Capítulo 5 | Heisenberg

59 13 5
                                    



Capítulo 5
Heisenberg

Nicholas

––¡Oh, Nicholas!

Mi teléfono suena con una llamada y lo ignoro para seguirme hundiendo en el coño de Cecilia. Sus gemidos me hacen presionar la palma de mi mano contra sus labios para callarla, pero no lo hace y sus alaridos de placer quedan ahogados contra mi piel.

Me la cojo de frente, empujando con fuerza mi polla dentro de ella con estocadas egoístas que son solo para mi satisfacción. Francamente, ella no es lo que quiero, pero es lo que puedo usar a falta de mi prometida, o el capricho que lleva días taladrando mi cabeza...

Pensar en ella me hace acelerar mis movimientos y ejerzo más brusquedad, buscando la eyaculación. Las paredes de su vagina me aprietan cuando llega al orgasmo y termina mojando mi pelvis y mi cama, cosa que me causa el suficiente morbo como para dejarme al borde. Muerdo sus tetas, deleitándome con esos grandes montículos de carne mientras mis gruñidos de placer se ligan a sus gemidos reprimidos por mi mano.

––Duele. ––levanta la cabeza para quejarse en un suspiro entrecortado y la beso con fuerza. Aumento la velocidad, poniéndome al límite cada vez que entro y salgo de su interior... hasta que por fin me derramo sobre el condón, liberándome de la presión que me aprieta la verga desde que empezó esta maldita semana.

Me alejo casi de inmediato de ella, sintiéndome algo mareado por la intensa eyaculación que había estado reteniendo. Remuevo el preservativo y lo tiro antes de irme a la ducha para sacarme el olor a sexo de encima.

Cuando salgo otra vez Cecilia ya no está, cosa que internamente le agradezco. Tomo mi teléfono, encontrándome con una llamada perdida de mi hermano mayor y dos de Vanessa, a la cuál le escribo con un corto "Volveré hoy." Antes de bloquear la pantalla.
En menos de nada me llega una respuesta, pero no la reviso. Sé que está molesta porque llevo un par de días sin aparecer en Maple Valley, además de que me fui sin avisar por culpa del cabreo que agarre minutos antes por culpa de cierta pelirroja que me tiene la vida revuelta desde que la vi.

Salgo a fumar al balcón sintiendo el sol de Seattle escocer mi piel, y la sensación me recuerda al desagradable clima de Cancún: el paraíso tropical en el que me crucé con Vanessa y la condené a mí, a mi apellido y a mi mundo, aunque ella todavía no sepa en lo que se está metiendo.

Mi familia es un martirio de reglas y sangre: todo el que esté al tanto de nuestra principal fuente de ingresos lo sabe. Pocos nos conocen tal y como somos, más saben que trabajamos desde las sombras. No nos busca el ejército, ni nos reconocen por ser sicarios dueños de una asociación de asesinos, ya que hemos sabido mantenernos anónimos ante el mundo ordinario, pero no en el que está lleno de drogas, maldad, y sangre.

Mis hermanos y yo nacimos para ser asesinos especializados en combate y tortura, ya que no podemos controlar un imperio de mercenarios si no podemos defendernos de los mismos hombres que formamos. Desde que tengo memoria nos han sometido a cada uno a entrenamientos inhumanos para no tener miedo, trabajar bajo presión, tener resistencia al dolor y cero sensibilidad a la sangre, por lo que me atrevería a decir que los Heisenberg somos unos de los hombres más peligrosos del bajo mundo. Y con razón, ya que nuestras habilidades las tienen muy pocos.

«Heisenberg». Un apellido intimidante en ambos ambientes; tanto en el de los negocios, como en el de los mafiosos. Imponemos respeto porque nos ganamos nuestro lugar hace años y hemos sabido mantenerlo generación tras generación. Y es por esa ansia de perpetuar en el poder que seguimos con la ambigüedad de los matrimonios arreglados.

Vanessa fue el As que me salvó de no tener el mismo destino que mi hermano mayor: uno en el que esté condenado a follarme todos los días a una mujer que no me la pone ni con cinco pastillas de viagra, y para colmo, esté malditamente enferma de la cabeza. Gracias al odio que le tengo a la mujer con la que debí casarme, preferí quedarme con Vanessa, que está menos loca.

Condena © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora