Capítulo 15

266 47 152
                                    

Eran casi las once de la mañana cuando Martina abrió los ojos y, sin embargo, afuera seguía oscuro. Si bien la tormenta había pasado, dejó en su lugar una persistente y continua lluvia que no parecía tener intenciones de mermar pronto. Alejandro yacía dormido a su lado. Recostado sobre su espalda y cubierto tan solo por la sábana, justo por debajo de su ombligo, era la viva imagen de un dios griego. Su firme y marcado abdomen subía y bajaba al ritmo de su pausada respiración mientras que la fina tela se deslizaba de forma tentadora sobre su masculinidad.

Incapaz de resistirse al hipnótico vaivén, se acomodó de costado para tener una mejor visión y extendió la mano hacia él, deseosa por tocarlo de nuevo. Con cuidado de no despertarlo, pasó con suavidad la yema de los dedos sobre el estrecho sendero de vello que iba desde su pecho hasta su bajo vientre, y sonrió al notar cómo su piel se erizaba en respuesta. De pronto, un profundo gemido escapó de sus labios. Incluso dormido, su cuerpo reaccionaba a ella con una intensidad que la hizo vibrar por dentro. Decidida a probarlo del mismo modo que él lo había hecho la noche anterior, continuó lentamente con su osado descenso.

Alejandro inspiró profundo al sentir el delicioso placer que comenzaba a recorrer su cuerpo y desembocaba con violentas descargas en su palpitante erección. Su respiración se encontraba acelerada, al igual que su corazón, y un arrasador deseo crecía de forma vertiginosa en su interior, electrificando cada nervio a su paso, tensando sus músculos. Hacía tiempo que no despertaba tan excitado y, somnoliento, llevó una mano a su miembro con la intención de envolver el puño en este y calmar así la repentina ansia. Pero entonces, el ardiente calor de unos labios lo cubrió por completo, haciendo que largara de golpe el aire contenido en sus pulmones.

—¿Puedo? —preguntó ella al retirarse apenas, su aliento rozándole la piel sensible y humedecida.

Abrió los ojos, perdido en la exquisita sensación, y los posó en los de ella, justo a tiempo para verla envolverlo con sus labios y descender con tortuosa lentitud. ¡Santísimo Señor! ¿Acaso había muerto y se encontraba en el cielo? Sin poder contener un largo y ronco gemido, enterró los dedos en su rubio cabello y se aferró a este con moderada fuerza. Quería empujar hacia abajo para instarla a tomarlo más profundo, pero se contuvo. Era ella quien llevaba el control esta vez y no iba a arrebatárselo. Por el contrario, la dejaría marcar el ritmo y hacer con él lo que quisiera. Estaba por completo a su merced.

—Sí, corazón —balbuceó con voz temblorosa.

Martina gimió al oírlo, y dispuesta a complacerlo, se retiró solo lo suficiente como para poder enroscar su lengua alrededor de la cabeza de su falo. Lo saboreó despacio, lamiendo primero la circunferencia para luego, ir hacia el centro y deslizarse con extrema suavidad sobre su zona más sensible. Entonces, volvió a rodearlo con su boca y sin tregua, descendió en torno a él, devorando su carne lentamente. Lo oyó gruñir al tiempo que cerraba con más fuerza el agarre sobre su cabello y empujaba hacia arriba la pelvis para permitirle ir más hondo.

—Dios, Martina... —siseó cuando la sintió tragar contra su miembro, comprimiéndolo con su garganta.

Pero ella no respondió. Estaba por completo centrada en el placer de él, y no pararía hasta llevarlo al límite. Sin cambiar el lento y constante ritmo de su boca, continuó estimulándolo con fervor. Le gustaba sentirlo estremecerse cada vez que, al retirarse despacio hacia atrás, arremolinaba su lengua en torno a su eje antes de volver a envolverlo con sus labios y cubrirlo por completo. Se había imaginado a sí misma haciéndolo muchas veces antes, pero nunca anticipó que su gozo aumentaría a la par que el de él. Porque solo tenía que verlo en ese estado para perderse en su propio deseo.

Alejandro gruñó al sentir la acumulación de electricidad en la base de su columna. Su orgasmo era inminente, y si no se detenía en ese instante, no sería capaz de hacerlo después. La sola idea de terminar en su boca le pareció de lo más tentadora, sublime, y lo arrojó al instante al borde del precipicio. Sin embargo, no iba a dejarse llevar sin que ella lo acompañara. Con esfuerzo, recurrió a lo último que quedaba de voluntad en su cuerpo y le sujetó el mentón con una mano en un intento por detenerla. Pero ella lo ignoró para seguir devorándolo con ahínco. ¡Dios, tenía que pararla o no habría vuelta atrás!

Línea de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora