El Mirador de Alicia (Temporada 1) (Capítulo 2): como calentar un corazón

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Sara y Joel emergieron del espeso bosque de altos pinos, y frente a ellos se desplegó una carretera que parecía haber surgido de la nada, aunque las huellas frescas de vehículos revelaban su reciente uso

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Sara y Joel emergieron del espeso bosque de altos pinos, y frente a ellos se desplegó una carretera que parecía haber surgido de la nada, aunque las huellas frescas de vehículos revelaban su reciente uso. El pueblo se dibujaba a lo lejos, sus casas y calles parecían recuerdos ajenos que no les pertenecían. Sara, sola en su vehículo, miró hacia arriba contemplando las nubes, cuya lenta deriva se asemejaba al paso de caracoles, esas criaturas igual de lentas que las nubes que ahora formaban caprichosas figuras que solo un artista o un niño podrían discernir. Recordó su niñez, cuando vivía con su padre en una casa cercana a la escuela.

Se dispusieron a seguir las indicaciones del GPS en el celular de Sara, un mapa digitalizado que abarcaba el mundo entero. Cuando llegaron a su destino, Sara descendió primero, seguida por Joel, quien estacionó su vehículo junto al de ella.

Al entrar en la comisaría, un lugar que visitarían en múltiples ocasiones, Sara se acercó a Joel y dijo con un tono burlón: "Hemos llegado. Entregaremos la carpeta con la documentación del informe y las fotos. El sheriff sabe dónde podemos alojarnos. Espero que esta vez no te metas en problemas, como la última vez cuando incendiaste accidentalmente el bote de basura. Y recuerda, no se permite fumar adentro".

Joel asintió y respondió con una risa: "Lo sé, lo sé. No lo volveré a hacer, me lo has repetido mil veces". Sara rió cálidamente y cambió de tema, sacando a Joel de sus pensamientos: "¿Qué tal si entramos rápido? Tengo hambre y quiero comprar algo".

La comisaría nueva se alzaba en medio de la ciudad como un monumento al orden y la autoridad. Sus líneas modernas y angulares contrastaban con el caos de la urbe que la rodeaba. Los muros de acero y cristal parecían reflejar la frialdad de la justicia que se administraba en su interior.

Al cruzar la puerta, se sumergieron en un mundo de luces fluorescentes que iluminaban pasillos impolutos y oficinas ordenadas. Los sonidos metálicos de las cerraduras y el eco de los pasos resonaban en el suelo de baldosas blancas, creando una atmósfera que evocaba más a un laboratorio que a una comisaría.

Los agentes, ataviados con uniformes impecables, se movían con disciplina mecánica. Sus rostros apenas reflejaban emoción alguna, como si la modernidad hubiera borrado su humanidad. Computadoras y cámaras de vigilancia monitoreaban cada rincón, registrando con precisión clínica cada detalle.

En un rincón, una sala de interrogatorios equipada con tecnología de vanguardia esperaba a aquellos que desafiaban la norma. Las palabras fluían como corrientes eléctricas en un mundo donde la verdad se perseguía con la misma obsesión que la perfección técnica.


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