Capítulo 7

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En la plataforma de la terminal del ferry en Puerto Madero, resguardado detrás de unas columnas, Alejandro observaba a las personas que embarcaban con destino a Uruguay. La investigación que le había encargado su jefe finalmente dio resultado y si todo salía según lo esperado, pronto vería a varios miembros de una banda de drogas que le brindaría la conexión que necesitaba para poder demostrar su vínculo con agentes corruptos de la policía.

Había pasado la última semana buscando el nexo faltante entre el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y un comisario mayor de la fuerza, pero no había tenido éxito. O bien las sospechas eran infundadas o alguien más los protegía. Decantándose por esta última opción, se centró en las comunicaciones registradas entre el comisario y el servicio penitenciario. Estas eran frecuentes y sistemáticas, como si fueran utilizadas para pasar indicaciones. Siempre los mismos días y a la misma hora. Porque ¿qué otra razón tendría un oficial superior para estar en permanente contacto con la prisión?

Seguro de que por allí estaba la clave, indagó un poco más, recopilando datos importantes no solo de los prisioneros, sino también de los guardias. Uno de ellos en particular llamó su atención. Su legajo era bastante colorido y las quejas por violencia y abuso de autoridad abundaban. Ese mismo año, de hecho, había sido suspendido durante un tiempo luego de que, en una trifulca, uno de los prisioneros terminara en coma.

Como su número aparecía regularmente en el historial de llamadas del comisario, Alejandro examinó los nombres de los presos que estaban en su sector. No se sorprendió cuando advirtió que, dentro del pabellón, se encontraba el líder de una banda criminal que, años atrás, había sido desarticulada por la policía. Al parecer, esta seguía operativa. Probablemente, el comisario mayor recibía dinero a cambio de impunidad y protección. Pero ¿y el político? ¿De qué manera estaba involucrado en todo esto? Si quería que el juez autorizara una investigación exhaustiva debía encontrar más indicios de esa relación.

Por fortuna, su informante lo llamó para transmitirle lo que había averiguado. Más de cincuenta kilos de cocaína y marihuana serían transportados hacia Uruguay en el interior de un auto modificado para la carga de droga, a bordo de un ferry de la empresa comercial que, curiosamente, pertenecía al jefe de gobierno. Allí, los integrantes de la banda subirían al final del embarque sin tener que pasar por el control de aduana. Estaba claro que recibían ayuda no solo de la policía, sino de alguien de Prefectura Naval.

Eufórico de tener la oportunidad de atraparlos con las manos en la masa, le presentó a su jefe la información recabada, así como sus conclusiones, y gracias a eso, solicitaron la autorización correspondiente del juez que les permitiría llevar adelante el operativo. No obstante, debían ser muy cautelosos para no encender las alarmas de las fuerzas que custodiaban la costa. No tenían forma de anticipar cuales eran los agentes corruptos y preferían no arriesgarse.

Apostados en puntos estratégicos de la dársena, sus hombres vigilaban los accesos al buque, atentos a la llegada de cualquier auto que se ajustara a las características aportadas por su informante. No faltaba mucho para que este partiera y comenzaba a pensar que los habían engañado. ¿Y si habían cambiado el vehículo a último momento? ¿Y si les mintieron para distraerlos mientras la droga era ingresada por otro medio? No, eso era imposible. Habían sido muy cuidadosos.

La voz de Villalba surgió de pronto en el auricular, acaparando toda su atención. Un Peugeot blanco se acercaba por el camino que conducía a la bodega del ferry. Como los vidrios tenían un tinte oscuro, no se podía especificar la cantidad de pasajeros en su interior, pero tampoco importaba demasiado. En cuanto se bajaran del auto, serían abordados, sin darles tiempo a reaccionar. Alejandro observó cómo Campos, vestido con un chaleco amarillo como si fuera parte de la tripulación, les hacía un gesto con la mano para que se detuvieran. Domínguez, en cambio, permaneció escondido, listo para actuar.

Línea de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora