Capítulo 19 | Perdición

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Capítulo 19
Perdición

Nicholas

Nunca pensé que amanecer con una mujer entre mis brazos pudiera sentirse tan gratificante, pero despertar y ver la silueta de Verónica a lo largo de mi cama me hace explotar el ego a niveles que no creía posibles.

Ver su espalda llena de lunares, su cabello rojizo brillar gracias a los rayos de sol que se cuelan por la ventana, los pendientes de su oreja, la forma en la que sus pechos se ven al ser aplastados por el colchón...

Esa pelirroja me está gustando demasiado, y me preocupa donde todo esto pueda terminar. Más por ella que por mí, pero soy demasiado egoísta como para alejarla. Quiero disfrutar de esto tanto como pueda.

Me levanto con cuidado de no despertarla y voy al baño a asearme. Ya que la chica de servicio no está porque le di el fin de semana libre, decido hacer yo el desayuno, aunque realmente no sé que le guste comer a Verónica. Decido irme por lo simple y preparar unos panqueques, a pesar de que yo no suelo comer en las mañanas.

El tiempo pasa, me distraigo cocinando y alzo mis ojos cuando escucho la puerta del pasillo ser abierta, y lo siguiente que veo es a Verónica aparecer viéndose como algo sobrenatural.

El cabello caoba le cae de forma desordenada, enmarcando su rostro somnoliento. Sus piernas blancas, definidas y desnudas se roban mi atención y me la ponen dura de inmediato... luego, me fijo en la belleza que emana y como sus ojos grises me observan: con un brillo que ni siquiera ella debe saber que le aparece cuando me mira.

—Buenos días —saluda en voz baja, abrazando una almohada contra su pecho—. Huele bien, ¿estás haciendo desayuno?

—Así es —enciendo la hornilla sin dejar de mirarla—. ¿Vas a comer?

—Claro —sus iris color plata recorrer mi abdomen hasta detenerse en mi tatuaje. Se acerca despacio al mesón que conecta con la cocina y se sienta sobre uno de los taburetes, apoyándose encima del mármol mientras abraza la almohada—. ¿Dormiste... bien?

—Dormí —le resto importancia—. Algo que no había podido hacer desde hace bastante, si te soy sincero.

—Eso es bueno —la oigo—. ¿El trabajo te estresa mucho?

—A veces —la detallo unos segundos—. ¿Tú dormiste bien?

—Si —no puede evitar sonreír mientras el calor sube a sus mejillas—. Tú cama es cómoda.

—¿Y mi pecho no? —alzó una ceja—. Estuviste más tiempo ahí que sobre la cama.

—Porque tú me subiste —me recuerda.

—Porque te mueves más que un perro pulgoso —replico. Entreabre sus labios, ofendida.

—Eso no es verdad —agudiza su voz, y ese cambio me hace sonreír ligeramente—. Me estás difamando.

—Si tú dices —me encojo de hombros, dándole un corto repaso—. Te queda bien mi camisa.

—Te la devolveré —se apresura a aclarar. Es una camisa con dos ceros en el precio, pero no me importaría dejársela solo porque es ella la que la utilizaría.

—No es necesario. Tengo unas diez iguales.

—Usar tu ropa no es decen...

—Pedirme que te coja no es decente —la interrumpo—. Es solo una camisa. No cambia nada si la usas.

Guarda silencio, y yo hago lo mismo siguiendo con el desayuno. Intento concentrarme en terminar rápido, pero cada vez que lo intento vuelvo a distraerme con su presencia. Me es imposible quitarle los ojos de encima.

Condena © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora