Capítulo 0 | Grandes noticias

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CAPÍTULO 0
Grandes noticias

4 de Enero del 2019
Whashingtong  DC - Seattle

Verónica

Miro el reloj de oro blanco que adorna mi muñeca, y resoplo al darme cuenta de que solo han pasado dos minutos desde la última vez que lo revisé. Estiro el cuello de mi suéter y ojeo mi alrededor, buscando algún sitio para sentarme mientras esperamos, pero el aeropuerto está tan lleno de gente que no hay ni un espacio libre en donde pueda descansar mis pies.

Me duele la cabeza, el estómago, la garganta, y sin ánimos de exagerar, hasta el alma. No puedo dar dos pasos sin marearme, ni quitarme los lentes de sol por más de cinco segundos sin sentir que voy a vomitar. Estoy sudando frío, con unas ojeras horribles, fatiga y para rematar, fiebre.

Soy un cadáver viviente ahora mismo, y estoy sufriendo las consecuencias de beber hasta quedar al borde de un coma etílico. ¿Me arrepiento? No, pero esta experiencia me quita las ganas de acercarme a una botella de licor otra vez... aunque sé que lo volveré a hacer, ya que una de mis mentiras más recurrentes es el clásico "no vuelvo a tomar".

Detrás de mí, mis dos mejores amigas están acostadas en el suelo sin importarles lucir como unas vagabundas, y me siento tan para la mierda que estoy cerca de unirme. Las tres estamos igual de deshechas, ya que desde Año Nuevo andamos de evento en evento y fiesta en fiesta acabándonos bares como si fueran a prohibir el alcohol.

El sol me molesta, el ruido me molesta, le gente me molesta... todo me molesta ahora mismo. No hay nada que odie más que sentirme enferma, y que el sentimiento se vaya intensificando a cada segundo que pasa solo me hace tener ganas de atravesarme en medio de una carretera para acabar con este maldito sufrimiento.

Un muchacho me tropieza con su maleta, y lo miro tan mal como me es posible antes de volver mi vista al frente. Debajo de todo mi malestar estoy medianamente feliz, claro, aunque mi cara diga todo lo contrario. Después de tres meses voy a volver a ver a mi hermana; eso es algo por lo que alegrarse, pero en estas condiciones mis ganas de encerrarme en una habitación oscura y dormir diez años son más grandes que mis ganas de verla. La amo, pero siento que me estoy muriendo.

—Quita esa cara —siento como los dedos de mi madre pellizcan mi cintura cuando se me acerca por detrás—. Vanessa debe estar por llegar. Puedes al menos fingir estar feliz de verla.

—Estoy feliz de verla —replico, viéndola por debajo de mis lentes de sol—. Pero no estoy feliz de estar aquí parada como una idiota sin comer, sin dormir y de paso contigo fastidiándome como si el día no estuviera siendo lo suficientemente insufrible.

Condena © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora