Capítulo 4 | Convivencia

88 15 4
                                    

•••

•••

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

•••

Capítulo 4
Convivencia

Verónica

Estoy de pie en medio de una pista de tierra con un BMW detrás. Me acerco para revisar por la ventana si hay alguien adentro, pero no veo nada. Intento abrirlo, pero la puerta no cede. Es como si la manilla estuviese pegada.

Suspiro, sentándome sobre el capó y mirando a mi alrededor, confundida. ¿Qué hago aquí?

Cuando vuelvo mi vista al frente, me sobresalto al encontrarme con una figura alta e imponente frente a mí cubriendo la luz de los faroles con su cuerpo. Intento ponerme de pie, pero su mano se presiona contra mi pecho y me deja contra el vehículo, poniendo a arder mi piel.

—Esto querías, ¿no? —susurra en mi oído, acariciando mis muslos con su otra mano y subiendo poco a poco la tela de mi vestido. Me estremezco al sentir el frío de la noche erizar mi piel y el calor de su tacto quemar mis piernas.

—Si... —jadeo, temblando ligeramente ante la expectativa.

—No te oigo, Verónica... —sus dedos frotan mi sexo mojado por encima de mis bragas, desesperándome.

—Si, Nicholas, esto quiero... —gimo, sintiendo como los movimientos sobre mi clítoris se aceleran poco a poco. Escucho su risa, y se inclina para besarme...

•••

La alarma de mi teléfono suena y despierto de mala gana para apagarla. Los malditos sueños sin sentido que tuve durante toda la madrugada apenas me dejaron descansar, y eso sin mencionar lo mucho que me costó agarrar sueño en primer lugar.

Me pasé toda la noche y gran parte de la madrugada pensando como loca obsesiva en Nicholas, y esa maldita carrera. Buscando respuestas, haciéndome preguntas al aire, inventándome teorías que iban teniendo cada vez menos sentido... y cuando finalmente puedo dormir, el maldito se aparece también en mis sueños. «Esto debe ser un mal chiste».

De mal humor voy al baño, hago lo que tengo que hacer, me doy una larga ducha con agua fría y me coloco un vestido floreado que se amolda perfectamente a mi cuerpo. Resalta mis tetas, cintura y cadera haciéndome sentir verdaderamente atractiva, aunque siendo honesta, lo soy sin necesidad de remarcar mi figura.

Me siento frente a mi tocador en lo que reviso mi teléfono, encontrándome con siete llamadas perdidas de William y mi bandeja de mensajes al borde del colapso. Decido llamarlo de vuelta, ya que temo que le de un infarto si no doy señales de vida.

—¿Dónde carajos estás metida? —es lo primero que dice cuando atiende. Coloco el teléfono en altavoz y lo dejo a un lado mientras me maquillo.

—Buenos días, Don Ramón —lo molesto, colocándome un poco de corrector en la parte de abajo de mis ojos—. Yo estoy bien, gracias por preguntar, ¿tú cómo estás?

Condena © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora