una camisa negra estampada con hojas de palmera desabotonada que hacia juego con sus vaqueros negros y deportivas blancas, pero aquel atuendo era opacado por las enormes gafas con un marco delgado dorado.

—Unai —poniéndose de pie para ir a abrazarle.

—Madre mía, no me voy a acostumbrar nunca a ver aparecer a ese chico —dijo Tirso mordiendo su dedo al ver aquella escena.

—No tendrás que hacerlo, la próxima semana se vuelven para Salamanca —respondió Sergio tomando su zumo de naranja.

—Mira que eres... un aburrido.

—Hola cariño —dijo apretándole contra su pecho y dejando un beso en su cabeza —. Pensaba darte una sorpresa pero has sido tú quien me ha sorprendido —liando su mano en su cintura para andar hasta la mesa —, hola.

Por instinto, Sergio, Leandro, Víctor y Xavi se pusieron de pie para saludarle.

—Hola, Unai.

—Sí Víctor, uso gafas. Esta mañana he tirado las lentillas y no encontré la izquierda.

Víctor reaccionó y miró al resto de chicos que estaban de pie.

—Amigos, ya conocéis a Unai —inició —. Unai ellos son... Leandro... Sergio... Xavi, nuestro anfitrión, Tirso y Navii.

—Ah, la panda de pijos —bromeó cogiendo la mano de Sergio.

Fue interesante la forma tan abrupta de saludar de Unai; ninguno estaba acostumbrado a los apretones fuertes de manos ni a los tirones para chocar hombros y sentir ese aroma masculino de la colonia que desprendía, algo que sin duda Leandro tal vez implementaría en sus futuros encuentros con otros chicos.

Enamorarse en MadridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora